'Notre-Dame de París', la catedral protagonista del drama romántico
Una novela maravillosa, con unas historias tan al límite, descarnadas y apasionadas, que es imposible leerla sin que se te encoja el corazón
'Notre-Dame de París', la catedral protagonista del drama romántico
55:31
Compartir
El código iframe se ha copiado en el portapapeles
<iframe src="https://cadenaser.com/embed/audio/460/1643901852673/" width="100%" height="360" frameborder="0" allowfullscreen></iframe>
Victor Hugo nació en 1802 en Besançon, y murió en París en 1885. Poeta, novelista y dramaturgo, exponente máximo del romanticismo literario, siempre volcó en sus obras su ideología liberal. En 1830, con la publicación y el estreno de 'Hernani', posteriormente adaptada por Verdi, logró el reconocimiento del público y de la crítica. Es el autor de la inmensa 'Los miserables', entre otras muchas obras.
'Notre-Dame de París' se publicó en 1831, es una novela maravillosa, excesiva, brutal, con unas historias tan al límite, tan descarnadas, tan apasionadas, que es imposible leerla sin que se te encoja el corazón. Creemos que es una de esas experiencias que hay que tener por lo menos una vez en la vida: hay que leer 'Notre-Dame de París'.
Quasimodo, el único personaje que no participa en el rumor de la ciudad
La novela está construida con préstamos textuales adaptados a la narración, con una amplia y sólida documentación histórica que se hace pintoresca por la combinación de fragmentos. Cada personaje representa claramente su ambiente, pero lleva los signos distintivos del mismo en un eco, con múltiples interferencias y no pocas rayas. Quasimodo, casi mudo, sensible solo a los ultrasonidos, músico del Espíritu Santo, es el único que no participa en ese rumor de la ciudad. Su sordera cuestiona la ceguera de todos; su único ojo registra las triquiñuelas de la exclusión. Su deformidad, adaptada a los ángulos de la catedral casi desde el nacimiento, se funde en el enigmático silencio del edificio, hueca antítesis del alboroto del concurso de muecas que se celebra en la Gran Sala del Palacio de Justicia.
Más información
El carácter fantástico de Quasimodo se basa en la conjunción de tres elementos. En primer lugar, sus lisiaduras y deformidades lo unifican como monstruo, fuerza de la naturaleza: hombre fallido o inacabado, apartado de la condición humana, se encuentra de repente naturalmente sobrehumano y no tiene que transformarse en príncipe encantador como en la historia de 'La Bella y la Bestia', para unas reconciliaciones de cuento de hadas. En segundo lugar, fue criado en la catedral, cuyo santuario musical transforma en intimidad, se convierte a través de un cambio total y apocalíptico del interior y del exterior en su genio familiar, en su alma. El nombre viene del principio del introito que se canta el primer domingo después de Pascua, tomado de Epístola I de San Pedro: quasi modo geniti infantes ("como niños recién nacidos").
Como señala Alfonso Basallo en Nueva Revista, Victor Hugo no dudó en convertir a Nuestra Señora de París en escenario y, al mismo tiempo, personaje de la novela cuando su editor, Gosselin, le pidió que escribiera una. Victor Hugo tenía 28 años. Concibe una gran novela coral, ambientada en el siglo XV, en la estela de la novela histórica que cultivaba Walter Scott.
Los protagonistas son los habitantes de París -desde el rey de Francia hasta los hampones de la Corte de los Milagros- y la propia catedral gótica. Se cruzaban en el empeño de Hugo, su gusto por el folletín romántico y su interés por la arquitectura. Pero como señala el blog 'Las lecturas de Guillermo', la novela histórica tal como la concibe Victor Hugo también incluye una parte de reflexión filosófica y moral. Su puesta en escena en el siglo XV es también una reflexión dirigida al pensamiento político del siglo XIX bajo la monarquía Carlos X.
La literatura salvó a Nuestra Señora de París
Como señala Janira Gómez Muñoz en France 24, la literatura salvó una vez a Nuestra Señora de París cuando algunos quisieron demoler las fachadas medievales y las estructuras góticas. Según Victor Hugo, era "mutilar" un patrimonio que aunque degradado debía preservarse. Lo intentó con panfletos, pero solo logró convencer a sus coterráneos con la novela.
La trama fue tan popular que hizo que surgiera en Francia toda una ola de preservación, que no olvidó el "inadmisible" estado de Notre-Dame. Su restauración fue encargada por concurso a Eugène Viollet-le-Duc y aprobada por ley en 1845. Pero por encima de todo, la obra generó tal referencia cultural que aún dura su efecto. Tras el incendio de Notre Dame, las ventas del libro se dispararon, lo que confirma la tendencia francesa a buscar consuelo en la literatura en momentos de angustia nacional.
Señala Elena Hevia que la novela, con su formato panorámico que traslada al lector a los ambientes del lumpen y la delincuencia parisina del París medieval del siglo XV pero también a las suntuosas cámaras reales, logra que eche a andar, en cierta manera, un género, que más tarde sería cultivado por Balzac, Charles Dickens o Lev Tolstoi. Hugo retrató con brío y mucho detalle la llamada 'corte de los milagros', una zona popular de lo que hoy se conoce como Les Halles, llamada irónicamente así porque los pedigüeños fingían estar ciegos o discapacitados y de noche se recuperaban 'milagrosamente'. Alphonse de Lamartine dijo que era una obra colosal, el Shakespeare de la novela, la epopeya de la Edad Media.
Dice Lourdes Ventura en El Mundo que a Victor Hugo le hablaban los edificios medievales y las viejas tallas góticas le susurraban historias. En los claroscuros de los templos adivinaba la fatalidad y con él lo inanimado cobraba vida. Su infancia en España pudo despertarle una sensorialidad especial para los misterios ocultos en las catedrales. André Maurois cuenta que en Madrid el niño de 9 años, Victor Hugo "en las iglesias veía extrañas imágenes, sangrientas unas, y otras vestidas de oro, y relojes con figuras burlescas y fantásticas". El padre de Victor, Lepoldo Hugo, fue nombrado conde de Sigüenza y Cogolludo por el rey José Bonaparte. Como recuerda Maurois, los mendigos de Goya y los enanos de Velázquez circulaban por las calles de aquella España tétrica y bulliciosa a la vez.