Sociedad
Malos tratos

Hija, no me pegues

Cada día 13 familias denuncian a sus hijos por malos tratos. Los chicos siguen siendo los principales agresores pero cada día hay más niñas maltratadoras. La Comunidad de Madrid tiene un centro especializado en la reeducación de estos menores acusados de maltrato familiar. E, ·El Laurel", el porcentaje de éxito con estos chicos supera el 90%.

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Madrid

¿Qué tiene que pasar para que un padre tome la decisión extrema de denunciar a su hijo? Se lo preguntamos a la madre de Mía porque sólo quien lo ha vivido es capaz de trasmitir el sufrimiento que hay detrás de esa denuncia. “Cuando tu vida en casa es insostenible, cuando ves que no puedes con tu hija, cuando pasan días sin saber de ella, si está viva, si vendrá, si se drogará por ahí, si se quedará tirada… Cuando dices para eso me hago a la idea de que no he tenido hijos”. Después de todo eso, y de lo mucho que se ha callado, esta mujer menuda, reflexiva y de palabra pausada presentó la denuncia.

Nos reunimos con ella y con su hija en 'El Laurel', el centro de la Comunidad de Madrid donde la fiscalía de menores envió a esta adolescente para su reeducación. Mía nos cuenta que empezó a cambiar a los 12 o 13 años, cuando llegó al instituto. “Empecé a fumar, a no estudiar tanto y a salir. Mis padres me echaban la bronca y no me hacía gracia. A los 14 llegó la fiesta, fiestas muy largas y muy intensas y eso me trajo problemas psicológicos. Lo pagaba todo con mis padres hasta que empecé a agredirles”.

Hija, no me pegues

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No cuenta Mía, así de entrada, que en las fiestas había drogas y que ese “muy largas” quiere decir que se prolongaban durante días sin que en su casa supieran dónde ni cómo se encontraba. “Fue un infierno” concluye la madre. Ella estaba cada vez más empoderada y nosotros nos hacíamos más pequeños. Las agresiones primero fueron verbales … sobre todo era conmigo. De las agresiones no verbales prefiere no hablar. Hoy madre e hija son capaces de sentarse, mirarse a los ojos y decirse lo que piensan. Han empezado a reconstruir los puentes que se habían roto y que durante un tiempo ninguna de los dos pensó que se podrían recomponer. La receta ha sido mucha terapia, reconocer que había responsabilidad por los dos lados y, también, un largo encierro.

Mía: los padres agredidos que denuncien

Mía aún recuerda la primera noche que pasó en 'El Laurel'. “Cuando fui a apagar la luz me di cuenta de que yo no tenía el interruptor, que la apagaban desde fuera. Fue un choque, ahí fui consciente de que no estaba en mi casa y que me encontraba en un lugar donde yo ya no controlaba nada”. Sus primeras sensaciones en el centro de menores fueron la rabia y la impotencia. “Estaba convencida de que yo no me merecía estar ahí, de que no había hecho nada, yo sólo quería pasármelo bien y pensaba que mis padres se habían pasado”. Hasta que un día, nos sigue contando Mía, empiezas a entender por qué estás ahí y te das cuenta de que “o te paraban o te paraba la vida. Y si te para la vida mal. Mejor que te ayuden”.

Más de un año estuvo Mía en este centro de menores, hace unos meses volvió a casa. Ha cambiado pero sigue siendo una chica extrovertida a la que le gusta la fiesta, se arrepiente de haber agredido a sus padres, claro, pero no de lo que ha vivido. “Yo he conocido el blanco y el negro, nos cuenta, y eso me permite tomar ahora mis decisiones sabiendo lo que hay”. Entre esas decisiones, está la de convertirse en educadora social para trabajar en 'El laurel'. Con 17 años estudia segundo de bachillerato y asegura tener las cosas claras, tanto que se atreve a dar un consejo a los padres que están pasando por lo que ella les hizo pasar a los suyos. “Que denuncien. Es un paso muy muy difícil pero no os imagináis el bien que podéis hacerle a vuestro hijo. Seguramente al principio no quieran saber nada de vosotros y estén muy cabreados pero el día que salgan, ese día lo agradecerán de corazón”.

La tímida Abril

A esta adolescente le cuesta hablar, sus respuestas son cortas, monosilábicas pero poco a poco nos va contando que empezó a cambiar a raíz de la muerte de su abuela. Primero estuvo un tiempo sin ir a clase por la tristeza y luego se fue instalando en ella la agresividad. Con 14 años dejó el instituto. “Me dedicaba a estar en casa y era cada vez más violenta con mis padres. No estaba a gusto ni conmigo ni con ellos. Las agresiones empezaron con insultos, amenazas y después llegaron los empujones. Y hasta ahí puede y quiere contar. Su madre ha ido asintiendo, reconoce que ella era la principal víctima de la violencia que ejerció Abril contra la familia, también contra el padre la madre y los abuelos que viven en casa. “Ella conocía mis puntos débiles y lo aprovechaba. Hubo humillaciones, agresión verbal y psicológica, violencia contra objetos y finalmente contra nosotros”. Una evolución de manual, diría cualquier experto, ese es el recorrido que se repite, sin apenas variaciones, en la violencia que ejercen los menores en sus casas.

Es un proceso largo y doloroso en el que la mayoría de los padres busca ayuda. Se recurre a profesores, psicólogos, asistentes sociales, incluso, en este caso, a salud mental. Nada de lo que intentamos nos funcionó, dice la madre de Abril, y cometimos un error muy habitual, el de retirar la primera denuncia. “Nunca se debe retirar la denuncia. Sé que muchos padres tienen miedo, pena, vergüenza, pero aunque sea muy doloroso hay que seguir adelante para iniciar el proceso de sanación”. En el caso de Abril la situación se agravó con el paso del tiempo, hubo una agresión fuera del ámbito familiar y ahí ya intervino la policía. Y es que el problema de esta adolescente también estaba en la calle. “Me junté con un grupo de personas de bandas que estaban todo el día metidos en movidas. Yo iba con ellos y como eran violentos yo veía normal ese comportamiento”. Fue su madre la que nos dijo que Abril se había unido a una banda de neonazis.

Cuando sus padres presentaron la denuncia “todo fue a peor”, nos dice Abril, “sentí odio hacia ellos”. Y nos sigue contando que empezó a cambiar a través de las terapias. “Me ayudaron a ver una realidad que antes no veía y a darme cuenta de que las cosas que hacía no eran normales. Yo nunca me había parado a escuchar las cosas que les dolían a ellos aunque me las habían dicho”. Abril salió hace meses del centro de menores y la semana pasada acabó su libertad vigilada. Aún nos queda un largo camino, nos dice su madre, cuando se rompe una familia y llegamos a este punto no se arregla de la mañana a la noche. Todos tenemos que aprender todos porque todos hemos hecho algo mal. ¿Por ejemplo?, le pregunto, y me cuenta algo muy simple que me permite visualizar la ruptura familiar de la que hemos hablado. “Llegó un momento en el que estábamos tan desvinculados que nunca comíamos juntos. Cada uno lo hacía en un lugar distinto de la casa, a la hora que quería y a su aire. Estábamos evitándonos y construyendo muros entre nosotros. Ahora nos sentamos juntos a la mesa y podemos hablar”.

EL CENTRO 'EL LAUREL'

El Centro de menores 'El Laurel', donde se trata y conviven jóvenes condenados por violencia intrafamiliar, tiene una tasa de reinserción superior al 90%. Depende de la Agencia para la Reeducación y Reinserción del Menor Infractor de la Comunidad de Madrid. Tiene capacidad para 40 personas, en la actualidad hay 36 menores y un 29% son chicas. Este porcentaje femenino es un 10% más alto del que hay en los otros centros de menores porque el delito del maltrato a los padres ha crecido entre las niñas que son, mucho más que los chicos, expertas en el maltrato psicológico. ‘El Laurel’ es un centro pionero en el tratamiento de los menores condenados por maltratar a sus padres. Su director, Juan Nebreda, explica que más de la mitad de los chicos y chicas que llegan al centro han sido víctimas de violencia antes de ser agresores, ese porcentaje, añade, aumenta en el caso de las mujeres. Además, entre el 30 y 40% de las chicas que han pasado por ‘El Laurel’ han sufrido abusos sexuales no denunciados y muchas no han sido conscientes de ello por lo que han normalizado una forma de relación que se debe atajar de inmediato. Los datos indican que la mayoría, más del 90%, de los adolescentes que entran en el centro no reinciden en el delito de maltrato intrafamiliar. Sin embargo el director, José Nebreda, nos dice que para él el éxito no se reduce a que los chicos y chicas puedan recomponer su relación con sus padres. “Para nosotros que no vuelvan a cometer un delito es muy importante pero somos más ambiciosos, necesitamos hacer mejores personas preparadas para no repetir situaciones de violencia aunque las hayan vivido”. Una herramienta de la Universidad Complutense La directora de la Agencia para la Reeducación y Reinserción del Menor Infractor, Regina Otaola, explica que uno de los éxitos de la Agencia ha sido vincular su trabajo con el conocimiento científico y la Universidad. El resultado de esa colaboración es el programa PREVI-A en el que ha participado la Complutense de Madrid. Es una herramienta que permite cuantificar la progresión de los menores. Una herramienta de "Valoración del riesgo y gestión de la intervención" que supone un importante avance en el trabajo con los menores que han cometido algún delito. Un instrumento que permite el desarrollo de intervenciones más personalizadas y más eficaces con los menores.

 
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