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Las noches de rock de El Quijote

El restaurante del Chelsea Hotel ha dado de comer durante décadas a las estrellas del rock

Puerta principal de El Quijote Restaurante, en Nueva York

Nueva York tiene mil rincones especiales, cientos de sitios legendarios, lugares donde la música ha eclosionado y evolucionado cambiando el rumbo de la historia, muchos de ellos ya no están pero El Quijote se mantiene inalterable en el número 226 de la calle 23.

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El CBGB, el mítico club del Bowery que sirvió de cuna al punk, es desde 2006 una tienda de moda que mantiene las pintadas en las paredes y que despacha pantalones a 700 dólares y vinilos a 70 euros. Otros locales como el Max Kansas, el Café Wha? o el Apollo han perdido parte de su esplendor. El tiempo no se para en Nueva York, urbe siempre en constante cambio. Nueva York es más segura y habitable que en los años setenta, pero ha perdido su música y ya hace años que los jóvenes artistas cruzaron el río en dirección a Brooklyn en busca de alquileres más asequibles y espacios más grandes.

Hubo un tiempo en el que la clase media abandonaba Manhattan por la violencia y la inseguridad de la isla. Nueva York estaba tomada por las bandas, la corrupción, la droga y la muerte. Los que pudieron se mudaron a los suburbios residenciales. Aquella desbandada fue un reclamo para miles de jóvenes de todo el país que llegaron a la ciudad atraídos por su atractivo y por la caída del precio de los alquileres. Nueva York era una ciudad oscura y peligrosa, pero era un lugar lleno de artistas, de músicos que llegaron a la urbe para revolucionar el sonido de aquellos años sesenta y setenta.

Ese tiempo ya pasó y ahora Nueva York luce limpia, segura, ajena a aquella época. La ciudad que nunca duerme descansa más y baila menos. Ha cambiado mucho, pero sigue existiendo un lugar que desde 1930 se mantiene intacto, ajeno al devenir de una ciudad en constante metamorfosis, El Quijote Restaurant. Este oscuro local en 226 W. 23rd St, junto al Chelsea, fue durante los años de gloria del histórico hotel el refugio de muchos de sus huéspedes. Medio siglo después de que Dylan Thomas o Tom Wolfe echaran sus tragos de media tarde, el local mantiene el mismo aspecto. Mesas recogidas, varios reservados al fondo, lámparas de araña colgando del techo, una larga barra de madera oscura, molinos dibujados en las paredes y la parafernalia típica que representa a la cultura ibérica en el imaginario colectivo. Este restaurante de comida española ha sido el comedor de muchos de los músicos y artistas que habitaron el hotel entre los años cincuenta y los ochenta del siglo pasado.

Por las mesas de El Quijote han pasado casi todos los inquilinos y huéspedes del mítico hotel. Hogar habitual de Patti Smith, como la cantante rememora en Éramos unos niños, su genial retrato de aquellos años, también dio de comer a Janis Joplin, Jimi Hendrix, Leonard Cohen o Bob Dylan. Por allí, desde la puerta interior que lo comunicaba con el hotel, han pasado algunos de los artistas con mayor influencia en la música de los años sesenta y setenta.

El Quijote es el típico restaurante al que ningún español entraría en el extranjero: un refrito de tópicos con un amplio abanico de la gastronomía española, pero es un restaurante bien considerado entre los neoyorquinos y por los turistas de medio mundo que hacen parada a comer tras visitar el hotel. El Quijote debe su fama a Manuel Ramírez, un gallego de Pontevedra que llegó a Nueva York con veinticuatro años y que en los años sesenta consiguió los derechos para gestionar el restaurante, hace unos años renovó su licencia por otras dos décadas, pero lo que debería ser una garantía de futuro no termina de serlo y El Quijote puede tener cerca el final de sus días después del cambio de dueños del Chelsea Hotel. En una entrevista con el The New York Post en el verano de 2011, el hijo de Ramírez se mostraba convencido de que a los nuevos propietarios no les gustaba su presencia, aunque no despejaba ninguna duda sobre el futuro del restaurante o sobre una posible venta de la licencia. "Esas son preguntas para mi padre".

Ante la posibilidad del cierre, el restaurante ha ganado popularidad y a primera hora de la tarde está repleto. Ya no es tan habitual ver rostros famosos entre sus mesas, pero siguen siendo las mismas que en su día albergaron conversaciones sobre Woodstock, donde Smith escribió sus primeros poemas que luego tomarían forma de canciones. El restaurante donde entre langostas, gazpacho y sangría se determinaron algunos de los aspectos del mejor rock estadounidense.

 
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