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Portugal

Los 40 días que Madrid fue portuguesa

En 1706 14.000 soldados lusos a las órdenes del Marqués de Minas conquistaron la capital española

La plaza de la Cebada, en Madrid. (CC)

La plaza de la Cebada, en Madrid.

Lisboa

Portugal ha tenido una relación agridulce con su vecino ibérico casi desde el momento que fue reconocido como Estado independiente en 1143: si bien siempre han abundando los lazos que unen los pueblos, la desconfianza de los lusos se ha visto fomentada por siglos de invasiones españolas.

Incluso antes que existió la nación española los portugueses tuvieron que soportar incursiones bélicas de los reyes de León y sus eventuales sucesores en Castilla. Consiguieron repulsar los ataques hasta 1580, cuando Felipe II invadió el país y ocupó el trono que había quedado vacante tras la muerte sin descendencia del joven Sebastián I.

Durante los próximos 60 años Portugal estaría integrado en la corona hispana como parte de la Unión Ibérica, pero incluso después que los Duques de Braganza expulsaran a los españoles en 1640, el país vecino tuvo que seguir lidiando con invasiones vecinales. En un periodo de 45 años especialmente tenso, entre 1762 y 1807, los portugueses tuvieron que soportar las incursiones del Conde de Aranda, Manuel Godoy y varas divisiones españolas integradas en el ejército de Napoleón Bonaparte.

Aunque las tropas españolas no llegaron a atravesar la frontera hispanolusa durante el siglo XX, se elaboraron al menos dos planes para hacerlo. En 1940 el Estado Mayor franquista organizó el despliego de 250.00 efectivos para tomar Lisboa en cuestión de días, una operación que finalmente no se llevó a cabo porque el caudillo concluyó que arriesgaba cabrear a Hitler si la lanzaba. 34 años más tarde, un Franco moribundo planteó invadir Portugal tras el triunfo de la Revolución de los Claveles, pero en esa ocasión fue la negativa de Estados Unidos que frustró sus planes.

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Ante un historial tan amplio de intervenciones –ejecutadas o apenas planificadas, exitosas o fracasadas– cabe recordar que en una ocasión fueron los lusos quienes atravesaron la frontera para invadir España y, para sorpresa de todos, llegaron a conquistar la ciudad más importante de la nación. Ocurrió en 1706, cuando 14.000 soldados portugueses a las órdenes del Marques de Minas tomaron Madrid y ocuparon la capital del reino durante 40 días.

Borbónicos contra austricistas

A finales del siglo XVII el rey de España era Carlos II, último monarca de la dinastía de los Austria. Por culpa de los matrimonios endogámicos de los Habsburgos, el jefe del Estado –apodado “el hechizado”–estaba deformado y era infértil, y los candidatos mejor situados para sucederle eran dos familiares lejanos: Felipe de Anjou –nieto de Luis XIV de Francia, de la Casa de Borbón– y el Archiduque Carlos de Austria –hijo menor de Leopoldo, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.

Antes de morir en 1700 Carlos II fue persuadido a nombrar al príncipe francés como su heredero, pero el temor a una unión francohispana llevó a la formación de una amplia coalición internacional en contra del nuevo rey Felipe V, y el estallido de la Guerra de Sucesión Española, en la que participaron cientos de miles de soldados a lo largo de los 13 años que duró.

Vista del Real Alcázar, en Madrid.

Vista del Real Alcázar, en Madrid.

Vista del Real Alcázar, en Madrid.

Vista del Real Alcázar, en Madrid.

Portugal inicialmente reconoció al candidato borbónico como rey de España, pero en 1702 la presión de Reino Unido hizo que el rey Pedro II cambiase de bando y convirtiese el país vecino en una base de operaciones de los aliados, que también incluían a las Provincias Unidas de Holanda y las fuerzas de Dinamarca.

Si bien la participación lusa fue limitada durante los primeros años del conflicto, en 1706 se le encargó a António Luís de Sousa, Marqués das Minas, liderar al ejército compuesto por 14.000 portugueses y 4.200 soldados angloholandeses en una expedición al otro lado de la frontera. El Mayor General João Vieira Borges, autor del libro La Conquista de Madrid – 1706, explica que la invasión tuvo un éxito inesperado porque las tropas de Felipe V estaban distraídas en el otro lado de la Península.

“La expedición se lanzó justo cuando las tropas borbónicas estaban distraídas con Cataluña, donde el Archiduque Carlos tenía mucho apoyo”, explica el historiador militar portugués. “Ante su avance, las fuerzas españolas se fueron retirando, y el Marqués das Minas tomó Ciudad Rodrigo, Salamanca, Plasencia, y al cabo de unos meses acabó por encontrarse a las puertas de Madrid”.

La conspiración de las prostitutas

Ante la llegada inminente de los lusos, Felipe V huyó a Burgos y, abandonada por el monarca borbónico, Madrid se rindió al candidato austracista el día 28 de junio de ese año. Con la capital dominada, el Archiduque Carlos fue proclamado rey, pero las celebraciones de los aliados duraron poco: aunque la Villa y Corte está bajo control de las tropas lusas, sus habitantes se mantuvieron leales a los Borbones.

“Los madrileños lanzaron una guerra de cuchillos en contra de los ocupantes y no dudaron en atacar a cualquier soldado que se quedaba sólo por la ciudad”, afirma Vieira Borges. “Sin duda fue algo que complicó la estancia de los portugueses, pero aun mayor impacto tuvieron las tácticas subversivas de las prostitutas de Madrid, las cuales aparentemente conspiraron para decimar a las tropas invasoras”.

Tal y como recoge Vicente Bacallar y Sanna, marqués de San Felipe, en sus crónicas sobre la Guerra de Sucesión, “las mujeres públicas tomaron el empeño de entretener y acabar, si pudiesen, con ese Ejército. Iban en cuadrillas hasta las tiendas por la noche e introducían un desorden que llevó infinitos al último peligro”. El aristócrata afirma que las “públicas rameras” de la Villa y Corte aprovecharon las visitas nocturnas al campo del enemigo para contagiarles con enfermedades venéreas que se extendieron por sus rangos hasta tal punto que la mayor parte de los fallecidos en los hospitales de campaña montados en Madrid resultaron ser víctimas mortales por esas dolencias del amor.

El desgaste de las tropas y los ataques a la cadena de abastecimiento que se alargaba hasta Portugal hizo que la ocupación prolongada se tornase imposible, y a finales de julio el Archiduque Carlos abandonó la ciudad. Poco tiempo después los lusos hicieron lo mismo, concluyendo 40 días de estancia veraniega en Madrid, y la mañana siguiente volvieron las tropas borbónicas, iniciando una semana de terror revanchista en la que cayeron todos quienes eran sospechados de haber colaborado con los aliados.

Vieira Borges dice que la duración de la ocupación fue demasiada corta para dejar alguna marca en Madrid que haya sobrevivido hasta nuestros días, y explica que tampoco hay monumentos que recuerden el insólito hito militar en tierras lusas. “Aunque fue reconocido como un triunfo sobre el país que había anexionado Portugal durante 60 años, se optó por no tornarlo en un asunto de mayor dimensión”.

Ni siquiera hay grabados de la época que sirvan para recordar el momento, aunque sí pervive la descripción del entonces embajador británico en Madrid, James Stanhope, que relató cómo los soldados del país vecino hicieron caso omiso a las malas calas de los gatos mientras desfilaron alegremente por las calles de la ciudad conquistada. "Fue un momento de gloria, especialmente para los portugueses. Ellos que tan sólo setenta años antes habían sido súbditos y vasallos de España, ahora no sólo afirmaban su independencia, sino que entraban como conquistadores en la propia capital de su arrogante tirano...".

 
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