Ocio y cultura

Senegal: de norte a sur en un sept-place

En el extremo más occidental del continente africano, justo debajo de donde las arenas del gran desierto del Sáhara van a morir dando paso a un paisaje árido y polvoriento, se localiza uno de los países menos presuntuosos y más sorprendentes de África: Senegal.

Sin grandes parques de fauna salvaje como los de Kenya o Tanzania, sin junglas impenetrables como las del Congo, sin reservas petrolíferas como las de Angola o Nigeria, sin minas de diamantes como las de Sudáfrica, sin coltán que exportar, sin montañas altas, sin ni siquiera tener un tamaño demasiado extenso…; a Senegal no le hace falta destacar por nada en particular.

La bien llamada “Puerta de África” se define en sus pequeños detalles: en sus baobabs, en la sonrisa de los cientos de niños que uno encuentra a su paso, en la hospitalidad de sus gentes, en las coloridas piraguas de sus pescadores, en sus míticos taxi-brousses, en sus cervezas Gazelle, en los llamativos vestidos de sus mujeres y en sus eternos atardeceres africanos.

Senegal es un todo, y así hay que verlo. El mejor de los principios para engancharse a la parte más hermosa de nuestro planeta: el África negra. Os invito a subiros en uno de sus destartalados sept-place, los viejos Peugeot de siete plazas que hacen las veces de transporte público a lo largo y ancho del país, para conocer algunos de los rincones más interesantes que se pueden ver en este paraíso negro.

Nuestro recorrido empieza en el norte, la zona más árida del país. Saint Louis es la ciudad de mayor peso histórico de esta parte del continente. Fundada en 1659 en la desembocadura del río Senegal por un grupo de comerciantes franceses, es junto a la isla de Goreé y la Mezquita de Touba la visita cultural de más importancia del viaje.

A menos de cuatro horas dirección sur llegamos a Dakar. La capital de Senegal suele despertar sentimientos encontrados, en un primer vistazo puede resultar difícil de digerir la mezcla entre el urbanismo europeo y la arraigada tradición africana. Sin embargo, cuando se la consigue tomar el pulso resulta una ciudad muy agradable que cuenta con mercados encantadores, playas soleadas y pintorescas barriadas de humildes pescadores como la de Yoff. ¡¡Ahhhh!!, y todo esto obviando su animada vida nocturna.

Continuando hacia el sur dirección Gambia se van dejando algunas poblaciones de interés como Mbour, que bien merece una visita para ver la llegada de las piraguas cargadas de pescado cuando cae la tarde; y Joal-Fadiouth, una doble población unida por un puente. A Fadiouth (la parte insular) se la conoce como la “isla de las conchas”, ya que según la leyenda sus habitantes crearon este islote a base de arrojar conchas al mar en el mismo lugar siempre. Es el sitio indicado para comprobar la perfecta armonía en la que conviven cristianos y musulmanes en un mismo pueblo.

Siguiendo dirección Gambia llegamos a Toubacouta, un campamento base ideal para explorar uno de los parques nacionales más bellos de Senegal: el Sine-Saloum.

Tras cruzar Gambia se llega a la Casamance, la región más convulsa de Senegal –el último tercio del siglo XX estuvo marcado por sus ansias independentistas-, y también la más diferente en cuanto a paisaje. Las pistas rojizas, los caminos polvorientos y el secarral que caracterizan a la mitad norte del país se tornan en un paisaje verde, de abrupta vegetación y donde el caudal del río Casamance irriga toda la región. Abundan los pantanales, los estuarios, los canales, los meandros y las pequeñas islas, como es el caso de Carabane.

Carabane está situada en la misma desembocadura del río Casamance, es un auténtico paraíso de pequeñas playas con palmeras y donde el mangle es la vegetación predominante. Los diola son la etnia que más abunda y resulta especialmente interesante tratar de conocer sus extrañas costumbres animistas y su fervor por los fetiches, algo que se puede observar de primera mano en la vecina isla de Hitou  (“La isla de los Fetiches”), donde la superstición y los ritos más ancestrales se mezclan con las creencias islámicas.

Virando el rumbo hacia el extremo sureste del país se localiza el último reducto de Senegal dónde se han preservado una parte de la auténtica identidad africana, el País Bassari. Se trata de la parte más tribal de Senegal y es el lugar donde podemos encontrar algunas de las etnias autóctonas del país viviendo en su forma más tradicional. Aquí se encuentran los peul, los bedik, los fulani, y, como no: los bassari. El trekking que va desde la aldea de Ibel (abajo) hasta Iwol (arriba) es una obligación en todo viaje a Senegal.

Iwol está encaramada en lo alto de una montaña y es, sin lugar a dudas, la aldea de más belleza de Senegal. Sus rudimentarias chozas de paja y adobe trasladan al visitante al principio de los tiempos del continente africano, y aún hoy no hay que olvidar llevar con uno mismo una nuez de kola para ofrecer a Jean Baptiste, el líder de la aldea.

Precisamente en Iwol, desde las alturas más elevadas de Senegal, finalizamos nuestro recorrido observando a lo lejos el tupido paisaje guineano. Senegal es solo el principio de un gran continente por descubrir, la mejor de las puertas para entrar en África.

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* Si quieres hacer un viaje similar por tierras senegalesas con un guía local, o tienes alguna duda sobre itinerario, visado, vacunas, etc., no dudes en contactarme. Carlos de Alba.

 
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