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Previsión, cansancio y preocupación: así aguardan la ofensiva terrestre de Israel en Gaza

Nadie espera en Gaza un nuevo 'Plomo Fundido', con 1.400 muertos, creen que terminará habiendo una tregua

El hermano del chico palestino Basyoni Faris, que resultó muerto en un ataque aéreo israelí, mira su sangre en una pared de su casa. REUTERS/Suhaib Salem(REUTERS/Suhaib Salem)

El hermano del chico palestino Basyoni Faris, que resultó muerto en un ataque aéreo israelí, mira su sangre en una pared de su casa. REUTERS/Suhaib Salem

Por primera vez, el alcance de los cohetes de las milicias golpea en el corazón de Israel, en sus símbolos, Tel Aviv y Jerusalén.

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Los ciudadanos de Gaza tienen una coraza casi irrompible, la que dan los años de asedio, de ataques y operaciones militares. "Una más", resume Jaled Baraqi, en su puesto de falafel de la calle Al Nasser. Nadie espera un nuevo 'Plomo Fundido', con 1.400 muertos. Creen que terminará habiendo una tregua. Pero la mayoría está convencida de que será distinta, no una "cesión a Israel" como las anteriores. "Habrá paz pactada pero será tras un tiempo de aguante en el que Netanyahu trate a Hamás en una relación de igual a igual. Sólo desde el equilibro entre las partes se logrará algo razonablemente estable", vaticina el profesor de Farmacia en la Universidad de Gaza, Salaj Sousi, un hispano-palestino que lleva cuatro días encerrado en casa con su familia, temeroso de salir y recibir un impacto. Su casa está en una zona que es diana repetida por las IDF, como demuestran las calles y fachadas.

La moral está muy alta, constata el profesor. Por primera vez, el alcance de los cohetes de las milicias golpea en el corazón de Israel, en sus símbolos, Tel Aviv (cuatro impactos) y Jerusalén (uno, en una colonia). Más allá del efecto psicológico de esos golpes, la lectura prosaica y dura: Hamás, la Yihad Islámica y los demás grupos menores tienen armamento suficiente para superar la barrera clásica, impensable, de los 40 kilómetros, y en cantidades industriales. Por eso es generalizada la sensación de que esta vez se puede aguantar más tiempo el pulso a Hamás. Lo dicen hasta los que se declaran afines a partidos contrarios como Fatah.

Esa fortaleza, esa esperanza, que sobre todo busca que se acaben las muertes, tiene una capa importante de preocupación: la de la casi certeza de una intervención terrestre. Los tanques de Israel siguen apostados en la frontera, pero no se ha ido más allá de ese paso. Lo mismo por mar, donde la Armada deja ver sus buques en cuanto amanece. Por ahora, los gazatíes esperan como pueden, tratando de vivir en una tierra dislocada. Aisha Abu Yahni tiene 64 años y siete hijos. En su casita del campo de refugiados de Yabalia viven desde el jueves 32 personas, toda su prole y su descendencia. La casa de su hija, cerca, en Beit Hanoun, fue alcanzada por un cohete, que destrozó cocina y comedor. El miedo los ha llevado a todos a la falda de la matriarca, fuerte, desdentada, coqueta. Relata Aisha que tiene problemas para encontrar comida, porque casi ninguna tienda abre, por miedo a salir a la calle.

Es palpable: sólo en las zonas con alta presencia de la UNRWA, a la sombra de sus oficinas, colegios o ambulatorios, se atreven los comerciantes a sacar su mercancía. El silencio de las calles a pleno sol impresiona. Sólo en el centro de Gaza capital hay más vida. Muchos curiosos viendo los estragos causados, por ejemplo, en la oficina del primer ministro, Ismael Haniyeh. Su bloque ha sido entero reventado y los vecinos de alrededor se han quedado sin luz.

Como ayer viernes el asedio se empleó a fondo con Rafah y sus túneles, los que conectan la franja con Egipto permitiendo el paso de mercancías básicas para evitar el bloqueo, cundió el pánico. ¿Y si mañana ya no entra ni una gota de gasolina? Las estaciones de servicio tenían colas de un kilómetro y gente a pie se acercaba con grandes garrafas. El combustible es esencial para los generadores, los que permiten que esa luz que ahora falta entre los vecinos de Haniyeh tenga alternativa, más en las noches cada vez más frías.

Un grupo de chavales, casi imberbes, cruzan a paso marcial cerca del Parlamento, en el barrio de Riman. Todos con camisetas negras. En el centro portan una camilla, con uno de sus mártires, miembro de la Yihad Islámica. Cantan rompiendo el alba: "Estamos listos para disparar, somos soldados de Alá". Algunos paseantes aplauden, pero la mayoría los mira tristes. Demasiada muerte ya. En la cola de la panadería de los Shahada hay cola para comprar pitas. ¿Más de la cuenta? "No, es lo habitual, pero la gente pide más porque teme que en los próximos días haya más ataques y quiere provisiones. Por ahora tengo de todo para seguir haciendo pan. Seguiré abierto, aunque los demás cierren, porque somos un servicio para el pueblo", afirma el hijo del patrón, Teddy.

En su pequeña empresa, otra consecuencia de los bombardeos: el cambio de ritmo de vida. Su labor comienza a las 3 de la mañana pero sus empleados se han negado a ir tan temprano al horno. Entre las 3 y las 5 es cuando más ataques de Israel se acometen. Están asustados. Han llegado a un acuerdo: que vengan a las 6.

Medicinas, por ahora, no faltan, cuenta Ahmed Farajeal en su farmacia de Yabalia. Farmacia Barcelona, en honor a Messi. "Tenemos de todo, pero si ya tenemos difícil traer las cosas ordinarias, no sé lo que pasará si los ataques siguen. Nos piden medicinas para quemaduras y golpes, muchas vendas, y pastillas para los nervios. Mi mujer está embarazada y lo está sufriendo mucho. Es un horror".

 
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