Ocio y cultura

Guainía, la desconocida amazonia de Colombia

Aterrizo en el aeropuerto de Puerto Inírida, capital del departamento del Guainía -y la más joven de las capitales de la Región Amazónica colombiana-, y sólo unos minutos después me encuentro caminando entre interminables sabanas repletas de flores de inírida, de largo tallo y forma de erizo, que sólo crecen aquí y en Venezuela de forma salvaje, además de en parques y jardines de África. Las iníridas cambian de color según la época del año y se les conoce como la eterna flor porque pueden permanecer radiantes todo un año. Esta es la magia del viaje: hace pocas horas corría en un taxi por Bogotá para llegar a tiempo a mi vuelo y ahora estoy perdida y desconectada del mundo en estos llanos.

Territorio de planicies, serranía y selva, localizado al oriente de Colombia, el departamento del Guainía limita al sur con Brasil y al oriente con Venezuela de la que le separa el Orinoco. Y en una lancha rápida que aquí llaman voladora navegamos hasta este río, uno de los más largos de Sudamérica con más de 2.000 kilómetros y el tercero más caudaloso del mundo. No me lo pienso dos veces y me lanzo de cabeza a sus aguas de color chocolate–eso sí, descartada antes por mi guía Mauricio Bernal la presencia por lo menos en ese punto de anacondas y pirañas-, cumpliendo así un sueño de mi infancia. Cae la tarde y el cielo comienza a teñirse de rosado y nosotros flotamos en la Estrella Fluvial de Oriente como así bautizó el geógrafo y naturalista alemán Alexander von Humboldt –quien dicen cambió la imagen de América en Europa- a este mágico y bellísimo punto donde confluyen los ríos Orinoco, Atabapo y Guaviare en el que se ha rendido el Inírida unos kilómetros antes. 

Amanecer

Atrás he dejado el frío de Bogotá y aquí me encuentro, en medio de esta inmensidad fluvial, descubriendo nuevos olores y maravillada con la elegancia de las enormes ceibas que apuntan al cielo desde los márgenes. Estoy en el Guainía, en lengua indígena “tierra de muchas aguas”, y sí, doy fe que son infinitos los ríos, caños y lagunas que lo bañan. La Universidad Nacional de Colombia y el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) trabajan desde hace años para que 283.000 hectáreas de este territorio sean declaradas Humedal Ramsar lo que serviría para protegerlas, blindarlas de la deforestación y de actividades extractivas como la minería y la explotación de hidrocarburos, y convertirlas en una de las reservas de agua dulce más importantes del mundo.

Flor-de-Inírida

Ya es de noche y bajo un cielo cuajado de estrellas navegamos hasta el caserío Amanavén, un conjunto de casas que se convierten en flotantes cuando el río crece en invierno. Aquí la cerveza y la cena preparada por Doña Chana saben a gloria mientras sentados en el embarcadero divisamos justo en frente la venezolana San Fernando de Atabapo, localidad que floreció a principios de siglo XX con el “boom” del caucho.

Maviso fue hotel y base militar, pero ahora está abandonado y es en este trozo de roca a modo de isla en medio del río donde pasamos la noche colgados de nuestras hamacas. Despierto acribillada por las hormigas; Humboldt –a quien Simón Bolívar describió como el “descubridor científico del Nuevo Mundo cuyo estudio ha dado a América algo mejor que todos los conquistadores juntos”- también estuvo de expedición por aquí y a propósito de estos molestos insectos escribió en uno de sus libros: “Los mosquitos, y más aún las hormigas, nos echaron de la orilla cuando no eran aún las dos de la noche. Hasta entonces habíamos creído que éstas no se encaramaban por las cuerdas de las hamacas; si lo hacían así o si se tiraban sobre nosotros desde las copas de los árboles, el caso es que nos dio no poco trabajo deshacernos de tan fastidiosos bichos”. Menos mal que el bello amanecer sobre el río Atabapo me hace olvidar las molestas picaduras. Estamos a principios de mayo y hace días que empezó en invierno pero en verano –de noviembre a Semana Santa – el río se retira, casi se puede cruzar a la otra orilla –ya Venezuela- caminando y aparecen unos inmensos playones de arena fina. Tendré que volver para bañarme de nuevo en estas aguas que tiñen de rojo el ácido tánico de los residuos de plantas y árboles.

Colombia

 Cincuenta kilómetros por río desde Puerto Inírida nos separan de los Cerros de Mavecure, tres enormes tepuyes fragmentos del Escudo Guayanés, una de las formaciones geológicas más antiguas del mundo con más de 3 mil millones de años, que discurre por Colombia, Venezuela, Brasil, Guyana, Guayana Francesa y Surinam y en donde se encuentra el 25% de los bosques tropicales del mundo. La travesía es larga y Juan ocupa el tiempo en La Vorágine, única novela del escritor colombiano José Eustasio Rivera ambientada en estas tierras y en las duras condiciones de vida de los colonos e indígenas esclavizados durante la fiebre del caucho.

Dos horas después aparecen las imponentes y negras siluetas de Mavecure, Pajarito y Mono, estas tres rocas graníticas aisladas en medio de la selva, de hasta 400 metros de altura y, según los expertos, “restos precámbricos de una gran formación de rocas cristalinas que han resistido a los procesos erosivos y se mantienen como verdaderas islas del tiempo”. ¡Llegué! Años soñando con este destino, sin lugar a dudas la mayor atracción turística de la zona, y ya estoy aquí; ahora falta subir a la cima del que lleva por nombre Mavecure mientras los otros dos nos desafían con sus imposibles paredes verticales. Esperamos a que caiga la tarde pero ha hecho tanto calor durante todo el día que el granito del cerro desprende fuego. Voy subiendo poco a poco, a mi ritmo, pero siento que me falta el aire. El río Inírida se despliega a mis pies, serpenteando, y frente a mí se alzan los otros dos cerros, más altos, donde sigue encerrada la princesa Inírida, castigada por intentar vivir un idilio imposible. No puedo respirar y a veinte minutos de la cima desisto de mi empeño; si, lo sé, tendría que haberlo intentado pero como dijo Napoleón una retirada a tiempo es una victoria. Harold, Sébastien y Guillermo, nuestro guía, sí llegan y a su bajada me hablan de las impresionantes vistas desde la cima de 307 metros de altura. Y otra vez, a orillas del río, tumbada sobre estas milenarias y rocas y tras darme un delicioso baño en el río, contemplo otro atardecer de los que de verdad no se olvidan.

Cerros de Mavecure

El 80% de la población del Guainía es indígena y está divida en varios resguardos de las etnias curripaco, puinave, tucano, yeral, piapoco, sikuani, cubeo y desano que hablan más de cuarenta dialectos. Muchos de estos indígenas creen que hace millones de años la Gran Anaconda recorría ríos y caños en forma de enorme canoa para multiplicarse por donde iba. Un día, una gigantesca ave rapaz la capturó y la dividió en trozos, dando origen a los distintos pueblos indígenas. Don Carlos Julio Rodríguez es guainarense y capitán de la comunidad de El Venado donde llegamos para pasar la noche. No más de 240 personas viven aquí, dedicadas en su mayoría a la agricultura –principalmente de la yuca- y “olvidadas por un Gobierno que no les hace caso”.

En 1943, la americana Sofía Müller, pastor de la iglesia evangélica Misiones Nuevas Tribus, se propuso la tarea de convertir a los indígenas del Guainía al cristianismo en versión evangélica. Y lo consiguió y desde entonces comunidades como El Remanso o ésta de El Venado están fielmente entregadas a este culto.

Abuela-indígena

Temprano de mañana nos despedimos de estos hermosos cerros que cuando llueve –como hoy- lloran en forma de surcos plata, y ya de regreso disfruto de la quietud del río y de la selva y las nubes reflejadas en el agua. Nuestra próxima parada: la comunidad indígena de Los Cocos donde Doña Nancy trabaja la arcilla para modelar jarrones como aprendió de su bisabuela doña Barcelina y que decora con la fibra de la palma de chiqui-chiqui o marama, mientras que don Melvino se dedica a la pesca de palometa, bocón, guaracú y bagre. Un dato: en estas aguas viven más de 400 especies de peces lo que representa el 32,8 de las de agua dulce registradas en Colombia. De ellas, más de 100 de peces ornamentales viajan desde las comunidades indígenas hasta los aeropuertos regionales y desde allí a Miami, República Checa, Birmania y Japón donde los vuelven a vender como peces de acuario.

¿Y cómo me voy a ir de aquí sin buscar una tonina o delfín rosado a la que los indígenas atribuyen propiedades mágicas y poderes sobrenaturales y que en las noches de luna llena este mamífero se transforma en un apuesto varón que llega a las fiestas y bailes para seducir y secuestrar a las mujeres? Leyendas a parte tengo la suerte de verlos nadar en Caño Matraca, muy cerquita de Puerto Inírida y a donde se llega tras unos minutos en lancha.

gffggf

Ya lo dijo Richard Burton, explorador de finales del siglo XIX: “Uno de los momentos más felices en la vida de un ser humano es el de la partida a un viaje distante a tierras desconocidas”; el más triste, el regreso. Gracias a la aerolínea Satena por esta inolvidable travesía al corazón de la selva amazónica y la gran sabana de la Orinoquía.

DATOS PRÁCTICOS

¿Cómo llegar?

Sólo en la capital, Puerto Inírida, hay carreteras; el resto del departamento sólo se puede recorrer por río. También puedes llegar vía avión, aunque la frencuencia de vuelos es reducida.

Disfruta de este y otros muchos lugares de Colombia en tus próximas vacaciones. Aprovecha y descubre el Caribe colombiano en Cartagena de Indias, déjate llevar por sus espectaculares playas y vive una experiencia inolvidable. 

Recomendaciones

Vacuna fiebre amarilla

Impermeables en época de lluvias, repelente, bloqueador solar, gorra, zapatos para caminar, camisas de manga larga, linterna, toalla, morral pequeño para las excursiones.

Llevar equipaje cómodo empacado previamente en bolsas plásticas para evitar la humedad, contando con ropa de algodón, pantalones y camisas de manga larga, sombrero o gorra, impermeable, linterna, botas de caucho o zapatos tennis para el cambio, cámara fotográfica, tenis o zapatos cómodos, bloqueador solar, elementos de uso personal, medicinas que esté consumiendo en el momento del viaje.

Estaciones

Mientras de abril a noviembre todo se llena de agua y reverdece, de diciembre a marzo el caudal baja y los ríos muestran sus playas.

Texto y fotografíasToya Viudes

 
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