Gastro | Ocio y cultura

Tres estampas gastronómicas lisboetas

  1. Café en A Brasileira. Esta es una experiencia francamente guiri, pero no conozco a nadie que no haya ido a Portugal y que no disfrutase de la experiencia de un café excelente. Yo, que soy de pedir cortados y cafés con leche ante el temor de que el hostelero me devuelva una penosa achicoria, hasta en la última aldea de Portugal me entrego al expresso con los ojos vendados. Lo vale. En A Brasileira, en el corazón del Chiado, el café hay que tomarlo viendo el buen mundo, al lado de la estatua de Fernando Pessoa, que le daba aquí a la inspiración, o bien en su concurrido interior que está tal y como el poeta lo dejó. Yo de ustedes cogía una servilleta y sacaba un boli, me metía dos cafés brasileiros en vena y probaba a ver si salen versos o, en su defecto, un heterónimo ocurrente para usar en el Facebook.
  2. A ginjinha. Ya saben que lo que más nos gusta a los gallegos es encontrarnos a otros gallegos por el mundo. Aunque a muchos se les ha olvidado, Lisboa fue el destino tradicional de la emigración gallega hasta casi finales del siglo XIX. De los gallegos quedaron en Lisboa muchas cosas, pero aquí hemos creado una de las grandes contribuciones galaicas al bienestar de la humanidad: el licor de guindas. Un gallego, Francisco Espiñeira, les enseñó en 1840 a los lisboetas las bondades del licor de guindas y arrasó. Van cinco generaciones de Espiñeiras produciendo licor, y ya son realmente Espinheiras. En la Baixa, en el Largo de San Domingos, está el local fundacional para pimplarse unas ginjinhas. Tengo tomado muchas allí, pero nunca como hay que degustarlas realmente. Los lisboetas se mandan un chupito entre pecho y espalda a toda velocidad, entre recado y recado, para aliviar los fríos de febrero; la ginjinha de la Baixa no es para detenerse. Si uno se para, es que es turista.
  3. Belcanto. Los gastrónomos portugueses lo reconocen como el lugar al-que-hay-que-ir en este momento. Si las dos estampas anteriores son lo tradicional, el pequeño restaurante Belcanto y su joven chef, José Avilhez, representan lo nuevo, desde el corazón del Chiado. Una sala pequeña, buenos vinos, camareros a toda velocidad, cocina de trampantojos, con fuertes influencias de la vanguardia española, pero también profundas raíces portuguesas. Como con esta raya Jackson Pollock; el pescado braseado, las patatas a murro y la inspiración vanguardista en los cuadros del norteamericano.
 
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