El Madrid perdió en el Camp Nou un partido que, por momentos, parecía tener ganado. Los blancos volvieron a demostrar a los más escépticos que en los escenarios grandes y ante rivales poderosos no conviene poner en entredicho su capacidad. Durante la primera parte y hasta el gol de Luis Suárez los hombres de Ancelotti fueron superiores a un Barcelona que parecía sorprendido, noqueado. Afortunadamente atrás quedan ya los complejos de inferioridad, las teorías rácanas y mentirosas que apuntaban a que el Madrid tiene que salir al campo del máximo rival con la única idea de desconectar a Messi, Neymar y compañía a cualquier precio y de cualquier manera. Los blancos fueron superiores jugando muy bien, teniendo la pelota, siendo un equipo solidario en el repliegue y tirando la línea de presión muchas veces hasta el área rival. Sin macarradas ni ideas torticeras. Y el plan le salió bien hasta que el físico aguantó. A los blancos les falló lo que les sobra habitualmente: la pegada. Seguramente Casillas se rindió demasiado pronto ante el disparo de Suárez; Ramos falló en la marca en el primer gol; Bale se quedó en el vestuario en la segunda parte; Ancelotti volvió a estar cabezota en los cambios…Todo eso es verdad, como también lo es el hecho de que el Madrid no mereció perder en el feudo azulgrana y que por momentos su imagen fue brillante. Durante los 90 minutos y también en el post-partido. No se buscaron excusas, no se esperó al árbitro en el parking, no se mancilló el escudo. Se aceptó la derrota con aplomo, se hizo autocrítica y a seguir. La historia de este club está repleta de éxitos y celebraciones, pero gran parte de su leyenda también se basa en la deportividad ante la derrota y en la pelea sin descanso hasta el último minuto del último partido. El Madrid perdió, pero ni hizo el ridículo ni nadie piensa después del Clásico que la liga está acabada. Y eso también cuenta.