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Del pacifismo a la violencia en las calles de Hong Kong en solo 3 meses

Las protestas no muestran síntomas de agotamiento en la ciudad autónoma mientras aumenta la preocupación por una escalada aún mayor de la violencia

Madrid

El 8 de junio la ciudad autónoma de Hong Kong estalló en una multitudinaria manifestación que congregó a más de un millón de personas. Desde ese momento, los actos de desobediencia civil, las protestas pacíficas y la violencia desquitada de la policía y manifestantes se han alternado en una dialéctica de ‘puños’ que recuerdan a las movilizaciones de 2014. El origen del conflicto no es otro que la propuesta de ley de extradición a China, lo que para los manifestantes es un ataque claro a la soberanía de la isla.

Los ciudadanos hongkoneses inundaron las calles día sí, día también, para exigir su inmediata derogación. El proyecto de ley permitía la extradición de ciudadanos de Hong Kong a China quedando así bajo la administración del gigante asiático, algo que supone un atropello a los derechos civiles, según los manifestantes. El gobierno no llegó a aprobar la propuesta, pero sigue bajo estudio pues su intención es “solucionar un vacío legal”, según el propio ejecutivo.

Un conflicto de largo recorrido

La tensión Hong Kong-China se remonta hasta la propia independencia de la isla y alrededores. El 1 de julio de 1997, Reino Unido transfirió la soberanía a China, aunque quedó con un encaje diferente al de otras regiones del país asiático. “Un país, dos sistemas”, ese era el mantra repetido. Esto es, Hong Kong se convirtió en una región autónoma con una administración especial que permitía la elaboración de leyes propias y una amplia autonomía.

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En 2014 sonaron los tambores de guerra cuando la ‘Revolución de los Paraguas’ tomó las calles. De nuevo por aquel entonces una reforma legal suscitó el rechazo de gran parte de la población hongkonesa, especialmente de los jóvenes. Como ahora, lo que empezó siendo una queja concreta se ha convertido en un alegato íntegro a favor de la democracia. Más democracia, no solo en Hong Kong, sino en toda China.

A partir de junio de 2019 todo fue un caos. El 17 de ese mismo mes salió de prisión el joven Joshua Wong tras cumplir tres meses de condena por los episodios de 2014. Ese mismo día anunció más protestas que no han parado de sucederse.

Del pacifismo a la violencia

Lo que comenzó como una masiva protesta pacífica rápidamente derivó en una escalada de violencia. El 21 de junio miles de manifestantes se congregaron frente al cuartel general de la policía de Hong Kong a grito de “no nos rendiremos”. La campaña de desobediencia civil estaba servida.

El 1 de julio, para conmemorar la “independencia” de Reino Unido, cientos de personas asaltaron el Parlamento de Hong Kong en lo que fue una de las jornadas más caóticas de la ciudad. Varios jóvenes rompieron los cristales del Consejo Legislativo y la policía tuvo que activar la alerta roja por primera vez en su historia.

Comenzó entonces una diferencia de bloques fundamental. De negro y a modo de guerrilla están los manifestantes hongkoneses. De blanco y en pequeños grupos, algunos manifestantes pro-chinos, que algunos han vinculado a organizaciones criminales y que no han dudado en desplegar su activismo violento y su apoyo a las autoridades.

Desde julio, las protestas siguen el mismo esquema. Primero una concentración pacífica, luego enfrentamientos con la policía, uso de gases lacrimógenos y ataques contra edificios públicos. La ronda de detenciones acrecienta la rabia de los manifestantes en una suerte de círculo vicioso que parece no tener fin.

El 21 de julio se produjeron nuevos enfrentamientos con la policía, aunque lo más sonado fue el asalto de manifestantes pro-chinos a una estación de metro en la que se concentraban ciudadanos contrarios a la ley de extradición.

Desde hace varias semanas, la mayor parte de los días se producen concentraciones autorizadas y no autorizadas. El viernes iniciaron una sentada tumultuosa en el aeropuerto internacional de Hong Kong en franca oposición al gobierno de China que, como mostraron varias imágenes, tenía preparado un fuerte contingente policial-militar para reprimir las protestas al otro lado de la frontera.

Los gases lacrimógenos son ya habituales en las calles de la isla. Junto a esto, los manifestantes están utilizando potentes láseres para inutilizar las cámaras de reconocimiento facial y de vigilancia. La situación política se agrava en un contexto de guerra comercial entre China y Estados Unidos.

Fernando Arancón, director de EOM, apunta a que “lo que se disputa en Hong Kong va más allá que una simple reivindicación de derechos civiles y políticos”. Hong Kong es un intermediario comercial fundamental para China, sobre todo por su sistema arancelario que es diferente al del coloso asiático. El gobierno chino protege con celo su pequeño “paraíso fiscal”, mientras en su interior vuelan cócteles molotov y proclamas.

Las protestas no muestran síntomas de agotamiento en lo que es ya la peor crisis de la región “especial”. Occidente observa con interés lo que sucede allí, ya que es sede de varias multinacionales de renombre. Los manifestantes aseguran que no van a parar hasta ver sus reivindicaciones satisfechas, mientras se espera que la violencia no escale abruptamente.

 
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