'La muerte de Iván Ilich', sobre la muerte y sobre la vida mal vivida
El intolerable dolor físico lleva a su protagonista a reflexionar sobre la muerte y a hacer un profundo examen de conciencia en el que analiza cómo ha vivido
Un libro una hora: La muerte de Iván Ilich (17/05/2020)
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Lev Tolstói nació en Yásnaya Poliana en 1828 y murió en la ciudad que hoy lleva su nombre el 20 de noviembre de 1910. Es el autor de 'Guerra y paz', 'Anna Karenina', 'Resurrección', 'Hadji Murat'… Uno de los escritores más importantes de la literatura universal.
Como a menudo acontece en otras obras de Tolstói, 'La muerte de Iván Ilich', escrita entre 1884 y 1886, tuvo como punto de arranque un incidente en la vida real. Un magistrado del tribunal de Tula, Iván Ilich Méchnikov, había muerto de cáncer abdominal en 1881; y un hermano del difunto fue quien dio cuenta a Tolstói de los horribles sufrimientos que habían precedido a su muerte.
El relato impresionó tan vivamente a Tolstói que al punto comenzó a 'imaginar' una obra en la que el personaje principal fuese un juez del tribunal provincial, hombre que a la intachable probidad en su profesión agregaba en su vida personal la honradez, la afabilidad y una clara afición al bienestar físico y moral.
Tolstói decidió redactar la obra en tercera persona, como narrador omnisciente que no solo percibe los actos visibles de su personaje, sino que bucea en la conciencia de este y concibe la invisible y compleja trama de su íntimo ser, de su pensar, sentir y, sobre todo, sufrir.
Con esta decisión, acertada a la par que insoslayable, Tolstói dio pie a quienes en su tiempo, sin dejar de admirarle, le acusaban de manipular en demasía a sus personajes, quienes, según esa opinión, responden no tanto a lo que pudiera intuirse plausiblemente de su armazón psíquica como a lo que, con fines más o menos catequísticos, les impone su creador. Es esta una interpretación que ha cundido en ciertos sectores de la crítica moderna.
El intolerable dolor físico y la espeluznante intuición de la muerte cercana
El intolerable dolor físico y la espeluznante intuición de la muerte cercana empuja a Iván Ilich a un inmisericorde examen de conciencia, a revisar en un gradual regreso mental a su infancia las diversas etapas de su vida. Tal revisión le persuade de que, de hecho, su vida ha sido 'mal vivida' –como, a decir verdad, lo ha sido también la de sus familiares y colegas–, y que lo que con tanto ahínco y apremio había deseado alcanzar en sus diversas funciones de juez, marido, padre de familia y ente social había sido un espejismo o una voluntaria y falsa percepción de la realidad, peor aún, una fruslería.
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El derrumbe espiritual de Iván está motivado, en primer lugar, por los dolores que experimenta, como señales de que su muerte está próxima, pero también por la indiferencia de los demás ante sus padecimientos. La convicción de que se está muriendo y que a nadie le importa se traduce en una enorme soledad.
En especial es sensible a la soledad que le resulta de la indiferencia de su familia; para su esposa y su hija, la enfermedad, las quejas, los cuidados que requiere Iván son molestos, en la medida que alteran su vida diaria. Para la hija, fuerte, sana y enamorada, la enfermedad de su padre es irritante porque estorba su felicidad. Por su parte, Iván quiere que alguien lo compadezca y le tenga lástima, la que se le tiene a un niño enfermo.
La lectura de 'La muerte de Iván Ilich' puede hacerse en tres niveles superpuestos, según Luis Guerrero Martínez. El primero es el nivel de la crítica social, por un lado en la insensibilidad social ante la muerte de los demás, y por otro en el del vacío al que habitúan los convencionalismos sociales. Un segundo nivel es el existencial ante la proximidad de la muerte. Y el tercer nivel se articula con lo que formularía Ludwig Wittgenstein en su 'Tractatus Logico-Philosophicus': “La muerte no es un ningún acontecimiento de la vida. La muerte no se vive”. En este nivel está presente un sentimiento de extrañeza en relación con el significado de la muerte.
Tolstói no narró su propia muerte, pero sí su vacío interior
Heidegger mencionaba que la muerte de otro puede ser ocasión para reflexionar sobre el carácter temporal del ser humano, pero a menudo la muerte de otra persona se convierte en un acontecimiento que despierta el morbo: ¿cómo fue su muerte?, ¿cuántos hijos deja?, ¿qué va a ser de su mujer?
En el relato de Tolstói, las cavilaciones de otros están dirigidas a las vacantes laborales que el fallecimiento de Iván Ilich producirá. Y una parte del contexto de estas reacciones es el de los convencionalismos fúnebres, que Tolstói deja al descubierto.
Karl Jaspers explica este fenómeno de distanciamiento hacia la muerte de la siguiente manera: “El hombre que sabe que ha de morir considera este acontecimiento como una expectación para un indeterminado punto del tiempo; pero, en tanto que la muerte no desempeña para él otro papel que tener cuidado de evitarla, la muerte sigue sin ser para el hombre una situación límite”.
Enrique Gavilán señala que la duda existencial fue la que debió impulsar a Lev Tolstói a escribir 'La muerte de Iván Ilich', cuyo protagonista se torturaba en su lecho de muerte mientras alcanzaba la respuesta a la pregunta que desde hacía semanas le corroía la mente y el cuerpo: “¿Cabe la posibilidad de que no haya vivido como debiera haberlo hecho?”. Tolstói no narró en esta novela su propia muerte, que aconteció un cuarto de siglo después, pero sí su vacío interior.
Las reflexiones que acompañaron el desarrollo de esta novela le hicieron cambiar de vida hacia una existencia más espiritual y más reflexiva. Ya octogenario, Lev tenía claro que “hago lo que un viejo de mi edad acostumbra: apartarse de la vida mundana para pasar los últimos días de mi vida en soledad y tranquilidad”. Pero las dudas le persiguieron toda su vida, y cuando se acercaba su propia muerte, Tolstói al parecer volvió a sucumbir: “no entiendo qué se supone que he de hacer”.