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'Nazarín', una mezcla entre Cristo y Don Quijote

Pérez Galdós nos ha legado una novela magistral sobre la locura de ser cristiano en un mundo ciego, cruel e inmisericorde

'Nazarín', una mezcla entre Cristo y Don Quijote

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Benito Pérez Galdós nació en Las Palmas de Gran Canaria el 10 de mayo de 1843 y murió en Madrid el 4 de enero de 1920. Es uno de los mayores narradores de nuestra literatura. Como autor, revolucionó la narrativa española. En 'Un libro una hora' ya os hemos contado 'Marianela', 'Trafalgar', 'Doña Perfecta', 'Misericordia' y 'Tristana'.

'Nazarín' fue publicada en mayo de 1895, dentro del ciclo espiritualista. En 1959 fue llevada al cine por Luis Buñuel en México, protagonizada por Paco Rabal, y ganó el Premio Internacional del Festival de Cannes. Es una novela extraña, mística, por un lado muy divertida y, por otro, dura y profunda.

Galdós pertenece a la estirpe de Tolstói

Su rechazo de la fe institucionalizada convive con un profundo sentido cristiano. Ambos novelistas suscriben las enseñanzas de Cristo, pero en el caso del español fulgura, además, una precisa comprensión de la experiencia mística, que se refleja en su ciclo de novelas espirituales que comenzó con 'Ángel Guerra' y 'Tristana' y continuó con 'Nazarín', 'Halma' y 'Misericordia'. Joaquín Casalduero señaló que Galdós trasciende el naturalismo mediante sus continuas referencias a Dios. El cristianismo de Pérez Galdós no es simple identificación con sus valores éticos, sino una adentramiento en lo sobrenatural que excede cualquier límite racional.

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Con 'Nazarín', Galdós aborda la figura de Cristo en un contexto histórico dominado por el materialismo. Nazarín prodiga amor, pero no servirá para calmar la sed de Ándara o Beatriz, que siguen sus pasos sin comprender su actitud. El paralelismo entre la vida de Cristo y el infortunio de Nazarín no excluye cierta semejanza con la figura de Don Quijote.

La elección del pueblo manchego de Miguelturra como cuna del sacerdote no parece un efecto del azar. Es una locura sustituir la realidad por las fantasías de los libros de caballería, pero no es menos temerario imitar a Cristo. El origen modesto de Nazario Zajarín coincide con el de Jesús de Nazaret. La desnudez de su aposento en una casa de vecinos, donde conviven hampones, gitanos y tarascas, no elude ese trasfondo onírico que suele acompañar a los místicos.

La generosidad de Nazarín provocará el incendio de la pensión de la Chanfaina. Ándara, que se ha escondido en su casa huyendo de la justicia, recurrirá al fuego para borrar los indicios de su presencia y no comprometer al sacerdote. Su gesto privará a Nazarín de su precario hogar y pondrá en entredicho la limpieza de su magisterio. Esa desgracia determinará la adopción de una vida errante, que recuerda una vez más las andanzas del Hijo del Hombre. Descalzo y vestido con harapos, se retirará a las afueras de Madrid.

El fervor místico contrasta con el amor terrenal 

Al alejarse de la ciudad, le invadirá la sensación de haber emprendido el camino hacia ese reino espiritual que tanto anhela. La ciudad de Dios comienza allí donde acaba la ciudad de los hombres. Esa es su meta y no se desviará de ella, aunque proseguir en esa dirección le convierta en víctima de la injusticia y la maldad de sus semejantes.

Nazarín recorre un camino estrecho y lleno de penalidades, pero que él acepta con alegría. Tras la dudosa curación de un niño y un episodio cómico en casa de Pedro de Belmonte, que insiste en identificarle con el patriarca de la Iglesia armenia en peregrinación por Europa, Nazarín atenderá con admirable estoicismo a los enfermos de viruela de Villamantilla. El contacto con la enfermedad solo acentuará su ansia de martirio. Lejos de temer la muerte, sueña con ella y no oculta su desdén hacia la existencia mundana. Ese fervor místico contrasta con el amor terrenal de Ándara y Beatriz. El amor de ambas hacia el sacerdote les ayudará a soportar el horror de Villamantilla, asistiendo a los enfermos mientras la Muerte ejecuta su Danza.

Al igual que en el relato evangélico, Nazarín es detenido en plena noche, mientras reza a cielo raso, acompañado de sus discípulas, las nazarinas. El escarnio que sufre a manos del populacho reproduce los ultrajes que padeció Jesús, cuando fue entregado al poder de Poncio Pilatos para exigir su crucifixión. Galdós no ridiculiza en ningún momento la imitación de Cristo. Simplemente, expone con crudeza sus consecuencias. Como advirtió San Juan de la Cruz, no es posible ser cristiano y eludir el peso de la Cruz. La adaptación cinematográfica que Buñuel realizó en 1959 desdeña lo místico, apostando por el amor carnal y la revolución social. Mucho más profundo, Pérez Galdós nos ha legado una novela magistral sobre la santidad o, si prefiere, sobre la locura de ser cristiano en un mundo ciego, cruel e inmisericorde.

Este artículo contiene, en su mayor parte, fragmentos del artículo de Rafael Narbona, 'Nazarín, juglar de Dios (el cristiano de Pérez Galdós)' publicado en El Cultural

 
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