Fidel Alejandro Castro Ruz, cubano de raíces gallegas, alumno de los jesuitas, condenado en su juventud por el asalto al cuartel de Moncada y exiliado en México, tenía 30 años cuando desde Sierra Maestra encabezó la revuelta contra el régimen de Fulgencio Batista. El 1 de enero de 1959 los barbudos bajaron de la sierra, el ejército se plegó y Batista huyó del país. Castro llegó a La Habana el día 8. Durante los años 60 expropió los latifundios y nacionalizó empresas extranjeras, la mayoría norteamericanas. El intento de invasión de Bahía Cochinos y la crisis de los misiles echó a Fidel en brazos de la URSS y la revolución tomó el apellido marxista-leninista. De la revolución romántica se fue pasando al socialismo real. Viejos compañeros como el «Che» fueron cayendo y Fidel acaparó el poder: primer secretario del partido, presidente del consejo de estado, jefe de las fuerzas armadas... Un régimen de austeridad y disciplina económica en el que la ayuda de la Unión Soviética fue decisiva, se combinó con la persecución a muerte de la disidencia política. Cientos de miles de cubanos, desde el exilio, añoraban su tierra y se organizaban contra el régimen. Otros dentro de la isla aspiraban a salir y lo intentaban a veces de forma desesperada. La caída del telón de acero estranguló aún más la economía. El régimen castrista inició una tímida apertura económica pero impidió férreamente la salida de cubanos tras la crisis de los balseros, en 1995. Encastillado en sus convicciones, Castro alimentó al pueblo con soflamas, y este le fue leal aún trampeando pesos con dólares en su vida cotidiana. Siguió emocionándose con sus larguísimos discursos mientras a la isla llegaba el capitalismo en forma de hoteles y turistas. Y se abrían las iglesias, y el, papa le decía al comandante: «Que Cuba se abra al mundo». Y la Unión Europea le exigía la apertura democrática. «¿Qué es un dictador? -se preguntaba Castro delante de los micrófonos occidentales-. Si acaso un tipo que hace lo que quiera. Y yo soy el tipo que menos puede hacer lo que quiere en su país». En los últimos tiempos castro sufrió desvanecimientos, caídas... hasta que cedió el poder por primera vez en 47 años a su hermano Raúl. Su salud fue siempre un secreto de estado, como antes lo fue su vida personal, sus sucesivas mujeres y sus numerosos hijos. Por eso los cubanos se sorprendieron al ver su imagen en pijama, demacrado, mientras se preguntaban: «¿Y qué pasará después de Fidel?». Mientras los medios de comunicación de todo el mundo preparábamos y reactualizábamos su biografía, Fidel pasaba ya a la trastienda del poder, rodeado de su guardia pretoriana, custodiando su fascinante personalidad, compleja y contradictoria, pero firme en una idea, que expresó un día: «Pienso que durante cientos de años hubo Cuba sin Fidel. Yo seré un soplo en la Historia, polvo, pero mi conciencia está tranquila. Tardarán quizá mil años, pero la Historia me absolverá».