Sin violencia no se abre un bote de conservas

Como cada semana, he vuelto a hablar con mis padres. No sería una anécdota reseñable si no fuera por el pequeño detalle de que hace años que fallecieron. Creo que ya les he contado que mi operador de móvil es una compañía rusa que te permite comunicarte con el más allá a cambio de espiar todas tus conversaciones. Un chollo. Mamá está preocupada por cómo pueda afectarme a mí la crisis de Ucrania.

Como hice la mili y juré defender España teme siempre que cualquier conflicto internacional acabe salpicándome. Me ha aconsejado que si me llaman a filas diga que no puedo ir porque tengo COVID. Mamá es muy partidaria de la cobardía. Dice que la cobardía ha salvado más vidas que la penicilina. Respecto a lo de Ucrania, mamá está convencida de que a cualquier tirano que decide invadir un país se le puede persuadir de que no lo haga si se le pide amablemente. Papá le ha recordado el caso de Hitler, pero mamá dice que ese no cuenta porque hablaba alemán y en ese idioma es imposible decir nada amablemente.

Papá, en lo de Ucrania, opina igual que un señor con el que ha estado hablando y que, en vida, era filósofo. Dice papá que le ha dicho el señor que la violencia ofensiva es insostenible, pero la defensiva es un mal necesario y privarse de ella es conceder la victoria a quien no está dispuesto a renunciar a usarla. Luego, por si acaso yo no lo había entendido, ha añadido de su propia cosecha: “Hijo mío, sin algo de violencia el ser humano no habría abierto en su vida un bote de conservas.