Gastro | Ocio y cultura

La cualidad de un café

Este de la izquierda es un café solo con hielo y canela que tomé unos días antes de San Juan en una playa de Portugal. Cada vez que miro esa foto vuelvo al mar bravo y al primer sol de este gran verano. Fue un café emocionante. A mí, que desde hace años me gusta solo (sin azúcar) y con hielo, ese café me dio otro punto de vista.

Mes y medio después hice la foto de ese otro café en una terraza, también con el mar de frente. Esta vez fue en Cádiz. Habían pasado muchas cosas en mes y medio. Había dejado de fumar, por ejemplo, y esta era la primera foto de un café (con hielo y Baileys) sin tabaco. En ese lugar había un cartel que decía: "Joy is in the air". Un rato después, nadaba contemplando la vida en el fondo del mar.

Tomo el café normalmente solo y, sólo en ocasiones muy especiales, con leche. Siempre (siempre) con hielo. Sin embargo, me salto esta regla por norma en Las Vegas. La costumbre la adquirí cuando vivía en Donosti. Cada lunes a mediodía iba a la Bodega Donostiarra y pedía un bocata de jamón ibérico (uf, ese bocata) para llevar. Iba a la Zurriola, me sentaba en el pretil y me comía el bocata (uf, ese bocata), mientras leía, observaba a los surfistas o simplemente miraba al mar. Un rato antes de volver a trabajar, iba a Las Vegas y me tomaba un café cortado con hielo, uno de los mejores que he probado en mi vida. Todo era mejor después.

La de Las Vegas no es mi única rutina cafetera. Despierto, enciendo la radio y hago café cada mañana en mi italiana. De Guillaume Long he aprendido muchísimo sobre cómo hacer un buen café. De cuando fumaba conservo la costumbre de tomármelo en las escaleras del patio de mi casa, sola, en silencio. El del vaso vacío es uno de una mañana de abril sentada en la puerta de la casa del pueblico. Nuestra abuela, que no sigue la doctrina de monsieur Long, lo hace en una cafetera eléctrica y, rayando la blasfemia, lo mezcla con achicoria. Así le gusta a mi padre; a mí, en el pueblico, también.

En casa de mis padres, en cambio, la cafetera es mágica. Aprietas un botón, muele los granos y en un par de minutos sirve un café ligero con espuma. Mi madre lo suele comprar en La Casa del Café, mitad Colombia mitad Kenia, para contrarrestar el puntito ácido del café colombiano. No suelo recordar lo que me gusta hasta que vuelvo a probarlo otra vez. Una de mis meriendas favoritas es ese café con un brioche de Galparsoro.

La víspera de mi primer día en la radio desayuné café en Atuel. Dos años después me fui a tomar uno con Carlos y consiguió convencerme de que volviera a escribir. Un gran café tiene esa cualidad: la de ser una excusa para que sucedan cosas. Ya lo escribió Harkaitz Cano: "La mujer de la que me enamoré me dijo: "No te preocupes de aquellos hombres con los que me acuesto. Preocúpate de aquellos con los que tomo café".

 
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