Siete cosas que no entiendo
En la vida hay cosas que uno entiende y cosas que no. En mi caso, las cosas que no entiendo tienen que ver con los números, el deporte, el concepto de normalidad y la falta de empatía. La gastronomía es una de las cosas que entiendo y que me gustan pero, será porque llevo ya un mes en Madrid mientras todo el mundo sigue de vacaciones o por este inesperado inicio de otoño, hace un par de días caí en la cuenta de que incluso en el caso de la gastronomía hay cosas que no entiendo.
Por ejemplo no entiendo por qué los cupcakes (ya no hace falta explicar qué son) siguen estando de moda. No hablo de las pastelerías y las tiendas especializadas, a las que deseo una larga vida de todo corazón, sino de la obstinación de los responsables de contenidos de telediarios, revistas y periódicos a la hora presentar este tema como si fuera una novedad. Vale que están ricos, vale que son muy monos, pero como todo lo que comemos, los cupcakes tienen fecha de caducidad. Y pasó hace tres años. Otra cosa que no entiendo es por qué cuando los protagonistas de una película cocinan, sobre todo si la película es americana, lo hacen con una copa de vino en la mano y un trapo en el hombro. No sé vosotros pero yo, cuando cocino, evito beber por el bien de mis comensales –confundir la sal con el azúcar puede tener consecuencias terribles–, me recojo el pelo y llevo un delantal a prueba de bombas. Un trapo en el hombro sería como enfrentarse a una guerra nuclear con una pistola de juguete. Los premios gastronómicos aparte para las mujeres también se escapan a mi comprensión. Si ha estudiado cocina, si trabaja doce horas al día en su restaurante, si busca, inventa, crea y todo este esfuerzo acaba en un plato que roza la perfección, ¿por qué una cocinera debería llevarse un premio igual y contrario pero al fin y cabo inferior al que se lleva un cocinero? Aquí no se trata de dar vida a un personaje femenino o masculino en la gran pantalla y llevarse un Oscar. Aquí se trata de cocina. El sexo no tiene nada que ver. También hay frases que no entiendo. Entre ellas: “La Nouvelle Cuisine (término que se aplica indiscriminadamente a cualquier plato de cocina no tradicional, da igual si este plato vio la luz ayer y no en los años setenta) no merece la pena porque te gastas un dineral y no comes ná”, o la mítica: “Como en casa en ningún sitio”. A ver, si no nos gustara, aunque fuese un poquito, sentarnos y que nos den de comer, no existiría ni un restaurante. Admitámoslo de una vez. Más cosas que no entiendo: si somos fotógrafos amateur, si nuestra cámara o móvil no son exactamente últimos modelos y, sobre todo, si no tenemos una iluminación adecuada, ¿por qué nos obstinamos en inmortalizar lo que estamos a punto de comer? La comida no es un paisaje: en ausencia de determinadas condiciones, el resultado fotográfico puede ser repulsivo e incapaz de suscitar la envidia de quien lo mira. Que conste que he pecado más de una vez con la cámara de mi móvil, con mejores o peores resultados, pero no por eso diría que esta práctica gastronómica tiene sentido. A veces las cosas que no entiendo pueden llevar al desastre, como la costumbre de comprar fruta, hortalizas y verduras por su (buen) aspecto. Y si no, dedicad unas horas a la lectura de Despilfarro. Capítulos como La agricultura: las patatas tienen ojos te cambian la vida. Finalmente, una cosa que no entiendo son las listas de los “mejores”. En otoño son los mejores churros, en invierno los mejores roscones, en primavera la lista de todas las listas, la de los mejores restaurantes del mundo, nada menos, y en verano, los mejores sitios de la costa donde comer pescado. Estoy de acuerdo en que las listas son útiles porque jerarquizan una información, guían y son fáciles de leer y, obviamente, no se me escapa que esto también es una lista y que no es ni la primera ni la última que escribo, pero siempre me siento incómoda delante de ese “mejor”. Primero porque implica un criterio subjetivo y, segundo, porque "lo mejor” a veces está escondido en algún sitio al que no hemos ido o al que nunca iremos. Un poquito más de humildad de vez en cuando no nos vendría mal. * Imagen: Getty.