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¡Bienvenida, primavera! (DHE #4)

El viejo refrán dice que "en abril, aguas mil" y así es: con estos días de sol y lluvia, nuestro huerto está precioso. Las vainas de los guisantes y de las habas empiezan a asomar entre las flores blancas, las hojas de las fresas están recuperando su color verde y perdiendo el rojo que cogieron con el frío. Poco a poco las plantas van teniendo altura y se van definiendo, viéndose cual es cada una.

Por eso una de las tareas que han llevado a cabo esta semana los niños y niñas de cinco años ha sido la hacer los carteles.

Yo: ¿Carteles de qué?

Mario: De las frutas.

Yo: ¿De las frutas?

Rafa: No, de las verduras.

Mario: Sí porque la fresa es una fruta.

Cuando decidíamos de qué ibamos a hacer los carteles, se vio que progresivamente van aprendiendo lo que les ofrece el huerto. Y es que, aunque parezca que etiquetar las plantas del huerto sea una actividad sencilla, no lo es.

Nuria: Primero tuvimos que hacer una lista de las plantas porque, si no, no sabíamos cuál planta era.

La lista a la que se refiere Nuria la hicieron por equipos de cinco niñas y niños. Cada equipo hacia su lista y, entre todos, debatían qué plantas creían que había en el huerto. Si no sabían alguna, se lo preguntaban a otros compañeros o me lo preguntaban a mí. Y una vez que cada equipo tuvo su lista escrita y revisada, se repartieron los carteles y cada uno escribió y decoró el que había elegido.

Luego tuvieron que colocar en el huerto, por parejas, el cartel que les había tocado. Para esto tenían que intentar leer lo que ponía y, si no sabían, pedir ayuda a otros compañeros para, una vez descifrado, saber dónde está en el huerto la planta que les había tocado. Ver cómo se organizaban los que todavía no saben leer y observar las estrategias empleadas para averiguar dónde estaba la planta que tenían en su letrero fue, sinceramente, una experiencia muy bonita.

Otra de las características más emocionantes de nuestro huerto, como ya he comentado en otros artíuculos, es la colaboración de las familias. Esta semana un abuelo de una alumna de tres años nos trajo plantones de tomates, que nos vinieron estupendamente para nuestro bancal de abono verde que ya está listo. Además de estas tareas también hemos tenido que trasplantar a macetas la hierbabuena que crecía cerca de los guisantes. Y como ya van apreciando y respetando el huerto, los de tres años, asombrados, me preguntaban: "¿Por qué arrancas esta planta que huele a chicle de menta?". Y yo les explicaba que la hierbabuena tiene unas raíces muy fuertes que les quitan espacio a las otras plantas y que era mejor cambiarlas de sitio.

También he estado limpiando la melisa, cortando las ramitas que estaban feas, y mientras tanto algunas alumnas de cinco reciclaban aquello que yo iba cortando jugando a hacer perfumes.

Pero de repente apareció un cortapichas y cundió el pánico: no se sabía si estaba más asustada la niña que yo tenía a mi lado, que me pedía que lo matara, o el insecto, que nos amenazaba abriendo y mostrandonos sus pinzas. Y es que las mariquitas nos encantan pero los cortapichasnos dan miedo.

Al final les expliqué que no hacía falta matarlo, que bastaba con llevarlo a otro sitio para que no nos molestara, y así lo hicimos.

 
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