Sociedad
Análisis:

El fin de la inocencia

Dicen los sociólogos que la crisis ha acortado los ciclos políticos. A la vista de los resultados en Andalucía y Asturias cabe añadir que ha alumbrado un voto móvil y dotado de una inteligencia superior. Resultados urgentes y la verdad. Eso es lo que piden los electores, que los gobiernos resuelvan sus problemas y que los traten como adultos. Admítase que el ejecutivo de Rajoy -cien exiguos días- no ha tenido margen para solucionar los atascos y amenazas surtidas que nos aquejan. Pero en el camino de las soluciones va implícito el segundo incumplimiento que emerge como regla de oro: la ausencia de verdad.

El PP prometió no subir los impuestos ni aplicar el copago sanitario ni abaratar el despido y tampoco mostró una determinación radical respecto a materias sociales como el aborto o la píldora del día después. Hoy, tras las elecciones andaluzas y asturianas, sabemos que no decir la verdad tiene un coste e intuimos que la sociedad española tampoco aplaude retrocesos sociales que no estaban en la agenda ni forman parte de las preocupaciones de primera línea. ¿Qué hubiera pasado el 20N si el PP hubiera concurrido sin programa oculto?

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Amortizado Zapatero y consumadas las reformas duras, Rajoy ha perdido desde las generales de hace solo cuatro meses 400.000 votos en Andalucía y 110.000 en Asturias. Aunque no sea ortodoxa la comparación sí es sintomática. Contra el paradigma aceptado no se sabe por qué del desapego de los ciudadanos de la política y pese a la abstención, queda establecido que el votante concede un valor supremo a su voto y está dispuesto a entregarlo en cada convocatoria sin grandes atavismos ideológicos y con mucho sentido común. No era oro todo lo que relucía: las reformas tienen un coste y la línea de crédito de la confianza ciudadana es limitada. Ha sido el fin de la inocencia. El electorado, a la primera oportunidad que ha tenido, le ha puesto límites a la marea azul.

Para explicar lo ocurrido en Andalucía, los sociólogos, mientras se afanan en buscar explicaciones a su fracaso y a la vez que actúan como los economistas que vaticinaron la crisis por el retrovisor después de se hiciera carne y habitara entre nosotros, empiezan a hablar del voto de clase. Una teoría perezosa a la que se acogerá el conciliábulo nacional que ha acogido con el rictus avinagrado el resultado andaluz: los que ya vaticinan las tres plagas de la deuda desbocada, la intervención de España y la independencia de Cataluña por culpa de los andaluces y su mala costumbre de votar a quien les da la gana. Esa teoría pasa por alto otra explicación factible y ajena a la coyuntura que explica por qué el triunfo del PP se ha producido solo por un punto y 40.000 votos: la memoria de los andaluces por la transformación profunda de esta tierra a manos del PSOE. Y todo pese a los casos de corrupción, los problemas internos de los socialistas y los 30 años de gobierno, que ciertamente son muchos. Pero el resultado -un espejismo hecho realidad en medio del desierto demoscópico- no debe ocultar los problemas que tiene el socialismo andaluz -y el español- para transformarse profundamente ante el reto de su validación como alternativa de gobierno. Y hay algo más que explica el resultado andaluz: el factor Arenas, quien pese a haberse fajado durante siete años y a tener la situación más propicia de la/su historia no logrará ver un gobierno del PP en esta comunidad de ocho millones de habitantes porque los andaluces así lo han querido. El voto de clase, dicen. Lo que no se atreven a decir es si ese voto ya no sirve a efectos de computar la ecuación universal que rezaba: un hombre, un voto.

Mientras en Asturias el PSOE aguarda a que se abran las sacas con el voto por correo con la expectativa de garantizar un posible gobierno, en Andalucía -y veremos si con efecto rebote en Extremadura a medio plazo- se abre la posibilidad de un gobierno de izquierdas con IU. El reto de Griñán, que obtiene su mayor éxito político con la decisión de separar las andaluzas de las legislativas, es doble: lograr un gobierno moderado, alejado de veleidades radicales, y asumir la agenda más a la izquierda que le exigirá IU en una coyuntura en la que la realidad no parece permitir agendas de izquierdas. La trituradora de la macroeconomía solo entiende de ajustes, recortes y laminaciones de derechos. Es la oportunidad para ensayar ese modelo alternativo que la izquierda dice que existe para la gestión de las políticas públicas en plena crisis, un modelo que nadie ha visto aún y que deberán aplicar a contracorriente y con menos recursos que nunca.

Ahora el Gobierno central, quemadas las nave en los venerables puertos de Tartessos y Gadir, puede volver a cometer el mismo error que Aznar respecto a Andalucía y convertirla en el territorio comanche al que no se le da ni agua. Se equivocará gravemente y cebará nuevas mayorías absolutas socialistas. No hay mejor estímulo para un gobernante que trasformar en agravio a un territorio las agresiones sectarias.

Por el momento, en Andalucía y Asturias los ciudadanos han puesto diques para frenar una marea azul que parecía imparable. Es difícil estar seguro de qué significa exactamente este resultado. Pero sí sabemos que el mensaje implícito es que el PP no tiene un cheque en blanco y que el "hacer lo que toca hacer" de Rajoy se parece mucho al "haré lo que le conviene a España cueste lo que cueste y me cueste lo que me cueste" de Zapatero. Los españoles quieren soluciones pero es misión de un político medir e interpretar la diferencia que existe entre la determinación política y el mesianismo, que no tiene nada que ver con Messi; y lo distinto que resulta preguntarle a los banqueros y empresarios del Ibex 35 por las reformas o dejar que hablen los ciudadanos.

 
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