Internacional
TRIBUNA

Javier Couso en Siria

Entrevistarse con Asad en busca de paz, negando sistemáticamente las masacres, las torturas, las desapariciones y todo aquello que está sobradamente documentado, solo puede obedecer a dos cosas: cinismo o ignorancia

YOUSSEF BADAWI EFE

Hace unos días nos llegaba la noticia de que el eurodiputado de Izquierda Unida Javier Couso, junto con otros dos miembros del Parlamento europeo, ha viajado a Damasco para reunirse con Bashar al-Asad y explorar las posibilidades de paz en Siria. Lo ha hecho a iniciativa propia y tras meses de preparativos. La noticia podría haber terminado ahí, y tratarse de una mediación internacional al estilo de las que han realizado los múltiples enviados de Naciones Unidas, que, a diferencia de Couso, al menos tuvieron la perspicacia de reunirse también con representantes de la oposición política siria. Sin embargo, el papel de Couso implica mucho más que eso.

Para empezar, la noticia ha aparecido en la página de Izquierda Unida, lo que implica de lleno al partido y convierte la situación en una toma de postura clara e inequívoca de esta formación. Teniendo en cuenta que en las pasadas elecciones del 26-J Izquierda Unida formó parte de la coalición Unidos Podemos, su visita implica también a los miembros de esa coalición, que hasta el momento, los líderes de Podemos e IU parecen dispuestos a mantener.

Hasta el momento, nada debería preocupar al lector y, en concreto, a los votantes y militantes de esta coalición. No obstante, existe un pequeño detalle: Javier Couso ha defendido, como muchos desde la plataforma de Izquierda Unida –concretamente los ligados al PCE, aunque no exclusivamente- a capa y espada desde marzo de 2011, (cuando descubrieron la presencia de Siria en el mapa gracias a una revolución popular que salió a pedir algo tan básico como dignidad frente a la férrea dictadura asadiana) al “legítimo gobierno democrático de Siria”, encabezado por Bashar al-Asad.

Más aún, en los primeros meses, o quizá durante todo un año, negaron lo que sucedía en Siria, basando su retórica en “fuentes alternativas”, bajo el lema de que “la verdad es revolucionaria”: todo se había grabado en escenarios preparados en Qatar, sede de Aljazeera. Al parecer, un diminuto país podía albergar en sus entrañas toda la geografía siria, sus usos y costumbres, sin que ello afectase al ritmo de vida de los habitantes del mismo.

En 2012, el mismo Javier Couso proyectó un vídeo en que se cuestionaba la veracidad de los ataques del régimen contra la población, en una especie de alegato en defensa del régimen de Bashar al-Asad, para demostrar su inocencia y la conspiración en su contra. 

Al producirse la masacre química de 2013, sobradamente probada en un informe que no debía señalar al claro culpable, Izquierda Unida convocó una manifestación -donde eran mayoría aplastante las banderas comunistas-, contra la agresión imperialista, bajo el lema "No a la guerra contra el pueblo". Resulta cuanto menos gracioso que les preocupara un potencial ataque estadounidense que nunca se produjo y no las masacres diarias contra ese "pueblo".
¿Por qué debería el señor Couso defender a un régimen capaz de eso y de mucho más, como lanzar barriles explosivos sobre la población? La respuesta es sencilla: existe un halo de sacralidad muy potente alrededor del régimen, que se declara antiimperialista y amigo del pueblo palestino (al que ya en mayo de 2011 envió a una muerte segura en una manifestación sin precedentes en la frontera del Golán: quiso mandar un mensaje a Israel de que de la estabilidad en Siria dependía la suya, y no recuperar los territorios ocupados hace décadas).

Simplemente con eso, el dictador más sanguinario de la historia reciente, digno sucesor de su padre –a quien ha superado con creces-, se ha granjeado el apoyo de amplios sectores de la izquierda (y paradójicamente, aunque por otros motivos que no vienen al caso, pero muy relacionados con el terrorismo que él mismo ha propiciado, de la derecha más extrema).

Periodistas de renombre, que han arriesgado su vida por contar lo que sucedía, como Mónica Prieto o Javier Espinosa, que fueron de los primeros en saltarse la barrera de la denegación sistemática de visados a los medios para entrar en territorio sirio, han sido denostados por su labor. El ataque que acabó con la vida de Marie Colvin, cuya familia acaba de señalar con nombres y apellidos a las personas que se ocuparon de quitarla de en medio, podría haber acabado también con la del tocayo de Couso, que se salvó por una de esas casualidades de la vida, aunque más tarde su suerte se truncara durante meses. Ese ataque fue perpetrado por el régimen sirio, que se puso por objetivo a los periodistas y todo aquel que llevara una cámara desde el primer día.

Mónica, irónicamente, recibió el premio José Couso de periodismo por su magnífica labor como reportera desde que pasara las navidades de 2011 en Homs. Dicho premio rememora el asesinato del hermano de Couso en Irak; sin embargo, este embajador de paz parece establecer distinciones entre cómo mueren unos periodistas y cómo mueren otros en función de quién los mata, y eso, desde un punto de vista objetivo, supone una renuncia absoluta a los valores que debería defender esa izquierda; entre ellos, la dignidad. Una dignidad que él ha negado a los sirios que se levantaron contra Asad, pues según él, o son terroristas o son agentes del imperialismo de EEUU (no del imperialismo ruso, porque Rusia no es imperialista).

Entrevistarse con Asad en busca de paz, negando sistemáticamente las masacres, las torturas, las desapariciones y todo aquello que está sobradamente documentado, solo puede obedecer a dos cosas: cinismo o ignoranciaSería bonito pensar que se trata de la segunda.

Naomi Ramírez es doctora en Estudios Árabes e Islámicos, especializada en Siria.

 
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