Niños conectados por GPS: el cordón umbilical tecnológico ya levanta ampollas
En los últimos meses se ha popularizado entre los padres un dispositivo GPS para niños que es también un reloj
Los especialistas alertan de las consecuencias para su desarrollo y el vínculo de apego con sus padres
La psicóloga Raquel Huéscar explica los dilemas morales que plantea el uso de geolicalizadores en niños.
Madrid
Una madre pierde a su hija pequeña en el parque. Un despiste. La niña aparece pocos minutos después que se han hecho eternos. No volverá a pasar porque la madre ha decidido implantarle un chip en la cabeza. Así puede ver lo mismo que su hija. Y en una vuelta de tuerca enrevesada, evitar las escenas violentas de su vida. Incluso el ladrido del perro que tanto miedo le da. Basta con difuminar esa parte de su campo de visión. Es una historia de ficción de uno de los capítulos de la serie de Netflix, Black Mirror. Sin ánimo de destripar el final sí diré que es verosímil a juzgar por el análisis de los especialistas de esta información.
Ficción y realidad comparten artistas. En los últimos meses se ha popularizado entre los padres un dispositivo GPS para niños que es también un reloj. “Perfecto para un parque lleno de niños”, “es una tranquilidad”, “lo utilizamos en las excursiones”,” o “mi hija está encantada y yo también” son algunos de los comentarios de los padres que lo han comprado recientemente. Quieren saber exactamente dónde está su hijo.
La extensión del cordón umbilical
Una de las empresas que comercializan estos dispositivos fue fundada por un hombre que perdió a su hijo de tres años en un parque de atracciones durante varias horas. Cuando comenzaron a venderse hace un lustro costaban unos 200 euros. Ahora se pueden comprar relojes con GPS por 30 euros. Las dudas que plantea su uso tienen que ver en cómo afecta al desarrollo del niño y al vínculo con los padres. “A veces no somos conscientes de cómo pequeñas cosas influyen. Nos puede hacer gracia que lleve ese reloj GPS y nos puede dar una seguridad a nosotros al poder ver dónde está nuestro hijo en el parque, pero también tenemos que ser capaces como adultos de pensar el efecto que causa en el hijo”, explica Charo Sádaba, especialista en tecnología, doctora en Comunicación y profesora en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra
Sádaba sostiene el GPS para conectar al niño es una extensión del cordón umbilical: no cortar la conexión con nosotros en situaciones donde ya hay un control por nuestra parte. “Y le decimos, no te lo quites. El hecho de que la tecnología permita algo no significa que sea bueno. Eso es determinismo tecnológico y nos lo tenemos que plantear. Los psicólogos están alertando en esa sociedad sobreprotegida impedimos a los niños asumir riesgos adaptados a su edad que son necesarios para su desarrollo personal.
Niños sobreprotegidos, adultos inseguros
El miedo existe y el hecho de que nuestros hogares hayan reducido su tamaño hace que la atención que nuestros padres y abuelos ponían en cuatro o cinco hijos se concentre en uno solo. “Los padres están ahora más formados y conectados, pero es no tienen referentes de maternidades y paternidades. A veces, se sienten perdidos y buscan el terreno del control y de estar pendiente del más mínimo detalle”, cuenta Sádaba.
Hay padres que sobrevuelan sin cesar la vida de sus hijos, siempre pendientes de lo que les pueda pasar. “Les diría que se relajaran, primero por ellos mismos. Lo que pasa es que nadie nos ha enseñado a ser padres. Los paradigmas han cambiado y muchos no sirven en la sociedad actual. Actitudes de sobreprotección puede generar hijos dependientes de nosotros y de cualquiera que se ponga a su lado. De esperar que sea otro el que tome la decisión por él, que le diga lo que tiene que hacer o que le vigile. Me parece que ese control hace a personas poco autónomas y dependientes. Ese es el riesgo si pensamos en cuando sea adultos”, sostiene la especialista en tecnología, niños y adolescentes.
La pregunta es si está justificada esa sobreprotección. No parece. Solo un 0,21% de las denuncias activas de menores son de alto riesgo, es decir, cuando hay sospecha de secuestro, según los datos del ministerio del Interior sobre personas desaparecidas en 2018. El grueso de las denuncias de desaparición de menores se refiere a los que se han fugado de centros de acogida en nuestro país.
Un dilema moral
La psicóloga infantil y perinatal, Raquel Huéscar, explica que la mayoría de los padres quieren lo mejor para sus hijos y en este caso depositan en la tecnología una ayuda para sentir que cumplen su obligación como padres. “El autor Richard Ling habla de una correa digital a través de la cual intentamos mantener un control y tener seguridad sobre nuestros hijos con dispositivos electrónicos. Esto representa una utopía porque genera una falsa sensación de seguridad. La realidad es que no podemos tener a los hijos permanentemente controlados”, explica.
Estamos ante un dilema moral, según la psicóloga. “Colisiona con el respeto a la privacidad de los niños. Y las consecuencias afectan a su desarrollo: el niño pequeño sabe que papá está viendo donde está, así que eso puede hacerle no ser consciente de los riesgos y no aprender a reconocerlos. Nos faltan estudios a largo plazo para poder confirmarlo”, asegura.
La influencia de la sociedad de consumo
Insumisión ante la sociedad de consumo es una de las recetas de la psicóloga. “Frente a este mundo del consumo en el que nos venden productos para aumentar la seguridad de nuestros hijos es necesario el elemento crítico de cada familia y de cada padre que se pregunte: ¿realmente yo necesito este dispositivo para cuidar de mi hijo o es algo que me están vendiendo?”.
Charo Sádaba alerta de las consecuencias que pueden tener en la propia personalidad del niño. Hay varias opciones. “Por un lado, puede reaccionar rechazando esa sobreprotección y por otro lado puede provocar un exceso de dependencia. El hecho de que la actitud sea sobre protectora hace que esa independencia no se gane. Lo veo en los estudiantes universitarios que están atemorizados porque no saben qué optativa elegir. ¿Cuál cogerías tú?, preguntan. Es su vida, deben de decirlo ellos. Eso está pasando en las aulas”. Son parte de una generación donde comenzó la sobreprotección generalizadas. Y esos padres no tuvieron pulseras GPS.
¿En qué casos puede resultar útil?
Como decía el añorado Carles Capdevilla, el sentido común es uno de los sentidos básicos para educar. Las especialistas defienden que el dispositivo GPS se puede utilizar en ocasiones concretas y de forma esporádica. Por ejemplo, a partir de 12 años cuando comienzan a hacer cosas solos como comprar el pan. Siempre de forma limitada en el tiempo, por ejemplo, durante unas semanas.
La opinión de Charo Sádaba es que no es necesaria esta geolocalización, aunque en momentos puntuales puede resultar útil. “En una urbanización que antes de llegar a casa tiene que cruzar un descampado o parque grande. O va a hacer deporte solo y así sabemos dónde está. En general no nos aporta nada que no podamos saber de otra manera. ¿Qué necesidad satisface? ¿La necesidad de los padres de estar tranquilos o la de seguridad de los hijos? La primera. Y a veces esa necesidad de seguridad de los padres está justificada y otras, sobredimensionada. En esos casos quien necesita ayuda son los padres por una ansiedad excesiva en relación a sus hijos porque no hay nada objetivo que la justifique”, sostiene.
El capítulo de Black Mirror mostraba una ficción que resultaba creíble. Que se convierta en realidad dependerá no solo de la capacidad que tengamos para relacionarnos con la tecnología sino de la habilidad para hacerlo entre nosotros.
Maika Ávila
Periodista y autora de 'Conciliaqué. Del engaño de la conciliación al cambio real'. Ha formado parte...