Internacional

Mundo entre guerras

Mucho más que a un atentado o a los mosquitos, el Papa Francisco teme en África, según sus propias palabras, “la pobreza y la frustración, de donde nacen la violencia, la guerra y el terrorismo”. De una minoría islámica fundamentalista, sí. Y de otra cristiana extremista, también

El papa Francisco durante su visita a África. / STEFANO RELLANDINI EFE

Roma

Kenia, Uganda y la República Centroafricana, con una extensión total que triplica la de España, tienen un PIB medio per cápita de 660 € anuales frente a los 23 mil de los españoles. De los 81 millones de habitantes de los tres países, unos 15 millones son creyentes musulmanes moderados y solo una minoría son islamistas radicalizados. Los cristianos son mayoría, especialmente los protestantes y los anglicanos como resultado de la influencia colonizadora británica y francesa hasta la independencia de los tres países, a principios de la década de los 60. Pero entre ellos no faltan grupos armados de fanáticos cristianos.

En Kenia siguen abiertas las heridas de los 68 inocentes muertos en Westgate en el 2013 y de los 147 estudiantes de Garissa en abril pasado, en atentados terroristas reivindicados por milicianos Al-Shabaab, vinculado a Al Qaeda, a su vez perseguidos por militares kenianos más allá de sus fronteras.

En Uganda no se olvida el extremismo cristiano del llamado Ejército de Resistencia del Señor (LRA) que desató el terror hace una década, con un balance de 12 mil muertos y una limpieza étnica que afectó a 2 millones de personas. Para imponer una dictadura religiosa, su líder Joseph Kony se autoproclamó portavoz de Dios y medium del Espíritu Santo. Empleó a millares de niños como guerrilleros y hoy intenta hacer lo mismo en Sudán. También utilizó a menores en su particular guerra la rebelde Alianza Democrática (ADF) del terrorista cristiano Jamil Mukulu, después convertido al Islam, detenido en Tanzania hace pocos meses.

En la República Centroafricana los cristianos formaron la fuerza paramilitar anti Balaka para combatir contra los musulmanes tras el golpe de Estado del 2013. Éstos, a su vez, armaron a sus milicianos de Seleka para luchar contra los cristianos en una guerra incivil que ha dejado el país sometido a una permanente desestabilización y miseria.

En este convulso escenario africano, el viaje de Francisco adquiere una doble dimensión apostólica y política en un mundo entre guerras. Al margen de la literatura litúrgica, propia de la Iglesia, Jorge Mario Bergoglio advierte a los extremistas musulmanes que no pueden invocar a Dios para justificar la violencia, la guerra y el terrorismo. Pero este mismo mensaje va dirigido también a los nuevos cruzados que, apelando a los Mandamientos de Moisés que dicen defender, los imponen con la brutalidad de las armas como crucifijo a poblaciones indefensas.

Ante el fanatismo de unos y de otros, el Papa recuerda que el círculo vicioso de conflictos en la zona se alimenta del miedo, la desconfianza y la desesperación que surgen de la pobreza y de la frustración. El diagnóstico no es nuevo pero Francisco toma posiciones entre los suyos, sobre el terreno, en la primera línea de las comunidades cristianas dominantes en los tres países. En Nairobi, en Kampala y en Bangui les conmina a luchar por la verdad de los crímenes, la justicia, la reconciliación y para superar los muros con horizontes abiertos. Les pide que pongan fin a las divisiones entre católicos, protestantes y anglicanos y que, de una vez por todas, empiecen a trabajar en un único interés, el de la construcción de la paz y de la prosperidad. El pontífice está convencido que África está cambiado. Reclama el regreso de los refugiados a su tierra y que no se cierren las puertas ni los oídos de los cristianos a los gritos de la pobreza. El mundo, según Francisco, está mirando a África. Con otros ojos.

 
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