Mayorga aprueba, y con nota
La sala La Cuarta Pared acoge 'El chico de la última fila', un lúcido texto del dramaturgo Juan Mayorga. La obra está en cartel hasta el 24 de julio
Madrid
El texto, que toma como marco el ámbito de la docencia, es una excusa para reflexionar sobre varios aspectos como la creación literaria, la importancia del saber mirar, la admiración entre las personas, la frustación o el punto de vista.
Juan Mayorga ha escrito un texto audaz y brillante, comprensible a la par que complejo. Retoma de una manera muy particular la narrativa epistolar. Las cartas se transforman en redacciones que van hilando la trama argumental a lo largo de la obra. El chico de la última fila cuenta la historia de Claudio,un alumno tímido y solitario que sorprende de sobremanera a su profesor de literatura al redactar con desmesurada calidad literaria un ejercicio de clase en el que tenían que describir lo que habían hecho el fin de semana. Además, para sorpresa de Germán, el profesor, Claudio explica lo que ocurre en la casa de otro compañero suyo de clase en la que se introduce de una manera aparentemente casual pero que en realidad responde a otras cuestiones más turbias. Parece como si Claudio quisiera vampirizar la vida de los otros porque la suya no le gusta o ya no le interesa. Del mismo modo la vida la transforma en litertura, vive a través de ella. La maraña se va enredadando y cada vez el alumno penetra más en la familia a la que visita para poder continuar con su relato del que su profesor ha quedado totalmente fascinado.
Otro acierto del texto es comprobar como poco a poco la trama se va oscureciendo y elo que en un principio era un juego de niños se va transformando en algo obsesivo y enfermizo. Se valora el esfuerzo de Mayorga por buscar la cuadratura del círculo sin embargo la resolución es un poco forzada y en los últimos embates el texto pierde ritmo.
La obra invierte el tópico de la admiración del discípulo-maestro. Es el profesor quien admira profundamente a Claudio ya que éste posee lo que él nunca tuvo: el don de la escritura. Es un texto metaliterario que reflexiona sobre el propio proceso creador: la necesidad de la experiencia empírica para la escritura, la crítica a las distintas escuelas tradicionales o la importancia del punto de vista. En su disquisición literaria también reflexiona sobre la relación entre objeto sujeto;¿el arte imita a la vida o es la vida la que imita al arte, como proponía Oscar Wilde?
La dirección escénica también es muy acertada. Victor Velasco propone un escenario construido con mesas de escuela en una lograda búsqueda de la esencialidad de las formas. La acción transcurre en cuatro escenarios que se van construyendo ad hoc sobre la tarima de pupitres. Eso le da una gran agilidad a la obra exigiendo un gran trabajo de atención por parte del espectador. Las escenas se van solapando una tras otra a un ritmo frenético. Con el simple click de una lámpara pasamos del despacho del profesor al balcón de la casa de la familia vampirizada. Es una obra que también exige un gran esfuerzo actoral. Los actores tienen que responder a la ágil sucesión de escenas. Además deben de ocupar la totalidad del tiempo y pintar el espacio escénico. A destacar el trabajo del joven Samuel Viyuela que interpreta a Claudio, mostrando una madurez y una solvencia escénica inusitada para sus 22 años. Habrá que seguirle la pista.
La obra se puede ver en la sala La Cuarta Pared, hasta el 24 de julio a las 21:00.
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