¿Por qué ha sido más fácil encontrar la vacuna de la COVID-19 que la del sida?
Aunque la vacuna contra el sida todavía se encuentre en un futuro lejano, muchas de las pruebas experimentales y de los avances en su campo podrían haber ayudado a encontrar la de la COVID-19
Madrid
En un momento en el que la vacuna de la COVID-19 resuena por todos los rincones del planeta, se celebra el Día Mundial del sida, una de las primeras pandemias a las que la sociedad médica del siglo XX tuvo que hacer frente y para la que, después de casi 40 años causando estragos en la salud pública, todavía no se ha encontrado vacuna.
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Las dos son pandemias, pero muy diferentes desde el punto de vista científico. El VIH tiene gran facilidad de mutación que hasta el momento no se ha detectado en el SARS-CoV-2. La forma de transmitirlas también cambia, la COVID-19 se transmite por el aire, de ahí la crisis que ha desencadenado, y el VIH lo hace por vía sexual, sanguínea o perinatal. Además, esta enfermedad podría convertirse en crónica y no llegar a desarrollar una fase terminal, el sida, pero el coronavirus ha demostrado que puede complicarse, volviéndose mortal en menos de una semana.
La teoría de la rentabilidad
Aunque las diferencias entre ambas enfermedades son notorias, han sido muchas las personas que han confabulado alrededor de estos hallazgos y que hablan de una teoría de la conspiración por la cual la vacuna contra la enfermedad del VIH estaría tapada por intereses ocultos de las farmacéuticas, como por ejemplo denunciaba el año pasado el ganador del premio Nobel de Medicina Richard J. Robertsen o ya lo hizo en el 2011 el premio Nobel de Química en 2009, Thomas Steiz, quienes aseguraban que para los laboratorios farmacéuticos es más rentable invertir en tratamientos crónicos que en la solución de los mismos.
Sin embargo, y como afirma el Doctor y coordinador de la Red Española de Investigación del Sida (RIS), José Alcamí, no existe ningún estudio concluyente que ofrezca ningún valor a este tipo de afirmaciones y descarta que sea por cuestiones de rentabilidad. Es más, afirma que cualquier farmacéutica estaría deseosa de ser la pionera en tener esta vacuna. Por el contrario, apunta a la variabilidad de la estructura del VIH como principal dificultad para el desarrollo de una cura.
El VIH y sus maniobras de escapismo de la vacuna
Alcamí, que también es investigador del VIH en el Hospital Clínico de Barcelona y forma parte de los proyectos sobre la vacuna contra esta enfermedad que realiza el Instituto de Salud Carlos III, ha explicado que no se trata de “una excusa porque llevamos casi 40 años intentándolo”, pero reconoce que el objetivo de una vacuna es inducir a los anticuerpos, y el virus que provoca el VIH tiene mecanismos de escape que le permiten ocultarse, creando, como ha explicado, “una especie de escudo antimisiles asombrosamente eficaz”. Esto es algo que no pueden hacer los virus respiratorios como el del coronavirus, de ahí que sea más sencillo encontrar su ataque.
Por otro lado, Roi Piñeiro, doctor del Hospital de Villalba y divulgador científico en el campo de las vacunas, también ha apuntado a la mutación de su código genético como una dificultad para el desarrollo de la vacuna, ya que cambia con total facilidad cada vez que el virus hace una copia de sí mismo para continuar con la infección dentro del organismo. De esta manera, explica Piñeiro, cada enfermo podría tener su propio virus, que a su vez, podría infectar a otras personas en las que se replicaría uno diferente al de origen. “Esta es una de las principales limitaciones que explica por qué todavía no tenemos una vacuna frente al VIH después de tanto tiempo” asegura el experto en vacunas, que también ha señalado la interrupción de los proyectos, muchas veces por falta de financiación, que hacen que muchos de ellos se queden en su fase previa, “no siempre se debe a falta de rigor científico”.
Los estudios que han ayudado a la vacuna contra la COVID-19
No obstante, apunta que “en ciencia nada es un fracaso”. Por este motivo, y dado que muchos de los investigadores de la vacuna del coronavirus han trabajado previamente en estudios sobre el VIH, se han aplicado las tecnologías de otros proyectos anteriores, y han demostrado que en muchos casos funcionan bien.
En este aspecto, el coordinador de RIS cuenta el ejemplo de uno de sus compañeros de Harvard, el doctor Dan Boruch, quien ha puesto en práctica con el coronavirus un prototipo de vacuna contra el sida que estaba en ensayo. Boruch ha cambiado los genes del VIH por los de la COVID-19 y ha ofrecido muy buenos resultados en la vacuna de Johnson & Johnson. Pero por el momento, y por lo que respecta a una vacuna preventiva contra el sida, es algo todavía “muy lejano”.
Hasta el momento, el investigador indica que hay varios proyectos en fase 1 y se están desarrollando toda una nueva generación de vacunas, pues aunque no se haya encontrado todavía la solución a esta enfermedad, “conocemos mejor los talones de Aquiles del sida y se están diseñando vacunas capaces de atacar esas debilidades, que son muy específicas y muy concretas”. Pero como también destaca el experto en vacunación, algunos de los resultados experimentales son esperanzadores: "La sindemia por Covid-19 está permitiendo una gran inversión en investigación científica. Los frutos de esta apuesta por la ciencia llegarán a corto y a largo plazo”.
Mejor calidad de vida gracias a los tratamientos actuales
No obstante, tanto el doctor Alcamí como el doctor Piñeiro han destacado la favorable situación que viven los enfermos de VIH en la actualidad gracias a los fármacos y a los tratamientos antiterrovirales que ayudan a que los pacientes puedan tener una enfermedad crónica controlada y reduzca sus posibilidades de desarrollar sida . “Tenemos una luna de miel desde hace una década con los fármacos, y si uno produce intolerancia hay otra docena de medicamentos que funcionan bien” asegura el investigador.
Los tratamientos controlan la enfermedad del VIH hasta el punto de que su contenido en sangre y fluidos se hace indetectable, lo que impide su transmisión a otras personas. J.C (iniciales de un concejal de la Comunidad Valenciana que prefiere mantener el anonimato) cuenta que, hace dos años se contagió de VIH y desde que comenzó con el tratamiento hasta la analítica que confirmaba que los niveles de carga vírica en sangre eran 0, pasaron apenas 5 meses. “Llevo una vida 100% normal, igual que la que llevaba antes de la enfermedad, más allá de la pastilla que todos los días me tengo que tomar por la mañana” explica.
Pero esta realidad no es la misma en todos los países. Aunque España goce de una salud pública que permite la gratuidad y el fácil acceso a estos tratamientos, el concejal destaca que hay muchos países en los que se utilizan medicamentos que aquí en España están obsoletos. En este sentido, el coordinador de RIS e investigador de la Carlos III, señala un hallazgo que está siendo muy beneficioso en países como África, donde el retraso de la medicina dificulta estas enfermedades. Desde hace cinco años existen unos tratamientos ‘Long active’ que permiten, a través de una inyección, mantener al VIH controlado hasta tres meses.
Muchos medicamentos del VIH actúan de barrera contra el coronavirus
J. C también cuenta que sufrió el coronavirus en agosto, como cualquier otra persona y sin que esta patología anterior le hiciera más propenso a sufrir síntomas más graves. A principios de la pandemia del coronavirus, el doctor Alcamí cuenta que tanto profesionales como pacientes se encontraron con esta posibilidad de formar parte de los grupos de riesgo de la enfermedad. Sin embargo, un estudio observacional de la doctora Julia del Alamo, profesora también de Investigación del Instituto de Salud Carlos III, sugiere que estos pacientes tendrían incluso una incidencia menor, ya que algunos de los fármacos utilizados en el tratamiento del VIH podrían estar protegiendo de la infección por la COVID-19.
En definitiva, la aplicación de estos avances ha conseguido controlar el número de nuevos casos desde hace unos años. En España, desde el año 2010 la cifra se mantiene entre los 3.500 y 4.000 nuevos diagnósticos, lo que para Alcamí es un “claro fracaso de las campañas de prevención”, porque además de frenar la incidencia habría que dar pasos hacia su reducción. Del mismo modo, el enfermo de VIH y concejal de un pueblo de Valencia, suscribe estas palabras y señala a la falta de recursos públicos para campañas de educación sexual a nivel estatal como el problema, “algo que viene desde hace muchos años”.
No obstante, en el año 2018 se aprobó en España la distribución gratuita de la PREP, una pastilla antiviral que se toma diariamente y que reduce hasta en un 90% el riesgo de contagio de la enfermedad en caso de haber estado en contacto con una persona infectada y que no se encuentra en tratamiento. “Conozco a personas que se la toman y se sienten mucho más seguras” afirma J.C. Los investigadores se encuentran a la espera de datos que reflejen el impacto que ha tenido en la sociedad, para ver si de esta forma se consigue reducir el número de contagios, como ha ocurrido en ciudades como Londres o San Francisco.
Recuperar la actividad que se ha visto perjudicada por la pandemia
Pero la prioridad ahora se centra en recuperar la actividad normal de los laboratorios de investigación y la atención a los pacientes, que con la COVID-19 se han visto perjudicados y en muchos casos paralizados. Además, el doctor explica que con esta crisis sanitaria muchos programas de prevención y control de otras enfermedades también se han visto desatendidos, lo que ha perjudicado a los enfermos de VIH que sufren también de estas patologías, como pueden ser tumores, diabetes o hipertensión. Población que lleva muchos años en tratamiento del VIH y que está envejeciendo con las mismas posibilidades que el resto de la población de desarrollar otras enfermedades.
Por este motivo, Alcamí quiere reivindicar en este Día Mundial contra el sida que “el virus sigue ahí y el olvido de otras patologías puede hacer que aumente el riesgo de mortalidad que se había conseguido reducir con los tratamientos”, por lo que hay que volver a recuperar la normalidad del sistema sanitario. Una actividad que espera que comience a recuperase pronto con la llegada de la vacuna contra la COVID-19.