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Al colegio ucraniano más grande de Europa le falta sitio para acoger a los niños que huyen de la guerra

Un centenar de niños y adolescentes entre los 3 y los 17 años se han matriculado en las últimas semanas para seguir el programa educativo que tenían en Ucrania. A medida que pasan los días el trauma que les acompaña es más grande

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Madrid

Solo vienen los sábados, en teoría para reforzar su bilingüismo siguiendo el programa educativo de Ucrania, pero esa función se amplió hace solo unas semanas cuando comenzaron a matricularse decenas de nuevos alumnos con necesidades mucho más urgentes. "Estos niños hace solo unas semanas tenían una vida normal, iban al colegio. Ya han dejado sus casas, sus amigos. No tenemos límite. Vamos a hacer dos turnos y si es necesario tres para acoger a todos". Y son muchos, ya van más de 70. En la última semana, se han incorporado 22.

Los padres quieren que estos niños que apenas hablan, que dirigen su mirada al suelo, que cada vez llegan en peores condiciones psicológicas tengan contacto con pequeños de su edad. Y Natalia Bondarenko -la directora del centro- asegura que si es necesario colocará los pupitres en los rincones para dar a estos menores las dosis de normalidad que fabrica este colegio con un nombre en las antípodas de la realidad "Dyvosvit" que se puede traducir como "mundo maravilloso" y que ocupa dos centros de estudios separados por algo más de un kilómetro en Alcorcón.

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"Se nota en las caras que están tristes. Los ojos los tienen muy apagados. Ahora están llegando niños que han pasado una semana y hasta diez días escondidos en sótanos" Oxana da clase de historia a los alumnos de bachillerato y es voluntaria como todos los educadores en este centro. Oxana constata que a medida que pasan las semanas los niños llegan más tocados. Los primeros en salir apenas tuvieron contacto con las bombas, pero ese tiempo de gracia ha expirado ya. María tiene 13 años y acaba de llegar de Kiev "Nos escondíamos en el sótano de casa cuando llegaban las alarmas. Nunca llegué a ver una explosión. Yo las oía. Sabíamos que nos teníamos que ir". A través de internet, María y su madre encontraron una familia polaca dispuesta a acogerlas en Madrid. Desde que ha llegado hace solo unos días no ha perdido el contacto con sus amigos en Kiev, con los que se quedaron porque así lo decidieron. Cada hora se mensajea con ellos: "es triste - subraya- pero me dicen que están acostumbrados a convivir con el terror"

María combina esos mensajes con el examen sobre el clima y la naturaleza de África programado para hoy porque el temario, exactamente el mismo que se sigue en Ucrania se mantiene. Estudian sobre libros traídos de los mismos colegios sobre los que ahora caen bombas, con apariencia, -algunos-, de haber viajado en el tiempo protegidos por unas tapas muy duras. Entre estas paredes, muchas de ellas de cristal, no se habla de la guerra... "hablan poco, los niños no quieren hablar. Hay un acuerdo mutuo. Todos entendemos la situación. Se le cae las lágrimas a la mayoría. El resto les apoya, les hace reír, pero saben que no pueden hablar de la guerra" - apunta la directora del centro- "no preguntamos porque yo tengo mis nietos y mis hijos allí y sé que no debo preguntar, que es traumático" añade la profesora de matemáticas, Nadia, quizá la educadora más veterana de este centro.

Las razones de ese silencio también han calado entre los más pequeños. Victoria tiene solo seis años, "no quiero saber, no quiero preguntar porque si no me pongo una tristeza" -es literal-. En la clase de al lado Yure, de 8 años susurra "todavía no me lo ha dicho, pero creo que el compañero nuevo ha venido a España porque está preocupado de sí mismo". Aunque Yure, termina diciendo aún muy bajito, tiene un plan infalible: jugar al pilla pillla durante el recreo que está a punto de comenzar.

Toñi Fernández

Toñi Fernández

Edición Hora 14, sección de reportajes, Hoy por Hoy reportajes, Gerente de comunicación y jefa de prensa...

 
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