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La mujer a la que el franquismo encerró en la cárcel más de 19 años: así es 'Memoria del frío'

El escritor Miguel Martínez del Arco recrea en esta novela la historia de su madre, presa durante 19 años en las cárceles de la dictadura, y la de todas las mujeres que lucharon contra el fascismo

Manolita del Arco fue la mujer que más años pasó en las cárceles del franquismo. Entró en ella después de un tiempo frenético en la clandestinidad, tratando de recomponer la oposición a la dictadura tras el final de la guerra civil. Ahora su hijo, el escritor Miguel Martínez del Arco cuenta su historia, olvidada como la de tantas mujeres, en una novela titulada Memoria del frío, editada por Hoja de Lata. El libro quiere reivindica a las mujeres víctimas del régimen franquista, luchadoras por la libertad y el feminismo y también mostrar que la parte más dura de la represión franquista también se vivió al final de la dictadura, en los ochenta, con el abuso incluso a los hijos de estas presas.

¿Es el frío la magdalena de Proust de la resistencia antifascista?

En realidad, cuando pensé en el libro, tenía un título más panfletario, No desistir, que tenía que ver más con lo que cuenta. Pero al releerlo me di cuenta de que el frío aparecía todo el rato. El frío era un elemento aparatoso en todo el recorrido que hice para redactar. Esa sensación de los años del olmo del frío. Me di cuenta de que era la posibilidad de perder el frío con el abrigo. Evoca una época, pero también evoca el futuro a una época.

Es la historia de tu madre, pero a la vez da la sensación de que es la historia de muchas mujeres…

Yo soy el último heredero de un linaje. Mi madre entró con veinte años a la cárcel y salió con cuarenta, pero le dio tiempo a tenerme y yo formo parte del linaje de unas mujeres que fueron mi familia real que no pudieron tener hijos o eran mucho mayores. Constituyó alrededor mío un espacio de aprendizaje con elementos muy positivos y me dio una manera de entender la vida en el que la vida está en el centro. Sin embargo, cuando se relatan las historias de la resistencia, siempre se habla de los hombres y de ese aspecto heroico, más individual, y aquí de mujer que pidieron elegir y hay algo más de fenómeno de grupo. Son mujeres que venían de la República, que habían avanzado en derechos de una manera brutal y eso había sido salvajemente reprimido. Las mujeres se quedaron sin derechos en el franquismo. Me parecía importante contar esta historia en un momento en el que el feminismo representa una oportunidad de mejorar la vida de las mujeres, que veamos que hay ancestras del feminismo.

¿Eran conscientes estas mujeres del feminismo?

Sí había mujeres feministas dentro de esa tradición, como Margarita Nelken. Pasionaria tenía un dibujo del feminismo más sencillo. Estas mujeres muchas veces fueron feministas a su pesar, pero ellas no son una foto fija del 39. Las que no mueren evolucionan hasta el siglo XXI, porque evoluciona la vida y porque ellas hicieron evolucionar la vida.

¿Cómo ha sido bucear en las cartas entre tus padres, separados en cárceles durante toda su relación?

Yo había dado por perdidas esas cartas. Las conocía, pero no las había leído. Yo llevaba durmiendo sobre esas cartas veinte años en una caja que ponía bordados. Me encontré con un tercio de las cartas escritas. Son unas seis mil. Con eso que dices de los vínculos, me parece muy curioso, porque los vínculos ligados a esas maneras más románticas nos parecen difíciles de entender, porque lastran muchas veces la libertad de las mujeres. Me ha costado ver ese amor romántico que se mantiene a lo largo de los años y que a la vez muestra a dos personas independientes. Me sorprendieron sobre todo las cartas del año y medio en el que ellos viven juntos en casa, y se escriben cartas. Era su manera de comunicar.

¡Cuántos hijos no dormirán encima de esas cartas!… ¿cuánto queda por conocer la memoria íntima, que a la vez es la memoria colectiva del país?

No solamente es que dormimos sobre cartas que no sabemos lo que decían, sino que hay que pensar en cuántas cartas se han destruido, en realidad duermen sobre el hueco que han dejado esas cartas. Este país es una tumba colectiva Nadie se sorprende de que el poeta nacional sea un desaparecido. Creo que un país que no tiene la capacidad de reconocer sobre lo que se acuesta y se levanta, sobre cómo escribe sus grietas y fisuras, difícilmente puede hacerse cargo de sí mismo. Hay muchísimas historias individuales y colectivas que se han ocultado y que siguen sin salir a la luz.

¿Cómo fue tu infancia?

Recuerdo una infancia dura, mi padre estaba en la cárcel y éramos una familia reprimida, pero bastante feliz. Vivía en un barrio obrero de Madrid, Canillejas, rodeado de gente. Tuve mucho cariño alrededor, pero yo era un privilegiado que visitaba museos, teatros… Aunque no había recursos económicos yo viví en un mundo de cultura y un mundo muy libre. Cuando mi padre salió de la cárcel, que ya estaba enfermo, yo tendría unos trece años y se sorprendía de lo pronto que volvía a casa.

Se habla de represión, de un golpe de estado, pero contrasta lo que cuentas con la alegría de las mujeres, ¿se le ha perdido esa alegría a la política de izquierdas?

El problema de la política, también la política de izquierdas, es que es muy masculina, muchas veces es también muy machista. Esa capacidad para solemnizar y sacralizar todo nos dificulta la vida. Estas mujeres tenían que animar la vida combinando lo personal y lo colectivo, sabiendo que la vida comunitaria, lo que tiene que ver con los cuidados, era una parte intrínseca del sostenimiento de la vida en general, sin necesidad de heroísmos. La vida tiene un lote con elementos tristes, pero otros de alegría. Ellas tenían algo que pese a la dureza, que ellas pasaron más que los hombres, es que eran conscientes de que habían podido elegir. Esa opción había tenido consecuencias duras, pero optar genera alegría.

¿Se arrepintieron?

Me gustaría que estuvieran vivas para preguntárselo. En mi imaginario y en los recuerdos de sus recuerdos, creo que no. No quiero banalizarlo, porque ellas pasaron vidas completamente duras. Al enfrentamiento de la represión, de la tortura, de la cárcel, del cuidado que ellas tuvieron que hacer también. Todo eso estaba rodeadas de que encima eran tratadas como compañeras de viaje, no como sujetos, sino como compañeras de los hombres. Sin embargo, inventaron una vida y eso tiene una parte genuina de alegría. Yo recuerdo las risas y la risa es un elemento transformador.

La novela se ha construido en parte como un thriller en dos tiempos, ¿por qué eliges esta estructura?

Si hubiera hecho un relato lineal por los recuerdos, hubiéramos llegado a un texto demasiado extenso. Yo lo que quería contar es lo que sentían y vivían esas personas. Traté de hacer un relato porque me di cuenta de que la vida de mi madre y de otras mujeres era una vida de cine. Al mismo tiempo, también me parecía que tenía que colocar el presente porque me da mucho miedo que la memoria histórica se trate solo con nostalgia. La nostalgia es muy pringosa y genera nostalgia. Lo que ocurrió ocurre. Yo estoy aquí y voy a los bares donde ocurrieron cosas. La idea era hacer un relato de thriller de una vida apasionante donde estuviera lo que nos pasa ahora.

¿Por qué nadie se atreve hacer una serie sobre esto? ¿Por qué no contamos las vidas de estas mujeres?

Por un lado hay un mantra falso, ese que dice que solo hablamos de la guerra. En ese mantra falso se esconden muchas cosas, por ejemplo, que hay una parte muy importante de la sociedad que no transitó adecuadamente en la transición a la hora de sacar a la luz lo que ha sido la historia de los sectores subalternos de nuestro país. Por eso quizá sea más fácil coger historias más superficiales. Hay un cierto miedo todavía. La represión generó miedo en el franquismo y generó miedo a la vida y algo de eso permanece todavía cuando decimos que hablar del pasado genera heridas.

¿Será la generación de los nietos la que rompa todo esto?

Nietas, bisnietas… son ellos. Yo soy como la última generación de hijos. La que me precede a mí tuvo infancias terribles y trataron de separarse de ellas para sobrevivir. Pero las generaciones posteriores tienen necesidad de explicarse y para ello necesitan ver de dónde vienen. Cuanto leemos de la República y vemos elementos muy comunes. Hay también una sensación no real de que estos temas no van a enganchar a la historia y el problema no son los temas, sino que se cuenten bien.

Lo más duro quizá es cuando hablas de dos cosas menos tratadas: la represión en los últimos años de la dictadura y el abuso a los hijos de las presas, ¿ha sido esto último lo más duro para ti?

Quizá en la medida en que me implica a mí personalmente. Había establecido suficiente distancia para poder contarla sin ruborizarme. Las situaciones de abuso de esta naturaleza provocan vergüenza y esa vergüenza hay que contrarrestarla, porque el que tiene que tener vergüenza es el que abusa. Había un ejercicio de sobrexposición a dos niveles, el primero por decir que esto pasa y que se puede contar, el segundo contar que la dictadura no tuvo un final blando. La dictadura fue salvaje hasta el final y lo fue hasta el final porque lo necesitó. No se reprimió nunca de ese ejercicio de generar terror. Las mujeres particularmente torturadas porque los cuerpos de las mujeres son posiciones bélicas y los hijos de esas mujeres éramos eso mismo. No tenían interés en generarme dolor a mí, era un dolor indirecto y además con una terrible carga moral, para que culpes a tus padres de lo que te han hecho. El ejercicio de distanciamiento y ver quién tiene la culpa es enorme, porque hasta que distingues causa y culpa tardas un rato.

¿Se puede uno acostar siendo franquista y despertar demócrata? ¿Cómo se vivió en el ambiente en que tú vivías la transición?

Hubo gente que sí supo hacer esa transición, pero sí es cierto que la transición dejó el sistema anterior casi como estaba. No se sanearon las fuerzas represivas, ahora estamos viendo cómo está la judicatura o los grandes elementos económicos, las grandes familias ricas… Para una generación que luchó contra ello y que vio que la transición se había hecho con los cimientos del franquismo que todavía existen y desde el silencio. El franquismo es un espacio tan ideologizado que solo vence desde la derrota ajena. La reconciliación no se dio y fue imposible. 

Pepa Blanes

Pepa Blanes

Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...

 
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