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Rato, poderoso diletante

El expresidente de Bankia, Rodrigo Rato, durante su comparecencia en la Comisión de Economía para explicar la crisis bancaria.(EFE)

Hijo de un rico empresario asturiano, Rodrigo Rato, no era visto como un arribista en la Alianza Popular de Manuel Fraga con la que ya fue diputado en la primera legislatura de una mayoría socialista que se le hizo interminable al político gallego pero que permitió consolidar a la derecha una alternativa creíble con el Partido Popular.

Precisamente Rato, que se había codeado en su época de estudiante con la élite madrileña, fue uno de los cuatro diputados que aconsejaron a Don Manuel en el chalet de Perbes, en agosto del 89, que apostara por José María Aznar y no por Isabel Tocino para ser cabeza de lista.

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Ese apoyo le valió a Rato no sólo llamar José María al presidente, sino convertirse en su todopoderoso vicepresidente que tejió con sus numerosos seguidores una especie de poder paralelo asentado en la administración pero también en las grandes empresas españolas recién privatizadas y en las que situó a personas de su confianza.

Este tejido de influencias le valió mantener cargos de responsabilidad en el sector privado después de haber salido de la política y mantener unas frías relaciones con Rajoy, con quien discrepó abiertamente por la participación de España en la guerra de Irak.

El problema de Rato es su diletancia que le llevó a rechazar hasta en dos ocasiones la propuesta de Aznar de sucederle como Presidente del Gobierno y que le hizo dimitir por motivos personales como director gerente del FMI antes de acabar su mandato.

Muchos dan por acabada su carrera política pero el hecho de que no haya sido todavía expulsado del PP, da cuenta de que aún guarda algunos apoyos.

 
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