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EL PRIMER ÉXODO DEL SIGLO XXI

Calais, el campo de la vergüenza

En Jules Ferry, en las afueras de la ciudad francesa, se concentran miles de víctimas de los principales conflictos abiertos en el mundo

El letrero que indica el camino del campo de refugiados. 'Centre de loisir' significa centro de recreo, que es lo que era antes: un campamento de verano para niños / Sonia Ballesteros

El letrero que indica el camino del campo de refugiados. 'Centre de loisir' significa centro de recreo, que es lo que era antes: un campamento de verano para niños

Calais

Hace unas décadas, en las afueras de Calais, se creó una zona de recreo donde los niños pasaban unas semanas en verano. Era un lugar ideal para instalar un campamento, cerca del mar, rodeado de zonas verdes. Se le llamó Jules Ferry, en memoria del hombre que instauró en Francia la enseñanza pública, laica y gratuita. Hoy, ese mismo espacio también es conocido como "la jungla" y parece exagerado hasta que uno lo visita.

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En este campo, que no tiene la categoría de campo de refugiados, se concentran en poco más de dos kilómetros miles de víctimas de los principales conflictos abiertos en el mundo. La mayoría proceden de Sudán pero hay afganos, pakistaníes, nigerianos, eritreos y sirios.

Sorprende encontrar en el corazón de Europa, en el norte de Francia, un lugar como este tan sucio y caótico. Sobre todo si pensamos que se trata de un lugar reconocido por "las autoridades" y no de un campo clandestino.

En "la jungla" las tiendas de campaña aparecen diseminadas de forma caprichosa, posiblemente atendiendo a algún criterio basado en la procedencia de quien las ocupa. Hay categorías en el tipo de tienda y algunas son tan precarias que están hechas con cuatro palos a los que han atado algún tipo de tejido. Las calles no están asfaltadas y los socavones se convierten en grandes charcos cuando caen cuatro gotas, si llueve mucho, como esta noche, las calles se convierten en riachuelos de agua embarrada.

Las estructuras más sólidas son las dedicadas a actividades como la escuela, idea de un migrante nigeriano, las mezquitas, la iglesia o los bares. Hay una zona en la que se han ido instalando tiendas donde se venden alimentos, tabaco, tarjetas de teléfono y ya empiezan incluso con la venta de ropa. Cada vez se montan más negocios, nos cuenta George Gilles de SALAM, una organización local que lleva años ayudando a los migrantes. Es más, añade Georges, hay hasta "hoteles" de pago. Se han ido creando las mismas estructuras comerciales que hay fuera, en la sociedad real, las mismas relaciones en las que los fuertes se aprovechan de los más débiles, pero con una diferencia importante y es que aquí esto sucede sin colegios ni hospitales, sin seguridad, sin leyes, concluye Georges. Y ahí es cuando este campamento se empieza a parecer todavía más a la jungla.

En Calais, nadie sabe exactamente cuántos refugiados viven en el Jules Ferry. Desde hace un par de años siempre se habla de unos 3000 pero algunos de los voluntarios con los que hablamos están convencidos de que actualmente hay al menos 4.000 personas. El perfil ha ido cambiando, nos dicen, antes casi siempre llegaban hombres jóvenes solos, ahora cada vez llegan más familias con mujeres, niños y hasta con los abuelos. Esos, añaden, suelen ser los sirios.

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Los migrantes que llegan hasta Calais no quieren quedarse en Francia, todos tienen en común un sueño, una meta, alcanzar Gran Bretaña. Tal vez alguien, nos dice una voluntaria, debería empezar a decir que Gran Bretaña no es El Dorado ni el paraíso para los refugiados.

Tal vez, pero mientras ellos sigan pensando que allí van a encontrar una vida mejor será difícil disuadirles de su empeño. Algunos llevan meses esperando el momento para poder cruzar. Mientras tanto, desde el campo de Jules Ferry, pueden ver la doble verja de metal coronada por concertinas que protege la zona de acceso a los ferrys que cruzan el paso de Calais.

 
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