Internacional
Perfiles europeos: Martí Grau, conservador en la Casa de la Historia Europea

Europa: hacer del vicio, virtud

Europa como mito, Europa como un espacio geográfico, Europa como un conjunto de valores... La "Casa de la Historia Europea" es un museo del Parlamento Europeo, un espacio de nueva creación en el que del principio al fin sorprende la ausencia de voluntad política como si el proyecto común que ha llevado a la Unión que hoy conocemos no tuviera motor, ni respondiera a ninguna razón determinada. Como si el Parlamento no se reconociera en ninguna entidad supranacional. "Bueno, en esta primera parte, lo que hacemos sobre todo es reflejar la idea del tejido del continente europeo. No tanto si lo llamamos Europa o si lo llamamos de otra manera", dice Marti Grau, parte de este proyecto desde el inicio.

Martí Grau, junto a uno de los carteles que se muestra en la exposición de la Casa de la Historia Europea" / Griselda Pastor

Bruselas

¿Por qué el un museo como éste no empieza reflejando la voluntad política de avanzar hacia la unidad? ¿Por qué es Europa como territorio, y no la Unión Europea como proyecto, la que abre el camino hacia las diferentes salas de exposición? Son las preguntas que me vienen a la cabeza nada más arrancar la visita.

Martí Grau me explica que justamente han querido mostrar una “interacción constante en términos de conflicto y de cooperación que definirá el espacio y la proximidad de sus habitantes”. Después añade que "cuando se dan los primeros pasos tampoco se hace desde una perspectiva clara de hacia dónde se va”. Así que el museo que subvenciona el Parlamento Europeo, la institución mas política de la Unión Europea, define este proyecto como “algo que camina hacia la unidad pero no como algo preconcebido, sino como algo que se explica a partir de distintos acontecimientos y es siempre el resultado de algo inesperado”.

El recorrido por el museo arranca con la historia de la princesa libanesa Europa, raptada por el dios Zeus, que bajo forma de un toro la llevará a través del mar hasta la isla de Creta. "Un mito machista, sí, como muchas cosas del pasado. Muy machista porque los autores clásicos no se ponían de acuerdo hasta qué punto el rapto fue consentido o hubo violencia", reflexiona Martí mientras nos guía a través de vitrinas cargadas de préstamos a largo plazo, como el libro cedido por la Universidad de Murcia, unas “Metamorfosis de Ovidio” imprimidas en Parma a principios del siglo XVI.

El tercer piso sae centra en la industrialización y sus transformaciones sociales con las imágenes de la Primera y la Segunda Guerra Mundial, pero tampoco aquí hay un motor político que nos lleve hasta la Unión Europea, a pesar de todos los discursos que en sede del Europarlamento han afirmado que el proyecto nacía de la voluntad de crear un espacio de paz tras esos enfrentamientos bélicos.

“El idealismo es importante para entender la Europa de hoy”, nos dice Martí Grau “pero quizás hay otros factores como el miedo o el interés económico de cara a la reconstrucción”. O sea, que una vez más “no hemos querido adherirnos a este discurso de finalmente la paz porque juegan también otros factores”.

El espacio dedicado al Holocausto tiene poco que ver con el análisis crítico de Hanna Arendt. Uniformes y estrellas de David son el mudo testimonio de un drama, ubicado detrás del espacio central que parece no tener responsables ni territorio geográfico adscrito. Martí Grau niega que hayan querido evitar herir la sensibilidad alemana o la polaca, y nos explica que justamente los conservadores que se han ocupado de este periodo “eran de identidad judía y polacos que no se han dejado influir por estos debates”. Pese a la explicación, la pregunta sigue ahí: ¿por qué el Holocausto no está en el centro de todo el recorrido? ¿Por qué la masacre de civiles asesinados sin que ningún estado los defendiera, dando por hecho que su origen pesaba más que los derechos que como ciudadanos les daba el pasaporte, no es el centro de esta Casa de la Historia Europea? Grau admite que la guerra fue decisiva pero añade que "por sí sola, la necesidad imperativa de la reconciliación no hubiera explicado que los europeos, pasados los dos conflictos mundiales, decidieran ponerse de acuerdo”.

Los movimientos revolucionarios “tienen también su importancia y nos interesaba reflexionar sobre el flujo de las ideas porque el intercambio a nivel intelectual fue muy importante para que el idealismo pan europeo pudiera germinar”. Grau nos habla de las movilizaciones y los contactos transnacionales previos: “No hemos rehuido la importancia del Marxismo porque no se trata de crear un criterio ideológico sino de exponer la diversidad de influjos que hubo en todo momento”.

Al respecto, es consciente de que “en algunos medios ha sorprendido que tengamos el Manifiesto Comunista expuesto”, pero justifica la decisión porque “Marx escribió este pequeño librito en 1848 en la Grande Place y por lo tanto es algo local y a la vez Europeo”. Hablando pues sobre revoluciones nos detenemos ante la portada de una revista promovida por el poder fascista en la Italia de la preguerra: “Anti-Europa”, una edición de 1933, el año que Hitler llegó al poder. Entre los nombres de colaboradores descubrimos el de Francesc Cambó: “Realmente sorprende la cercanía de políticos de tradición conservadora con un movimiento que se llamaba revolucionario y que era claramente fascista, ubicado en la ultraderecha”, reflexiona Grau sobre una colaboración que termina con el ascenso del nazismo. "Tras el eje Roma-Berlín muchos conservadores ya no pudieron estar de acuerdo y en la derecha se dibujan claramente dos bandos diferenciados”, concluye.

Los bombardeos italianos de Barcelona en 1938 tienen también su foto junto a una copia del libro de Orwell “Homenaje a Catalunya” y el brazalete que llevó en un campo de concentración nazi el presidente Largo Caballero. A poca distancia se muestran imágenes de ejecuciones de judíos en Ucrania y objetos refundidos por la bomba nuclear contra Hiroshima.

Así, de vitrina en vitrina alcanzamos por fin el sueño europeo: “Los Estados Unidos de Europa impedirán que nos aplasten los bloques”, se lee en un cartel. Es una edición francesa en la que se intenta mantener el equilibrio entre las banderas de los Estados Unidos y de la antigua Unión Soviética. Equidistancia que resultó fallida para el sueño de una élite, según Grau: “Hemos puesto esto aquí no para ilustrar no un estado general de la opinión, sino lo que pensaba una pequeña minoría”, dice antes de matizar enseguida que la ayuda recibida estadounidense recibida tras la guerra mundial puso al proyecto europeo que quería empezar a existir bajo el paraguas norteamericano.

Desde su punto de vista, incluso la ilusión de una Europa alternativa a las potencias militares podría ser mentira: “Hay expertos que creen que este discurso pacifista fue la alternativa al fracaso de construir la Comunidad Europea de la Defensa”. Un fracaso francés, añade, porque fue Francia quien rechazó el proyecto en el año 54, algo que obligó a “hacer del vicio virtud”, concluye Martí, confiando en que la visita le sirva a cada uno para replantearse las ideas con las que entró.

Microespacio Ser Europa / Perfil Marti Grau

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