La salud de las mujeres y la de los hombres son distintas, pero se tratan igual
La investigación médica ha mirado a las mujeres "como si fueran hombres" ignorando sus problemas y enfermedades específicas, para centrar casi exclusivamente el estudio en la salud reproductiva
Madrid
A menudo, la investigación médica ha mirado a las mujeres “como si fueran hombres”. Es decir, ha ignorado sus problemas, enfermedades específicas, sus quejas, malestar y causas del dolor, para centrar casi exclusivamente el estudio de las mujeres en su salud reproductiva.
Pero lo cierto es que es mucho más que eso. Según la OMS (2021), el género es un factor determinante de la salud. Es decir, el género de una persona puede influir de manera significativa en su estado de salud física, psicológica y social, así como en su nivel de bienestar durante los años vividos.
Eso implica que la morbilidad diferencial, entendida como las diferencias en el proceso de salud-enfermedad que existen entre mujeres y hombres, requiere una mayor atención.
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Socialización “en femenino”
La manera en que la persona es socializada influye en su forma de concebir el mundo, a los demás y a sí misma. Esta socialización es, por lo general, distinta en función de nuestro sexo de nacimiento, lo que se conoce como socialización de género.
La consecuencia inmediata es que se generan patrones de comportamiento, sistemas de creencias, expectativas, maneras de relacionarnos, de estar en el mundo, de sentir y de experimentar que difieren entre mujeres y hombres.
La socialización tradicional “en femenino” suele inculcar a las niñas y adolescentes la importancia de estar siempre guapa y delgada, de ser responsable, mantenerse tranquila, pensar más en los demás que en sí misma, relegar sus necesidades y estar más pendientes de lo que otras personas demanden.
Esta socialización diferencial también favorece una determinada “especialización emocional”, que refuerza y favorece la tristeza, el miedo y la culpa. Por el contrario, en la educación de las niñas se suelen refrenar la decisión, la seguridad, el enfado o la valentía. Lo que es más, la mayor expresión de emociones por parte de las mujeres en su estilo de liderazgo, en el trabajo en equipo o en los procesos de negociación se percibe socialmente como una debilidad.
En la edad adulta, la socialización diferencial femenina se refleja en la asunción de roles de género que conllevan una sobrecarga de tareas y responsabilidades, a menudo centradas en el cuidado de otras personas, que se intentan compaginar con la presencia en el mercado laboral.
Esto se conoce como la doble jornada, es decir, jornada laboral más trabajo doméstico o de cuidados. Esta doble presencia/ausencia simboliza el estar y no estar, y obliga a las mujeres a pasar de una cultura del cuidado a una del beneficio, interiorizando las tensiones que ello conlleva. Además de que dificulta la igualdad de oportunidades para el desarrollo de la carrera profesional. Y eso implica que se perpetúa la brecha de género.
La tensión de la doble presencia
Existen numerosas investigaciones que constatan el malestar que experimentan las mujeres, en términos de salud, cuando tienen que hacer frente a la tensión que les supone la doble presencia o la “conciliación”. Quizás porque una de las consecuencias de esta sobrecarga es un menor tiempo disponible para un autocuidado saludable y para sí mismas.
Tampoco podemos obviar que las mujeres presentan mayor esperanza de vida en comparación con los hombres. Eso no significa que disfruten de un envejecimiento más satisfactorio. Si tenemos en cuenta los diversos indicadores económicos basados en la cuantía de las pensiones y el derecho a las mismas, ellas se sitúan en clara desventaja.
Las mujeres mayores deben enfrentar su coyuntura personal y vital, que en muchos casos las ha situado en la dependencia y la pobreza, al tiempo que desenmascara algunos mandatos socioculturales que las han limitado, relacionados con un concepto de belleza y juventud que no respeta el propio proceso natural de envejecer.
Salud psicológica y medicalización
En el plano de la salud psicológica, la socialización de género femenina se asocia con una mayor prevalencia de problemas como la ansiedad, la depresión o los trastornos de la conducta alimentaria, unidos a un marcado deterioro de la autoestima.
Además, una de cada tres mujeres es víctima de algún tipo de violencia de género. A lo largo de sus vidas, muchas mujeres experimentan episodios o situaciones más o menos sostenidas en el tiempo de acoso o abuso sexual, o de violencia por parte de su (ex)pareja. Estos acontecimientos suponen un riesgo para la salud de las mujeres, provocando un peor estado de salud general.
A esto se suma una mayor medicalización de la salud de las mujeres como consecuencia, al menos en parte, de sesgos de género en el diagnóstico, atención, tratamiento e investigación. Así sucede, por ejemplo, con el dolor y el cansancio que muchas mujeres presentan como motivo principal de consulta. Cuando no quedan sin diagnosticar, se diagnostican erróneamente, derivando en un mayor consumo de psicofármacos, a menudo innecesarios.
Otro ejemplo lo encontramos en las enfermedades cardiovasculares. Es poco conocido que los síntomas de infarto más frecuentes en mujeres son distintos a los que suelen ocurrir en los hombres. Este desconocimiento, unido a la percepción errónea de que los problemas cardiovasculares ocurren más en hombres, da lugar en muchas ocasiones a un diagnóstico tardío y un peor pronóstico.
No se trata solo de incluir a las mujeres en los datos
Por todo lo anterior, la perspectiva de género es fundamental para ofrecer la mejor atención sanitaria. No se trata solo de incluir a las mujeres y ver las diferencias. Urgen análisis en los que la diferencia sexual sea una categoría analítica central. Esto implica mucho más que “agregar” mujeres a los datos: tenemos que darnos cuenta de la importancia de ser una mujer o un hombre en la investigación en salud.
Afortunadamente, no todo es negativo en cuanto a la salud de las mujeres. La socialización diferencial y la especialización emocional de la que antes hablamos favorecen, entre otros aspectos saludables, un mayor desarrollo de la empatía y más sensibilidad.
Ambas cosas facilitan la existencia de relaciones sociales, convirtiéndose el apoyo social en una estrategia de afrontamiento saludable frecuente entre las mujeres. Además, muchas mujeres de nuestro entorno son ejemplo de resiliencia y superación ante cualquier adversidad (in)imaginable.
Como propone Anna Freixas, si queremos salir adelante las mujeres debemos tomarnos en serio. Eso requiere “valorar nuestra mente y sus producciones, sin pedir perdón por si acaso no están a la altura; nos invita a no estar siempre disponibles, como si el tiempo nos sobrara; supone anteponer nuestras necesidades a las de quienes colonizan nuestro tiempo y, por supuesto, nos insta a respetar nuestro cuerpo, nuestra salud, nuestros sueños y nuestros deseos”. Tomar en consideración la perspectiva de género en la salud abre la puerta al logro de nuestras expectativas vitales.
Bárbara Luque Salas, Profesora Titular del Departamento de Psicología, Universidad de Córdoba; Carmen Tabernero Urbieta, Catedrática de Psicología Social, Universidad de Salamanca; Naima Z. Farhane Medina, Psicología, Universidad de Córdoba y Rosario Castillo-Mayén, Departamento de Psicología, Universidad de Córdoba
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.