Un pirómano en la Casa Blanca con cálculo electoral
Necesita el caos, el miedo, el enfado y la polarización de sus bases para ganar en las presidenciales de noviembre
Washington
Si ha habido un momento en estos 1.227 días en la administración Trump en el que se necesitaba un presidente que encarne liderazgo, unidad y calma, ese momento era este fin de semana. Pero este fin de semana Donald Trump decidió no hablar en público e incendiar en redes sociales.
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La detención, el pasado viernes, del exagente Derek Chauvin, que clavó su rodilla en el cuello de George Floyd durante ocho minutos y 46 segundos hasta matarlo, no ha sido suficiente para los millones de manifestantes de todo el país que piden el fin de la violencia racista de la policía. Los otros tres oficiales presentes en ese momento, dos de ellos también se arrodillaron sobre Floyd para inmovilizarle a pesar de que ya estaba en el suelo y esposado. Tampoco ha sido suficiente la acusación de homicidio imprudente contra Chauvin. La gente pide justicia.
Las protestas se han extendido por más de 140 ciudades de todo el país. Pacíficas durante el día, se vuelven cada vez más violentas durante la noche.
Un mensaje de unidad del presidente es lo que se espera en un momento de disturbios inédito desde los años 60, con una pandemia activa que ha matado a más de 100.000 personas, en mitad de una crisis económica que ha dejado a 40 millones de desempleados en tan solo tres meses. Un mensaje de unidad, es lo que le han pedido a Trump algunos de sus asesores. Que se convierta, por una vez, en el presidente de todos los estadounidenses.
Pero Trump ha decidido guardar silencio en público e incendiar en redes sociales, usando frases propias de los tiempos de la segregación como "sacar a los perros más viciosos y las armas más siniestras" contra los manifestantes o "cuando empiezan los saqueos, empiezan las balas".
El presidente pide más mano dura contra las protestas, amenaza con usar el "poder militar ilimitado" y acusa a los gobernadores y alcaldes demócratas de no hacer lo suficiente para evitar los disturbios provocados por "anarquistas" y "antifas". Dice Trump que "el mundo se está riendo" de los demócratas y de "Sleepy Joe", Joe el Dormilón, como se refiere despectivamente a su rival de facto, Joe Biden.
El silencio público de Trump y su incendio en redes forma parte de su estrategia electoral. Necesita el caos, el miedo, el enfado y la polarización de sus bases para ganar en las presidenciales de noviembre. Los mismos ingredientes que ayudaron a movilizar a sus votantes en 2016.
Trump repite teorías conspiranoicas de sus fanáticos y miente persistentemente y sin disimulos. "La gente de Sleepy Joe es tan radicalmente de izquierdas que está trabajando para sacar a los anarquistas de la cárcel", ha dicho este lunes. "Ellos son el verdadero poder, no Joe. ¡Ellos tomarán las decisiones! ¡Grandes subidas de impuestos para todos!".
Ya no cuenta con su principal baza que era la prosperidad económica y sabe que el voto popular, como ocurrió hace cuatro años, lo pierde. Así que por encima de la conciliación nacional, de la justicia social, de condenar la violencia institucional, está el cálculo electoral. Trump necesita que sus fieles no le fallen, igual que él no les falla a ellos.
Poco después de asumir la presidencia en 2017, dos de los mejores y más reconocidos psiquiatras estadounidenses, Judith L. Herman y Robert Jay Lifton, publicaron una carta en el New York Times titulada 'Protegernos de este presidente peligroso'. Cuentan que durante la campaña electoral, Trump mostró "síntomas alarmantes de inestabilidad mental". Destacan su incapacidad para "distinguir la realidad de la fantasía y sus arrebatos de ira cuando sus fantasías se contradicen". "Sin ninguna evidencia demostrable", advertían en marzo de 2017, "recurre repetidamente a reclamos paranoicos de conspiración". Esa ha sido la tónica de toda su presidencia.
Los psiquiatras subrayaban que no pretendían ofrecer un diagnóstico porque sería imprudente desde la distancia. Pero decían sentirse "obligados a expresar su alarma" porque temían que, a la hora de enfrentarse a una crisis, Trump "carecería del juicio para responder racionalmente". Ya entonces instaban a los representantes electos a tomar las medidas necesarias para protegernos de este presidente peligroso.
Racional o impulsivamente, Donald Trump ha demostrado –una vez más– que sus intereses personales están por encima de los intereses de la nación. Ni una pandemia, ni una crisis económica, ni un país al borde del caos hacen que ejerza su cargo con la responsabilidad que requiere el momento. Si tiene que incendiar el país para ganar el tres de noviembre, lo hará. Ya ha empezado a hacerlo.