Vivir después de matar
Un libro de la periodista Ana Terradillos recoge los testimonios de 11 exmiembros de ETA que decidieron romper con la banda
Madrid
El pasado domingo pudimos ver una imagen inédita en las calles de Bilbao, donde antiguos reclusos y huidos de ETA instaban a los presos de la organización a aceptar la legalidad penitenciaria para lograr su libertad lo antes posible. Al frente de la manifestación que reunió a miles de personas, José Antonio López Ruiz Kubati, el asesino de Yoyes.
A mediados de marzo, en otra imagen que no se había dado nunca, casi 700 expresos etarras se reunieron en la localidad guipuzcoana de Usurbil para firmar un documento apoyado por la Izquierda Abertzale en el que se levanta de forma tímida el veto que durante años ETA ha mantenido sobre los presos de la banda.
ETA ha mantenido siempre su disciplina y control en las cárceles. La banda terrorista, a través del autodenominado Colectivo de Presos Vascos, los abogados de ETA, ha obligado a sus reclusos a mantener huelgas de hambre e incluso no les ha permitido recibir a sus familiares, que llegaban a conducir hasta 900 km para ver a sus seres queridos. Las deserciones siempre se han pagado caras en ETA, en algunos casos hasta con la muerte, pero en el año 2009 se experimentó con una fórmula que facilitaba la salida de ETA a todos aquellos que diesen muestras de querer abandonar la violencia. En aquel entonces había 700 presos en las cárceles españolas y solo 23 dieron el paso. Ellos son los protagonistas de Vivir después de matar.
Su reencuentro con la vida; su relato del infierno que dejan atrás, un mundo irreal construido a base de dogmas; las observaciones que hacen cuando salen de lo que ellos califican de secta; y, sobre todo, la sensación palpable de que están en tierra de nadie, abandonados por una sociedad que en su día les dio la espalda por su apuesta por la violencia, que sigue sin confiar en ellos, y abandonados también por los suyos, sus excompañeros, quienes ahora los señalan como arrepentidos.
Vivir después de matar es un libro de investigación de la periodista Ana Terradillos editado por la Esfera de los Libros, que tiene como escenario la cárcel alavesa de Nanclares de Oca y en el que 11 exmiembros de ETA cuentan su vida por primera vez. Ese es el valor que tiene este libro. Se pone nombre y apellidos a los que han decidido romper con ETA. Nombres que siguen produciendo escalofríos, como Idoia Lopez Riaño, Valentín Lasarte, Josu García Corporales o Fernando de Luis Astarloa.
La autora asegura que "no ha sido fácil convencerles de que acepten entrevistarse conmigo". Ha estado cara a cara con la mayoría de ellos. "Algunos han aceptado responder a un cuestionario muy detallado y otros me han enviado material, cartas y documentos que han ido elaborando bajo los muros de prisión".
La Vía Nanclares incluye cuatro condiciones que para un terrorista no tienen que ser fáciles de asumir: deben pedir perdón a las víctimas, desvincularse de la violencia, asumir el daño causado y, lo más difícil, colaborar con la justicia. De hecho, solo tres lo han hecho hasta ahora.
No es fácil ser un exterrorista
Cada uno tiene su historia, pero de todos ellos según los relatos que aparecen en el libro se saca la misma conclusión: no es fácil desvincularse de ETA ni tampoco ser un exterrorista, y más si te acoges a la Vía Nanclares. Deciden dar el paso después de muchos años de reflexión, algunos entre cinco y seis, y tienen miedo a las consecuencias. Cada uno tiene su razón, pero muchos coinciden en la sensación de hastío que sienten después de treguas fallidas y de amenazas contra ellos y sus familias por no cumplir las directrices marcadas. La banda es cruel y los presos nunca han importado a ETA. Otros lo dejan por amor, por la religión, por la sensación de tiempo perdido o sencillamente porque se cansan de ser moneda de cambio.
Josu García Corporales está condenado por pertenecer al Comando Madrid, el más sanguinario de ETA y que el 17 de octubre sembró el terror en el madrileño barrio de Aluche, mató a un teniente de artillería del Ejército e hirió a Irene Villa, a su madre y a otro comandante de Infantería. Él dice que nunca participó en estos atentados, pero ha estado más de 20 años en la cárcel. Nunca le habíamos escuchado antes y fue el primero con el que me reuní.
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Gorka (nombre ficticio porque no quiere identificarse) se cansó de lo que él califica como la secta en la que estaba inmerso. Con una larga condena, tardó mucho tiempo en tomar la decisión. Su familia le apoyó desde el principio. Su testimonio resulta escalofriante: "Yo he tragado durante casi cinco años. Tragas, tragas, tragas... callas, callas, callas... Yo lo comparo con violencia de género".
Los mal llamados arrepentidos
Este libro no habla en ningún momento de arrepentidos. Ellos se llaman disidentes porque todos insisten en evitar un término que dice que les convertiría en traidores. Sin duda, es parte del debate que propone este trabajo: ese miedo al término y a la sensación de que detrás de cada línea de su relato se proyecta la sombra silenciosa y negra del autodenominado Colectivo de Presos Vascos, el EPPK.
Cuenta Ana Terradillos que a todos les ha preguntado por qué no aceptan el término y es llamativo las vueltas que dan para no contestar a la pregunta. "No me atrevo a afirmar si hay arrepentimiento político o es un arrepentimiento por el tiempo perdido. No es mi papel porque lo que me toca es solo poner sus historias sobre la mesa para que cada uno saque sus propias conclusiones, pero lo que es cierto es que todos detallan que la banda se ha comportado como una secta y los que la han integrado durante años aseguran que la amenaza persiste de por vida, dentro y fuera de los muros de prisión", asegura la periodista.
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La historia de los encuentros restaurativos entre expresos y víctimas
La historia de los encuentros restaurativos entre víctimas y terroristas comenzó en febrero del 2011 en la cárcel de Nanclares de Oca. Oficialmente duró algo más de un año, pero en realidad se prolongó de forma oficiosa durante varios más. El escenario de la mayoría de los encuentros fue un pueblo de Navarra, en casas particulares propiedad de algunos de los mediadores. Organizadores y mediadores nunca se plantearon como objetivo inicial que los presos pidiesen perdón y mucho menos barajaron que las víctimas pudiesen llegar a perdonar.
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No tienen todas las cartas a su favor para reinsertarse. Cuando dejan la banda quedan en tierra de nadie. Abandonados económicamente por los suyos, socialmente por una ciudadanía que, con razón, hace mucho tiempo les dio la espalda por matar y abandonados por el Estado, que no les ha facilitado su reinserción laboral.
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De todas formas, a nivel simbolico la Vía Nanclares ha sido un éxito en la lucha contra ETA. Informes recientes de las Fuerzas de Seguridad que se publican en exclusiva en este libro apuestan por esta opción como la única para resquebrajar lo que queda de la banda terrorista tras más de cuatro años sin matar.
En una entrevista que se publica en este libro, el juez Castro, que ha firmado todos los terceros grados de estos exetarras, contesta de forma tajante que el éxito de la Vía Nanclares es "cambiar el cerebro de una persona, alguien que mata por ideología". Cuando escuchas Fernando de Luis Astarloa contar qué sentía cuando mataba reconoces que ese es el mérito.
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A pesar de que no fracturó el colectivo de presos como se pretendía en un primer momento, a nivel simbólico la Vía Nanclares sirvió para evidenciar una grieta en el búnker. Siempre teniendo bien presente que ETA ha matado a más de 800 personas, 23 presos de 700 decidieron desvincularse de la banda y plantarle cara, y por eso establezco una discriminación positiva, sin olvidar sus victimas y que el hecho de haber pertenecido a un grupo terrorista te acompaña toda la vid.
- Sinopsis