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A vivir que son dos díasLa píldora de Enric González
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Con el capitalismo no hay quien pueda

"La familia Sackler y su empresa farmacéutica, Purdue Pharma, se hicieron de oro durante años vendiendo un analgésico opiáceo llamado OxyContin. El OxyContin funcionaba de maravilla contra el dolor. Pero era adictivo. Muy adictivo"

El periodista Enric González / Cadena SER

Madrid

Permitan que les cuente un cuento. Real, por supuesto.

La familia Sackler y su empresa farmacéutica, Purdue Pharma, se hicieron de oro durante años vendiendo un analgésico opiáceo llamado OxyContin. El OxyContin funcionaba de maravilla contra el dolor. Pero era adictivo. Muy adictivo. Los pacientes se enganchaban. Algunos sufrían sobredosis. Otros se pasaban a la heroína, que era casi lo mismo que el OxyContin pero a mejor precio. Los Sackler convirtieron en toxicómanos a millones de estadounidenses.

Cuando se descubrió el pastel, los Sackler se declararon en bancarrota y ofrecieron 3.000 millones de dólares para indemnizar a las víctimas. Los juicios siguen a día de hoy. La consultora multinacional McKinsey, que asesoraba a los Sackler y que, cuando ya se conocían los estragos del medicamento, llegó a aconsejarles que pagaran sobornos a farmacias y a aseguradoras para que el OxyContin siguiera rulando, también indemnizó, con 600 millones de dólares.

El periodista estadounidense Patrick Radden Keefe escribió un libro sobre los muy turbios manejos de los Sackler con el OxyContin. El libro, titulado "El imperio del dolor", fue finalista de los premios anuales que concede el diario Financial Times. Los premios se entregaron el pasado jueves en la National Gallery, la gran pinacoteca de Londres.

El propio periodista explicó luego en Twitter lo interesante del asunto. Lo interesante es que los premios estaban patrocinados por la consultora McKinsey, que en el libro queda bastante mal. Y la ceremonia se desarrolló en una sala de la National Gallery llamada Sala Sackler. Sí, la sala se pagó con el dinero que la familia Sackler obtuvo con el OxyContin.

Qué barbaridad. Con el capitalismo no hay quien pueda.

 
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