La cara B del cantante de La Habitación Roja: entre ilusiones y decepciones
Jorge Martí presenta su primer libro, 'Canción de amor definitiva', una biografía que respira verdad donde repasa su vida a caballo entre España y Noruega
Madrid
"La vida, como un disco, tiene dos caras", se puede leer en el subtítulo del libro del cantante de La Habitación Roja, Jorge Martí. Las dos caras de su biografía ya son de sobra conocidas para la mayoría de los seguidores del grupo: durante un tiempo ha tenido que alternar los escenarios con su trabajo como enfermero en Noruega, donde vive desde hace muchos años. Gracias al documental In the middle of Norway muchos se enteraron que su mujer sufre síndrome de fatiga crónica, una enfermedad que le hace estar cansada hasta la extenuación la mayor parte del tiempo y que le incapacita para trabajar. El cambio en la vida de la familia fue absoluto. Además de hacerse cargo de todas las tareas del hogar, Martí tuvo que ponerse a aprender noruego y convalidar su título para poder ejercer en aquel país. Tan pronto estaba atendiendo a uno de sus muchos pacientes con demencia, como cantaba ante miles de personas en un festival español. Una doble vida que le llevó a escribir ese libro, Canción de amor definitiva (PLAZA & JANES), en el que hace repaso de su historia en paralelo con el ascenso del grupo. Una lectura donde, como dice el autor, se cuenta "una historia extraordinariamente normal" pero de una forma tan sincera que es imposible no empatizar con cada línea.
Curiosamente esta biografía tiene otra protagonista y es Ingrid, su mujer. El cantante cuenta cómo la conoció, cómo decidió irse a vivir con ella a Noruega y las asperezas de la convivencia, cómo se enteraron de que esperaban a su primera hija, lo que sufrieron como pareja una vez nació, la sorpresa de un segundo embarazo y, sobre todo, lo que ha supuesto la enfermedad de ella en sus vidas. El diagnóstico llegó precisamente en uno de los mejores momentos de la banda, cuando ya ningún componente trabajaba de nada que no fuera la música, y eso hizo más duro tener que volver a ponerse la bata. Reconoce que le pasó factura a nivel psicológico: "Yo estoy más deprimido que mi mujer y no tengo esa enfermedad. Realmente uno tiene que estar bien para poder ayudar a los demás pero creo que a veces no he estado a la altura como cuidador y eso me lo reprocho a veces. Me habría gustado aportar esa energía, esa fuerza, esa vitalidad que que a veces necesita la gente que no se encuentra bien, y sin embargo solo he aportado bajón, y eso es una cosa que me fastidia. Pero bueno, uno también es como es, tampoco se puede fingir", cuenta con la mismo nivel de honestidad y autocrítica que se percibe en el resto del libro. Confiesa que los dos últimos capítulos son los que más le ha costado escribir "porque el dolor está cercano": "Son episodios en los que no ha pasado suficiente tiempo para cicatrizar heridas. Han pasado cosas como mi enfermedad, la ruptura de grupo, dejar el sello en el que estábamos, muchas decepciones y luego una ristra de sucesos, enfermedades y desgracias en el seno de mi familia... y la pandemia es una especie de tormenta perfecta. Volví a tener otra embolia pulmonar bilateral y ya me tengo que medicar de por vida y bueno, me dejó totalmente tocado, Así que empiezas a pensar que quizá los disgustos tienen una influencia muy grande también en la salud".
En el centro donde trabajaba no solo había gente mayor, también había pacientes jóvenes con Alzheimer temprano y otros con demencia temporal bastante graves. Todavía recuerda impactado un caso: "Son enfermedades degenerativas que suelen tener un debut más tardío, pero llegué a tener un paciente que venía 2 ó 3 años más de los que yo tenía en ese momento, unos 40 años".
Entre la enfermedad del centro demencia donde trabajaba y la de casa, solo le quedaba la música como tabla de salvación. Siempre la música. El libro está lleno de las canciones y los grupos que conformaban la banda sonora del momento del que habla. Relata cómo vivió como adolescente la Ruta del Bakalao en su Valencia natal, cómo llegó hasta segunda división en el fútbol y por qué se truncó su carrera, habla de sus primeras relaciones sexuales, de aquel año que vivió en Barcelona y lo que supuso para él, de cómo se compra una casa en Noruega y, en muchos momentos, se cuelan distintas enfermedades mentales de varias personas cercanas, incluidos miembros de la banda. El libro está lleno de nombres y, pese a las intimidades que comparte, dice que solo una persona le ha pedido cambiar el nombre: "He hecho un trabajo de campo, he preguntado a gente si le importaba que contase las cosas y viendo que había gente dispuesta a tener ese tipo de destapes, que me dejaba contar sus cosas de esa manera, ¿cómo no iba a ser yo también honesto y contar mis movidas?", se pregunta.
Una de las muchas desilusiones que comparte en el libro tiene que ver con el mundo de las discográficas. Si tuviera que darle un consejo a alguien que esté empezando en la música sería que cogiera un buen abogado antes de firmar nada: "El primer contrato que firmamos nosotros en el año 97 fue un contrato nefasto. En otras fases no hemos tenido contrato, no sabemos a qué atenernos, ni nuestros royalties ni nada. En algunas épocas de nuestra carrera ha sido todo un poco como muy naif, amateur, a veces es totalmente un despropósito. Me hubiera gustado estar más preparado. Si llegas con un abogado, la peña te ve como "ostras, no te fías de mí". La gente se pone a la defensiva, y se hacen muchas cosas desde la desde la confianza. Y luego yo siempre me he creído amigo de la gente con la que trabajaba y en muchas ocasiones no ha sido así. Y entonces al final te llevas un desengaño".
"El libro es una especie de viaje desde la ilusión y la vulnerabilidad", resume Martí, y recuerda un refrán español que curiosamente leyó su mujer en un periódico local noruego: "El que vive ilusiones muere de decepciones". Sabe que su forma de ser le ha llevado muchas veces a darse de bruces con la realidad pero ha sabido hacer de eso su poder: "Yo tengo una virtud y es que, igual que me decepciono, me vuelvo a ilusionar y me levanto, y eso me ha convertido en una persona como muy resistente y con una capacidad de rehacerse hasta límites insospechados".
Esa persistencia ha hecho que no dejara de venir a España en plena pandemia pese a tener que guardar una y otra vez sus 15 días de aislamiento a la vuelta y, sobre todo, ha hecho que La Habitación Roja se haya convertido en uno de los grupos indies más longevos de nuestro país. Creen que lo suyo ha sido "ha sido tan paulatino que nunca ha habido realmente un pelotazo" y piensan que están pasando por un momento especialmente dulce: "Nunca habíamos hecho un sold out en La Riviera y bueno, yo no sé qué va a pasar esta tarde ni mañana, pero a día de hoy sí que puedo decir que el mejor concierto de mi carrera en Madrid ha sido hace unos meses. Y lo digo con bastante satisfacción porque llevo 26 años en la música".
Elisa Muñoz
Periodista en Cadena SER desde 2008. Primero...