De lobos y hombres
"Soy hija de ese lobo. Yo no conocía mi vida y él ya me preparaba para ser sobreviviente. Nada pudo ser mejor. Nada pudo ser peor. No tengo quejas"
De lobos y hombres
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Buenos Aires
Hablé con mi padre. Antes no hablábamos tanto, pero ahora lo hacemos hasta dos veces por día. Él siempre recuerda cosas. Recordó, por ejemplo, que durante años estuvo convencido de que mi bisabuelo había muerto envenenado por una mujer, un dato que yo jamás había escuchado, sobre el que me lancé como un jabalí y que generó una serie dislocada de investigaciones familiares. Pero la mayor parte del tiempo recuerda cosas que tienen que ver con él y conmigo. Ahora, por ejemplo, recordó cómo durante unas vacaciones en una ciudad de provincias, siendo yo adolescente, intenté hacerme amiga de un chico de doce años porque era el guapísimo bisnieto de un gran poeta argentino, Leopoldo Lugones, al que yo admiraba: le enseñé a jugar ping pong, le pagué fichas de pin ball, lo arrastré cada noche a cenar con nosotros. "Parecías Casanova", dijo mi padre, recordando ese episodio sobre el que, en todo caso, nunca creí que hubiera puesto atención (y que ahora resulta casi delictivo). Después recordó otro, también relacionado con una diferencia etaria. Un día de mis ventidós años, cuando regresé a casa después de pasarme horas andando en lancha con un novio, me topé en la sala con un hombre de más de sesenta que, poco antes, me había coqueteado gallináceamente en una fiesta, coqueteo que rehusé de manera inhumana. El hombre, con toda naturalidad, estaba esperándome sin nadie de mi familia a la vista. Me había llevado de regalo un Channel número 5. Yo agradecí, le presenté a mi novio, le dije que tenía que ducharme para salir y lo acompañé hasta afuera. Cuando volví, mi novio estaba furioso y yo, que siempre he vivido bajo el lema "ni pido ni doy explicaciones", le dije "¿No ves que es un perfume falso comprado en Paraguay?". Me debe haber parecido un argumento razonable. Después supe que mi padre estaba al otro lado de la puerta y que, al escucharme, se regocijó. Tantos años más tarde le pregunté algo que, me di cuenta, no sabía: quién había invitado a pasar a aquel hombre, quién había creído que era buena idea. Y mi padre, riéndose, me dijo: "Yo lo invité. Quería ver qué pasaba". Soy hija de ese lobo. Yo no conocía mi vida y él ya me preparaba para ser sobreviviente. Nada pudo ser mejor. Nada pudo ser peor. No tengo quejas.