«Tú conoces el negocio... y yo conozco la química. Pensaba que quizá podríamos asociarnos». Estas fueron las palabras que hicieron de perfectos reactivos químicos para parir una de las relaciones más complejas y una de las parejas más brillantes que ha dado la historia de la ficción, no sólo en televisión. La conversación se produjo en la tercera secuencia en la que coincidían los personajes de Walter White y Jesse Pinkman mediado el capítulo piloto de «Breaking bad». AMC emitió ese capítulo el 20 de enero de 2008. Este domingo 29 de septiembre emitirá el último. Se cerrará así una de las grandes series de la historia de la televisión, que bien podría ser, como ocurriera con «Los Soprano» o «The Wire», una gran película. Y como ya ocurrirá en los dos casos anteriores, el hecho de ser una serie mejoró la obra al ampliar sus capacidades narrativas. Y es que «Breaking bad» siempre ha estado viva, ha sido un organismo vivo que se ha ido desarrollando y cuya evolución era una completa incógnita incluso para su propio creador, Vince Gilligan. Esa evolución se puede apreciar en el discurso, dinámica, velocidad, profundidad y en el método narrativo de las muy diferentes cinco temporadas. Pero es más visible en las disparidades entre lo que Gilligan y el resto de guionistas tenían pensado que fuese «Breaking bad» y lo que, finalmente, ha sido. Para empezar, el personaje del joven yonki, Jesse Pinkman (interpretado por Aaron Paul), tenía prevista su muerte: capítulo 9 de la primera temporada. A Pinkman y su continuo «bitch» («Puta») cada vez que abre la boca lo salvó la huelga de guionistas de televisión y el propio Aaron Paul. Los primeros porque, debido a esa huelga, la primera temporada tuvo que reducirse de nueve a siete capítulos, con lo que se eliminaba el de la muerte de Jesse. A Aaron Paul, Pinkman debe agradecerle su excepcional trabajo. Vince Gilligan ha comentado en multitud de entrevistas que, conforme iban grabando los primeros capítulos de la serie, se estaba creando tal feeling y tal química entre ambos personajes -Walter White, profesor de química y su ex alumno, Jesse Pinkman- que se vio obligado a seguir con ellos. Igual ocurrió con el personaje de Dean Norris, otro actor de notable talento que interpreta a un agente de la DEA, Hank Schrader. Este sólo debía ser el típico personaje recurso de los guionistas, el que sirve para dibujar mejor a los personajes principales porque, en sus comienzos, Hank era todo lo que Walter no. Hank representaba, incluso, lo que a Walter le hubiera gustado ser, no tanto por sí mismo, sino por dar gusto a su familia. Y esta, dar a su familia lo que él erróneamente cree que desean o necesitan es el motor principal de la serie en sus comienzos. Pero el personaje de Hank fue tomando cuerpo y color. Fue cobrando vida. «En principio, [Hank] no era más que eso, un complemento logístico. Pero entonces contratamos a Dean Norris. Cuanto más te acercas a él, más te das cuenta de su inteligencia. Así, Hank se convirtió en un personaje con muchos matices y se integró más en la serie.» Confesaba Gilligan en una entrevista en 2011. «Breaking bad» se nos presentaba como la historia del profesor de instituto sin ambiciones en la vida, sin pretensiones y con amplios conocimientos de química que se asocia con un yonki veinteañero cuando le es detectado un tumor terminal para intentar ganar algo de dinero que dejar a su familia tras su fallecimiento. Algo tan sencillo de entender como improbable de que suceda. Y ese fue uno de los secretos de esta ficción desde sus comienzos: «Breaking bad» supo seducir al espectador, sumergirlo en su historia, convirtiendo tramas improbables en verosímiles. La calidad de esta serie no está en lo que nos cuenta, sino en cómo lo cuenta. AMC confió en el producto. Sabía que era bueno y esa confianza ha sido un elemento fundamental. «Breaking bad» ahora bate récords de audiencia en el canal. El antepenúltimo capítulo de la serie fue seguido por 6,3 millones de espectadores en Estados Unidos. El penúltimo por 6,6 millones. AMC cobra por cada anuncio de 30 segundos que se emite durante un capítulo de «Breaking bad» unos 300.000 dólares. Eso es ahora, pero los comienzos no fueron tan sencillos para esta serie que presupuesta unos 3 millones de dólares por capítulo. «Breaking bad» necesitó 34 episodios para superar los 2 millones de audiencia y, tras 46 capítulos (cuatro temporadas completas), la serie sólo lo había conseguido en una ocasión. Cranston y Paul, pilares básicos Afortunadamente, en Estados Unidos, la figura del creador de una serie es respetada y se le deja hacer y deshacer a su antojo. De ahí que, no en pocas series, sea más fácil escuchar el nombre de quién crea una serie que el de quién interpreta a sus personajes. En «Breaking bad», el trabajo de dos de sus actores protagonistas ha sido tan importante para el producto final como el del propio Gilligan. Bryan Cranston y Aaron Paul han conseguido darles una vida -esto es más que dar vida- a sus dos personajes. Ni Walter White es el mismo ahora que en el inicio de la serie, ni Jesse se ha mantenido impasible. La vida los ha cambiado. Todo aquello que han experimentado, sufrido y provocado les ha marcado su alma. Cranston y Paul, con cada excelsa secuencia entre ambos han posibilitado su progresión propia y la de su partener. En Walter White la evolución ha sido radical, pero sutil: pasamos de un pusilánime profesor que le gustaba vivir a la sombra de todos a un monstruo dominador, capaz de cualquier cosa para secar su ambición. Esa transmutación entre el Walter de la primera temporada y segunda temporada al Heisenberg (alias usado para no ser identificado por la Policía) de las temporadas finales, es la transmutación de los valores del personaje y lo que el personaje poseía. En las primeras temporadas, Walter White deseó ser un Heisenberg, un traficante con carácter y respetado, que siempre se saliera con la suya. Walt deseaba esto porque quería dar a su familia un futuro mejor. No era rico, estaba gravemente enfermo, pero su familia lo amaba. Conforme avanzó la serie, Walt se fue convirtiendo en ese Heisenberg, en ese hombre despreciable para el cual el fin justificaba los medios. Un hombre que todos llegamos a odiar: capaz de dañar a su esposa, de mentir a su hijo, de traicionar a un amigo. Y todo porque el fin justificaba los medios, su gran excusa. Ahora Walt sí consigue lo que pretendía, pero ahora Walt ha perdido aquello que en su día más valoraba: a su familia. Jesse, en cambio, pasa de ser un tipo que se mueve por el mundo de las drogas, por ese fango como un cocodrilo en un lodazal; a ser un chico sin esperanza, con el corazón roto y con una sed de venganza intensa, pero efímera. Cuanto más va creciendo Walt en el mundo de la droga, cuanto más lo vas disfrutando, más lo va odiando Jesse. Aaron Paul nos deleita con sublimes interpretaciones. Su naturalidad ante la cámara llega a compungir. El perfecto personaje que Gilligan regaló a Paul le ha permitido lucirse, pero le ha obligado a dar lo mejor de sí y ha sido un reto a la altura de pocos. Y es que, la dificultad de interpretar a estos personajes se traducía, por ejemplo, en que algunas míticas secuencias de la serie, como la impactante del box cutter, necesitó de 26 repeticiones. «Yo intento vivir lo que le pasa a Jesse de la manera más realista y honesta posible. Ese es mi objetivo.», confesaba Paul en una entrevista a TodoSeries.com «El momento de despertarme y encontrarme a Jane muerta, a mi lado, fue sin duda uno de los más difíciles de interpretar. Intenté ser honesto, no forzar mi reacción. Aquello fue muy duro». Lo más curioso es que ni Cranston ni, mucho menos, Paul podían presumir de una brillante carrera como actores antes de «Breaking bad». Con algunas excepciones, Cranston solía ser actor episódico en diversas series. Es muy comentado -él mismo lo hace- uno de sus trabajos en 1993: poner voz a monstruos de los «Power Rangers». Aaron Paul y Bryan Cranston hacen en «Breaking bad» una pareja genial. «Somos como una familia, con Bryan Cranston como líder. Es un niño atrapado en el cuerpo de un hombre. Y luego se pone a actuar y se transforma en Heisenberg, y piensas: Wow, ¿cómo lo haces? Bryan tiene como esa... luz, que nos ilumina a todos.», comentaba Paul en 2011. La serie, además de un reparto excepcional, se ha valido de otros elementos que la han hecho tener su propia firma y han marcado un estilo muy personal a la hora de narrar. La forma de filmar, rompiendo los convencionalismos en planos de situaciones tan normales como comer, conducir o ducharse. En esta serie, si ayer te filmaban con un plano frontal a Walter White comiendo un sándwich y hoy te lo filman desde arriba, algo diferente te están queriendo contar. El vestuario y la evolución de las ropas de cada personaje ha sido otro elemento de narración importante. Así como las piscinas. En todas las temporadas de «Breaking bad» ha habido alguna secuencia en la piscina de alguna de las casas que ha contenido la esencia de la temporada. ¿Cómo será el final de «Breaking bad»? Atendiendo a esto último de la piscina y a las no pocas veces que creador y protagonistas de la serie han comentado que sería raro que Walter White saliese victorioso de su excursión por el mundo del narcotráfico, el final bien podría ser un Walter White disparado por la espalda y cayendo a la piscina. Mera suposición. Lo que sabemos es que la segunda parte de la última temporada comenzó con un estropeado Walt que llegaba al que fue su hogar y lo encontraba abandonado, pintarrajeado y destrozado por acción y gracia de los ocupas. Fue un flashforward. Muchos interrogantes nos deja la serie para este último capítulo. Muchos personajes aún que no sabemos cómo reaccionarán ante la vuelta a Albuquerque de Walt. Y mucho miedo entre los fans que temen que el final no esté a la altura de sus expectativas. Vince Gilligan ya dejó claro en enero que el final de «Breaking bad» «no va a ser como el de Los Soprano. Para bien o para mal, será un final cerrado». «Nuestra historia ha estado diseñada desde un principio para tener un final cerrado. Diseñada para tener un comienzo, un desarrollo y un final. Y no hay nada más», añadió su creador. Concluya bien o mal, con más acierto o menos, es interesante que «Breaking bad» apueste por un final cerrado. En su día, David Chase eligió un final abierto, aunque sugerente, para poner fin a la mejor serie de todos los tiempos, «Los Soprano». ? Bryan Cranston (@BryanCranston) June 20, 2013 Bryan Cranston, tras la muerte del protagonista de esta serie -James Gandolfini- escribió en Twitter: «Sin Tony Soprano no hubiera existido Walter White». Lo que unirá a los dos personajes, como al de Jesse Pinkman, es que terminen muriendo o no en su capítulo final, para la historia de la televisión serán inmortales. ¡Goodbye, bitch!