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Pascual Ortuño, autor de 'Hijos Ingratos': "En los países de nuestro entorno las legítimas se han suprimido"

El magistrado emérito de la Audiencia de Barcelona, especializado en derecho de la persona y de la familia reflexiona sobre los conflictos entre padres e hijos adultos que llegan a los juzgados y cómo la legislación no está adaptada a las nuevas realidades

Pascual Ortuño, magistrado emérito de la sección 12ª de la Audiencia Provincial, especializada en derecho de la persona y de la familia / Cadena SER

Pascual Ortuño, magistrado emérito de la sección 12ª de la Audiencia Provincial, especializada en derecho de la persona y de la familia

Barcelona

Cuando se intentan comprender los conflictos familiares desde la perspectiva de la justicia, es decir, desde el esquema que los legisladores han previsto para el funcionamiento de esta institución tan importante en la vida social, la primera conclusión que se extrae es la del cambio tan drástico que se ha producido en un corto plazo de tiempo en sus fundamentos y en su función social.

A lo largo del siglo XX el impacto de la liberación de la mujer, su incorporación al mundo del trabajo asalariado y la implantación del principio de la igualdad respecto al hombre, dieron al traste con la regulación legal de la familia que se había conformado históricamente. A final del siglo se generalizó el divorcio y se acabó con el principio de la jefatura del marido, porque el modelo anterior estaba basado en una distribución tradicional de funciones por razón del género que devino incompatible con una realidad social de mujeres y hombres libres e iguales.

Reportaje sonoro | La decisión final
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<p>El Código Civil Español, que data de 1889, establece que dos terceras partes de nuestra herencia tiene que ir destinada a nuestros hijos, pero muchos mayores reclaman libertad de testar para dejar sus bienes a las personas que los cuidan, algo que la ley no permite hacer fácilmente</p>

Si focalizamos la atención en la realidad española, la normalización legal de las uniones fuera del matrimonio, de las uniones libres, o de las diferentes opciones de género, concluiremos que la metamorfosis de la institución familiar ha experimentado un cambio copernicano, irreconocible. Si a todo lo anterior unimos el impacto de los procesos migratorios que implican la coexistencia en un mismo país de culturas muy diferentes, veremos que no se puede hablar ya de familia en singular. Son muchos y muy diversos los modelos de familia que existen.

Esta heterogeneidad ha provocado la quiebra del sistema axiológico preexistente respecto a las relaciones intergeneracionales. Los valores propios de la familia tradicional, como el del respeto reverencial a los padres por parte de los hijos, el de la solidaridad económica intrafamiliar, o los deberes éticos de socorro mutuo, están siendo desplazados por un sistema de relaciones libre en el que surgen conflictos de muy diversa índole que difícilmente pueden ser solucionados por una legislación que contemplaba una realidad diferente.

Por ejemplo: el hecho de existir matrimonios sucesivos determina que haya hijos de diferentes padres o madres, lo que tradicionalmente se producía solo anecdóticamente cuando se enviudaba. Y también existen ex nueras y ex yernos que no se sienten vinculados con los padres o madres de sus cónyuges. A partir de aquí ya se derivan nuevas necesidades: la primera es la de prever residencias para personas mayores que no van a poder ser acogidas por sus hijos e hijos. La segunda, el encaje de los descendientes de diversos matrimonios en las empresas o negocios familiares.

Entre los problemas más frecuentes que se suscitan están los derivados de las herencias. El esquema tradicional de la legislación española se sustentaba en la prioridad de la sucesión de los hijos legítimos, que todavía continua vigente respecto a los títulos nobiliarios. La preferencia del varón sobre la mujer en instituciones tan relevantes como la sucesión al trono ya genera problemas de constitucionalidad, por lo que tuvieron que suprimirse instituciones como la de la dote de la legislación anterior. Pero incluso la mejor posición por razón de primogenitura implica una vulneración del principio de igualdad.

Por otra parte, del excelente dato de la prolongación de la esperanza de vida se deriva un efecto que a algunos hijos e hijas “ingratos” no les gusta porque se retrasa para ellos el disfrute de las herencias. Según señalan algunos estudios sociológicos, un porcentaje significativo de hijos e hijas lamenta que sus padres y madres sigan ocupando las mejores viviendas en el centro de las ciudades, que retengan las acciones y participaciones de las sociedades mercantiles familiares y que, en definitiva, acaben con los ahorros conseguidos durante su vida de trabajo. La exigencia a los padres de que les entreguen la herencia en vida, que es un derecho inexistente, origina la ruptura de vínculos que impactan con mucho dolor en las personas mayores y que se agrava cuando se les castiga suprimiéndoles la relación con los nietos.

En los últimos años se han multiplicado en España las peticiones de que se suprima la institución jurídica de las legítimas que, en el código civil español, determina que los hijos e hijas hereden dos tercios de los bienes hereditarios que dejen sus progenitores. De hecho, en la mayor parte de los países de nuestro entorno cultural las legítimas se han suprimido y rige el principio de la libre determinación del causante. En la reforma dela ley de sucesiones catalana ya se rebajó a solo una cuarta parte, que para muchos es todavía excesiva, mientras que en Fuero de Navarra se reduce a una mínima porción. Por otra parte el Tribunal Supremo ha interpretado con mayor amplitud las causas de desheredación por ingratitud, que anteriormente únicamente se admitían en casos muy graves de atentados contra la vida del causante o de su cónyuge.

Aun cuando en nuestra sociedad la mayor parte de los descendientes mantienen los vínculos afectivos y de respeto y consideración hacia sus progenitores, el sistema de vida egoísta y competitivo en el que estamos inmersos ha fomentado también los instintos egoístas en muchos hijos.

En el último libro que he publicado, cuyo título es 'Hijos Ingratos', he incluido once relatos de casos judiciales en los que he intervenido como magistrado, que recogen una gran variedad de comportamientos increíbles que, lamentablemente, se han puesto de manifiesto durante estos meses de la pandemia. Todos debemos reflexionar sobre el abandono en el que han estado muchas personas como consecuencia de estos conflictos, la mayor parte de ellos económicos, o derivados de circunstancias como los divorcios mal gestionados que han generado la ruptura de las relaciones personales entre los miembros de muchas familias.

Me dicen algunos lectores que también hay padres y madres ingratos para con sus hijos. Y es cierto. Pero este puede ser el argumento de un nuevo libro.

 
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