Consejos no vendo, que ni para mí tengo

A este filo de los 79 años, en ese punto en el que una sale a patrullar por su propio cuerpo en busca de señales alarmantes, me gustaría haber acumulado talento suficiente para proporcionarme a mí misma y a cualquiera que pueda requerirlo, un mensaje tranquilizador.

Siento deciros que carezco de varita mágica. Por no poseer no dispongo ni del caldero de las brujas de Macbeth, que me correspondería más por edad. Lo que sí me queda claro es que me crie en un mundo en plena guerra fría, en el que mi madre me decía: “Nena, cómete la sopa o echarán la bomba atómica".

Y también sé que, muchos años después, continúa manifestándose, aquí y allá, el mismo ardor guerrero, y que regresan con fuerza comportamientos que creíamos obsoletos.

Me siento como el astronauta de 2001: una odisea del espacio, en la secuencia final. A solas, en una enorme y hueca habitación, que es mi intimidad, que son mis reflexiones. Viéndome flotar, a mis diferentes edades, y examinando cada etapa vivida.

No somos ni mejores ni peores de lo que hemos sido. Somos, a la vez, la nada y el todo, el individuo y la masa. La locomotora que tira adelante y los pesados vagones, cargados de fardos. Somos la víctima y el verdugo. Unos más que otros.

Y consejos, no tengo ni vendo.