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ANÁLISIS

Túnez, una violencia que no llega aislada

Una bala perdida impacta contra un cristal durante el ataque al hotel en Túnez. / ZOUBEIR SOUISSI (Reuters)

Madrid

Hace tres meses los medios ya enunciaban muchos de los análisis sobre el futuro de Túnez que repetimos hoy. Un atentado contra el complejo del Parlamento-Museo del Bardo, en el que murieron 21 personas (entre ellas dos españoles), ya pronosticaba un mal futuro para el turismo y tensiones políticas y sociales en una sociedad ya muy castigada por el terror y otros males; pero también la única que mantiene viva su revolución, su cambio político.

La misma frustración, la misma presión que sufren los tunecinos, es la que sufren millones de personas víctimas de la violencia de los grupos radicales, o de las complejas realidades que coexisten y alimentan esa violencia. Grupos como DAESH, Al Qaeda y otras marcas menores aprovechan factores locales, diferencias sociales, políticas o religiosas, para meter una cuña que rompa esas sociedades.

Podemos empezar por la guerra civil soterrada entre Boko Haram y el ejército en Nigeria, la emergencia de Al Shabab en una desintegrada Somalia (y que como se vió en el ataque al campus de Garissa con casi 150 muertos), Libia y otra lista casi inagotable.

Ejemplo de esa estrategia de usar elementos distintivos culturales y sociales como excusas para guerras de apariencia religiosa, son los atentados contra mezquitas chiitas en Yemen o Arabia Saudí en los últimos meses, con un patrón similar al ataque de Kuwait de este mismo viernes.

La comprensible preocupación por atentados como los de Túnez y Francia hace que a veces no seamos conscientes de las verdaderas circunstancias en que los atentados y ataques se producen en estos países: el de la extrema violencia por parte de terroristas, milicias, y fuerzas de seguridad.

Es incompleto e injusto para las víctimas no explicar que los ataques de DAESH (acrónimo aproximado en árabe del grupo 'Estado Islámico') en Irak y Siria se unen a la sangrienta lista de los ataques aéreos de la coalición encabezada por Estados Unidos, las milicias pro- y antirégimen en Siria (y los paramilitares en Irak), la represión de esos gobiernos, o la bestialidad de los ataques contra civiles en las zonas que no controla Al Assad.

Sólo poniendo en ese contexto el largo listado de ataques, o esas perféctamente filmadas ejecuciones crueles de DAESH, se puede en primer lugar no conceder a estos grupos el beneficio de amplificar el miedo que son capaces de infundir, y en segundo lugar pensar en trabajar con quienes de verdad quieren atajarles, que son las sociedades que los sufren.

 
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