Mi 2013 (con la boca llena de flores o de peces)
Un año es, todos lo sabemos, el tiempo que necesita la Tierra para dar una vuelta completa alrededor del Sol. Y alguien podría pensar que si la Tierra comienza y termina su viaje exactamente en el mismo lugar, es como si jamás hubiera partido. Sin embargo, el hecho de que la salida y la meta sean equivalentes no significa que nada se haya movido de sitio. Eso también lo sabemos todos. 2013 ha sido descomunal. Un año aparentemente estático pero que ha transcurrido "como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura". Precisamente con un pez comienza esta lista. Sí, en un alarde de creatividad voy a dedicar este post a recordar mis 13 momentos gastronómicos de un año inmenso.
El rodaballo de Elkano. Es probable que hayas comido rodaballo algunas veces pero la siguiente pantalla de tu vida comenzará al sentarte en una de esas mesas con manteles de lino blanco. Concretamente, después de que pruebes la decena de texturas que, si has prestado la suficiente atención a las explicaciones que te ha dado Aitor, deberías ser capaz de distinguir en ese pez que colea. Después te parecerá que hasta ese momento te has alimentado sólo de palitos de pescado rebozados congelados. Seguramente haya sido así. Elkano es un lugar iniciático, en serio. Quizá en otra ocasión cuente lo del día que comí gónadas de besugo junto a John Lanchester, quien luego me firmó un ejemplar de En deuda con el placer, uno de mis libros favoritos. Pero este agosto peregrinamos a Getaria para celebrar el cumpleaños de nuestra abuela y cumplimos con el ya ritual: visitar el museo de Cristóbal Balenciaga por la mañana y bajar a la hora del aperitivo a comer.
El sushi de ortiguilla del Soy. La primera vez que probé las ortiguillas, hará unos tres años, estuve un rato largo contrastando con mi compañero de mesa lo que había sentido. Así suele pasar cuando como algo que me emociona. En octubre fui con un amigo al Soy (sí, uno de los mejores japoneses de Madrid) y cuando vi el sushi de ortiguilla exclamé algo similar a: "¡Oh, qué buena idea!". Cogí los palillos, lo observé detenidamente, lo introduje en mi boca y... [reacción]... Qué dicha.
Bocata de calamares. ¿Por qué en Madrid es típico el bocata de calamares si no hay mar? La noche que Japón se llevó los Juegos Olímpicos de 2020 fui con un amigo a comerme uno en la Plaza Mayor para celebrarlo. Y qué gran noche. Mi afición por los bocatas me ha llevado a descubrir, también este año, el de pollo de Le pain cotidien. Ahí, en ese lugar que a pesar de ser cadena tiene su encanto y me recuerda a París (y esta es otra historia), me refugié entre humus, ensaladas, tartines y tartas de chocolate gran parte de la primavera y del verano.
Los higos. Entran de lleno en la categoría en bucle. Me pasa con la música y los escritores. Este año he descubierto que, también, con la comida. Nuestro amor comenzó en un brunch en La Traviesa de Conde Duque. Desde entonces, y hasta que los higos verdes desaparecieron, creo que no pasó un día sin que los probara. Algo similar, a otra escala, sucedió con el salmorejo. Uno de mis hits de la temporada fue el de remolacha. Volaba.
Los bizcochos de canela y chocolate. El planazo de domingo por la tarde es sentarse en el suelo de la cocina y ver cómo crece un bizcocho en el horno. Probad. Los bizcochos, además, tienen la cualidad de servir para hacer amigos. Las comidas con amigos en casa acaban con bizcochos. Luego todos quieren más y, quizá, también me quieren más.
Las carrilleras. También sirven para hacer amigos. Algunos pueden dar fe de que nunca sobran. La receta, de nuestra abuela, fue una de las que traje apuntadas cuando hace 10 años vine a Madrid. En ese cuaderno también traía las instrucciones para hacer una tortilla de patatas. Allá por mayo me fui a vivir a con ella una semana y me dejó cocinar una. Durante esos días de encierro vimos y revimos Chico & Rita y La Dolce Vita, me habló durante horas y horas sobre cómo cosía Balenciaga y siguió enseñándome a tejer. De su casa me traje tres libros: El rumor del oleaje, La botánica del deseo (al fin, Pollan) y El reino de este mundo, que leí en su día gracias a mi profesor de literatura en México.
Los tacos de carnitas de pulpo, cochinita pibil y atún de almadraba de Punto de MX. A México quise emigrar tras probar esos tacos. Qué carnitas de pulpo. Qué cochinita pibil. Qué atún de almadraba. Sí, otra vez esa maldita felicidad. Este año también he sido feliz en Chifa y Sudestada, en Alorrenea (qué chuletas), en Petritegi (qué merluza), en Don Lay y en Miyama. Quise quedarme para siempre comiendo ese arroz caldoso con rape que nos recomendó Ana Paula, esa amable camarera, en el Mercado do Peixe de Aveiro. Para siempre.
El café con canela portugués. Ese café marcó un verano.
Atún en Cádiz y bonito en Donosti. Crudo, a la plancha, a la brasa, con tomate, en marmitako. Para desayunar, para comer y para cenar. De todas las maneras y a todas horas. Y las sardinas. Y las antxoas. Y ese puesto de pescado perfecto en el mercado municipal de abastos de El Puerto de Santa María. Eso, justo eso, es el verano.
Una Semana Santa en el pueblico, en familia, como para romper Instagram.
Terrorismo controlado. No, no voy a alzarme en armas ni a echarme al monte. Es sólo la clave del grupo de personas que nos juntamos para aprender a beber vino. El maestro de ceremonias, Colectivo Decantado. Prometo que ya eran así cuando los conocí. Hay que poner de moda el tequila.
Mamia. Es el postre que define la naturaleza de los guipuzcoanos. Y esto es demasiado profundo como para explicarlo en unas pocas líneas. Antes de que acabe el año quedan, al menos, dos grandes momentos gastronómicos más. El primero, en unos 10 días, en la fiesta de buenviaje de Julieta, que se va a dar la vuelta a Asia o al mundo, quizá. Rezad a todos los dioses para que no se le vaya la mano con el pápalo. El segundo, que en realidad son dos, en Navidad y gracias a los clásicos: la ensalada de cardo rojo de la huerta fiterana y el panettone de chocolate de Paco Torreblanca. Estoy salivando.
* Aclaración: los enlaces están para ser pinchados. Esa es su razón de ser. Hagan el favor, pues, de hacer clic al menos en el primero de todos. De nada.