Las entrañas del Teatro Real

Por fuera parece un edificio más del Madrid de Isabel II, una construcción decimonónica. Si se visita por dentro, podemos ver una auténtica obra de ingeniería. Un escenario en el que, según datos oficiales, cabría el edificio de Teléfonica de la Gran Vía de Madrid. El Teatro Real es algo más que una ópera.

La visita comienza en el departamento de sastrería. La Ópera es uno de los pocos teatros españoles que conserva la producción propia de vestuarios. El jefe de nivel 2 del departamento explica que la principal función es "conseguir que el diseño que les llega sea algo verdaderamente útil, que se pueda poner un señor que tiene que cantarse, que tiene que moverse o que tiene que sentarse". Carlos Palomo añade que muchas veces llegan trabajos verdaderamente difíciles. Pone como ejemplo un director de escena que pidió un traje de un "color sin color". Su trabajo precisamente es convertir esa expresión, aparentemente contradictoria, en algo material.

En la misma planta donde se encuentra este sastrería hay una lavandería, varios almacenes de vestuario o una peculiar sala de tintado de tejidos. Si hay una tela que no tenga el color que se desea se puede modificar. Y no solo eso, sino que incluso se puede cambiar el brillo de un tejido. Una anécdota que recuerda el personal fue una ópera, que era grabada por televisión, y que incluía una cama con unas sábanas blancas. Esas sábanas eran demasiado blancas y hacían que la imagen se viese "quemada", con lo cual se tintaron y se eliminó el brillo.

Pelo a pelo

El siguiente departamento es el de caracterización. Su jefa, Rosa María Caballero, explica que ellos se encargan de transformar a los actores en el personaje de la historia que se va a ver en escena. Su trabajo no solo se limita al maquillaje, sino que también abarca las prótesis o pelucas. En este útlimo apartado también son uno de los pocos departamentos de teatros en nuestro país que se encarga de realizar las pelucas "pelo a pelo", un complicado trabajo que requiere mucho tiempo.

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El escenario, la gran obra

El escenario de la Ópera mide casi 1200 metros cuadrados. Visibles son 15 metros de largo, 18 de ancho y 38 de alto. Pero lo verdaderamente interesante es la maquinaria que permite que mientras hay un decorado sobre el escenario visible, otros dos pueden ser montados simultánemente. Y todo gracias a un complejo sistema de maquinarias, la gran joya del edificio. La ayudante de la dirección de escenarios, María Bermúdez, explica que es parecido al de una noria. Se basa en plataformas que se mueven, unas de forma horizontal y otras de forma vertical, lo que permite colocar los escenarios unos encima de otros. En el momento de realizar la visita, estaba montado sobre el escenario una concha acústica (que se utiliza cuando acuden orquestas), mientras que en la parte de abajo se realizaba la preparación del decorado de

Visto desde más de 30 metros de altura se puede apreciar la magnitud del lugar. Una maraña de cables, de focos, de telones, de atrezzo... Una de las ventajas que tiene el edificio, que también lo convierte en único, es que los camiones donde se transportan todos estos materiales se pueden llevar hasta las puertas del mismísimo escenario a través de unas puertas situadas en la Plaza de Isabel II. Y en plena función, un regidor a cada lado del escenario, junto con uno principal, se encargan de comprobar que todo marcha como deba y que no haya ningún imprevisto.

Justo enfrente del escenario, el patio de butacas, uno de los pocos elementos que se conservan casi como en el origen. El edificio pasó por todo tipo de obras, ya que sufrió varios derrumbamientos (hay mucha agua en el subsuelo), fue polvorín durante la Guerra Civil, acogió un Auditorio y un Conservatorio de Música. En 1997 se reabrió como Ópera, su finalidad inicial. Por fuera, un edificio decimonónico, por dentro, un edificio del siglo XXI.