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¿Hay vida después del brownie?

Me aburre el brownie. Empiezo a estar harta de encontrármelo en la mayoría de las cartas de postres. Con su inseparable helado de vainilla al lado. Cuando veo el brownie ya sé que a continuación vendrá el inevitable coulant de chocolate (o muerte por chocolate, volcán... como quieran llamarlo), la tarta fina de manzana con helado de canela y, muy probablemente, la tarta de queso con frutos rojos. ¡Viva la originalidad!

Además, con sinceridad, ¿cuántos brownies que merezcan la pena habéis probado en vuestra vida? La mayoría resultan un bizcocho de chocolate amazacotado, apelmazado, con poco sabor a chocolate, sin jugosidad. Lo que hace que me pregunte dónde realmente le ven la gracia a este postre. Por favor, que alguien me lo cuente.

Solo he probado un brownie que me guste y es el de Paco Torreblanca. No es que haya probado el original, que sería ya la leche, sino que una servidora lo elabora ya que cierto día cayó en mis manos su receta. Ese sí es un brownie como Dios manda. Jugoso, húmedo, sabroso, con intenso sabor a chocolate. ¡Solo de pensarlo se me hace la boca agua! Es un brownie para ricos, eso sí. Aplicando un término que leí en un manual de pastelería donde se hacía la distinción del brioche “para ricos” y “brioche del pobre”, dependiendo de la cantidad de mantequilla que incluyese la receta.

Torreblanca incluye un alto porcentaje de mantequilla en su receta del brownie, con lo cual los ingredientes tienen un coste considerable, pero os aseguro que merece la pena. En mi opinión la mantequilla es la reina, nada como ella para mejorar todo lo que toca. Por ejemplo, no hay comparación entre una bollería realizada con mantequilla o con otra grasa. ¡No hay color! Y con el brownie, lo mismo.

Además este postre es el típico que hasta hace no mucho todo aquel que no tenía ningún tipo de conocimientos pasteleros realizaba en su casa y te lo presentaba como si fuera la joya de la corona. Hoy en día ese dudoso honor, el de ser el postre más elaborado por manos no profesionales, ha sido ocupado por los cupcakes. Pero no me enzarzaré aquí con ese tema. Ya en su día les dediqué un post entero.

Otro asunto que no me agrada sobre el brownie es la presentación y decoración del plato. ¿No os habéis fijado en que siempre es igual? Lágrima de salsa de chocolate en el plato, cuadrado de brownie en el centro, quenefa (bola no, ¡lo suplico!) de helado de vainilla encima o al lado del bizcocho, e hilos de salsa de chocolate por encima. Si se lo curran un poco puede ser que hasta le pongan una hojita de menta (el toque refrescante del plato), o una fresa cortada en forma de abanico (el toque vintage) o unos rosetones de nata montada repartidos al azar por el plato (el toque cateto) o las tres cosas juntas, lo que ya es lo más de lo más. Sinceramente, casi prefiero que no se lo curren.

Me gustaría creer que hay vida después del brownie. Que llegará el día en que la carta de postres de ciertos restaurantes se renovará. Ese día esperaré ansiosa el momento. Abriré la carta lentamente, con el cosquilleo en el estómago de no saber qué me voy a encontrar en ella. ¡Será sublime!

* Imagen: Getty.

 
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