PPSOE entre congresos o cómo Valencia fue la ciudad del amor
Esta es una crónica gamberra que no pretende diseccionar la realidad, un juego radiofónico sobre el amor, el odio y la política. Porque en las pasiones todos parecemos iguales aunque en el fondo queramos ser tan distintos
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Madrid
La crónica política de los fines de semana se ha instalado últimamente en Valencia. Este ha sido el escenario elegido por el PP y el PSOE para exhibir su unidad en forma de abrazos. Los dos polos del bipartidismo que se lo repartieron todo casi a solas durante décadas han ido a parar a la misma ciudad, para similar objetivo, en menos de un mes: enseñar su irrompible amor interno.
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Todos los congresos de todos los partidos poseen esa inflamación de los afectos. En esos días, el militante de base y el dirigente se funden en un empeño común, son más que socios, colegas de partido, son una declaración de eternidad. En política, cuando toca quererse, hay que hacerlo hasta partirse, así se quitó el PSOE aquello del marxismo allá por 1979. Porque la política es el territorio de los afectos desmedidos, de ahí que funcione tan bien (también) con el relato de la traición y del odio.
Aznar contra Rajoy, Felipe contra Sánchez; las citas de García Egea, los aplausos interminables a Almeida; la excitación por el abrazo del primer y último presidentes socialistas de la actual democracia, la inspiración de Adriana Lastra... A veces las cosas parecen parecerse y, a veces, pueden ser, en verdad, tan distintas como un rock y un reggaeton, que parten de las mismas notas del pentagrama, pero tocan para universos distintos. Esto del paralelismo, de aquello que se ensalza en un congreso, partiendo de la casualidad de que el tiempo -octubre- y el espacio -Valencia- les une como un capricho es el punto de partida de este juego radiofónico que pueden escuchar arriba.