«Todos los policías marroquíes nos decían ¡pasa, pasa si quieres, que está abierto! Pero a llegar aquí los militares y la Guardia Civil nos impiden seguir». Mohamed, aún empapado, está rodeado de chicos de Malí, Guinea Conakry, Nigeria o Camerún. Tiene 35 años y es de Castillejos, la ciudad fronteriza marroquí que hasta el cierre de fronteras por el coronavirus dependía en buena medida del intercambio de comercio informal con la ciudad de Ceuta. Un amigo le llamó ayer por teléfono para decirle que «es increíble, nos dejan pasar a España y por eso me vine corriendo y he cruzado esta mañana, porque hay mucha pobreza en Marruecos, te pagan poco, mis padres han muerto y quiero buscarme la vida y cambiarla», dice Mohamed, rodeado de militares españoles. En el grupo varios destacan por su aspecto de niños de corta edad entre los Bilal. Un maliense nacido en 2006 (de solo 15 años) nos pregunta en francés: «¿Por qué los militares nos tienen aquí?». Asegura este menor que ha intentando hablar con los agentes españoles, «pero no hay traductores ni de francés ni de bambara. No puedo contarles que soy un niño que llegó de Malí. En mi país hay guerra, que llegué a Tánger en 2018 y he intentado cruzar a España varias veces. Nadie nos ayuda aquí, no sé si puedo pedir asilo o qué van a hacer con nosotros, pero por favor que no nos devuelvan a Marruecos. Allí sufrimos mucho», lamenta el menor, rodeado de otro grupo de personas de distintas zonas del África Occidental que ayer vinieron desde Tánger a la frontera caminando y que esta mañana han cruzado a nado. Tras varias horas a pleno sol sin que nadie les de agua ni víveres, los militares les han indicado que debían volver al otro lado de la frontera. La entrada sin precedentes en número de estas últimas horas en Ceuta, tanto por Benzú como por esta zona del Tarajal, tiene todo tipo de perfiles, pero si algo llama la atención son los menores, a los que no se les pueden aplicar ningún mecanismo legal de devolución rápida a su país. Detrás de ellos se ha habilitado una especie de pasillo de «vuelta voluntaria», donde no para de cruzar jóvenes marroquíes que se vuelven por su propio pie hacia la frontera, donde las autoridades marroquíes han abierto la verja, justo detrás de la comisaría española, en el célebremente triste espigón del Tarajal, donde en 2014 murieron 15 personas en uno de los episodios más graves del control migratorio español con uso de material antidisturbios contra los que trataban de entrar, entonces a nado. «Yo me vuelvo porque esto es una ruina. Parece una broma. Ayer nos dijeron los policías marroquíes pasa, que está abierto y los españoles nos dicen que nos tenemos que ir. Aquí no hago nada, no me dejan subirme a un barco e irme a la Península, por eso me voy. Aunque en Marruecos es otra ruina, no hay trabajo, tienes 3 hijos y no puedes darles de comer. La política del rey de Marruecos es una ruina », repite Mohaad, de 3 años, en la playa en medio de militares con porras que a los pocos segundos sacan en volandas a un joven subsahariano por el cruce a nado. A la vez, las barcas del servicio marítimo de la Guardia Civil y de la Cruz Roja siguen desembarcando a los que siguen cruzando a nado desesperados y la punta del espigón está llena de otros que no saben si tirarse al agua o esperar a que los españoles los devuelvan en el llamado mecanismo de rechazo en frontera en aplicación del acuerdo bilateral de devolución que España firmó con Marruecos en 1992. «¡Que no nos devuelvan por favor! Si nos devuelven no tendremos comida. Mi marido está enfermo del corazón y no hay trabajo en Marruecos. Llevaba trabajando en Ceuta varios años como empleada del hogar hasta que por el coronavirus se cerró la frontera y no tengo nada. Si no cruzo a trabajar no gano dinero y mi familia no tiene para comer», describe desesperada Fátima, de casi 65 años y con 4 hijos, una de ellas enferma de los ojos. Su marido está enfermo del corazón y ella se encuentra desesperada porque no tienen ingresos. «Si nos devuelven no tendré comida», dice. Fátima muestra rasguños en brazos y piernas por las rocas al salir del agua. Su prima Amina sí sabía nadar y la ha traído agarrándola de los hombros. Ambas son empleadas del hogar en Veyuta y forman parte de los trabajadores fronterizos que antes del cierre de las fronteras por COVID-19 entraban y salían de la zona de Castillejos que depende en buena media de Ceuta.