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Pascual Ortuño: "Estoy contentísimo con la acogida de los ucranianos, pero ¿y los saharauis qué?"

El exmagistrado de la Audiencia de Barcelona recuerda en 'Aquellos días del Sáhara' su servicio militar en la excolonia española. Ortuño recuerda que la traición al pueblo saharaui comenzó en 1975 y lamenta que lo hayamos abandonado

Pascual Ortuño: "Estoy contentísimo con la acogida de los ucranianos, pero ¿y los saharauis qué?"

La actualidad política se ha cruzado de lleno en el camino de Pascual Ortuño, exmagistrado de la Audiencia Provincial de Barcelona. Ortuño acaba de publicar 'Aquellos días del Sáhara. 1973 - 1975', donde recuerda el servicio militar que prestó en la excolonia española. La presentación de la novela coincide con el giro del Gobierno de Sánchez ante el Sáhara Occidental.

Has publicado 'Aquellos días del Sáhara. 1973 - 1975' en Ediciones del Azar. Menudo azar que coincida con este cambio de postura del Gobierno, Pascual, ni que os hubiérais puesto de acuerdo Sánchez y tú

Pues sí, parece que me ha hecho un gran favor a mí, no al pueblo saharaui, por cierto. Es una novela primeriza mía, había escrito otros ensayos, pero no esperaba que se pusiera de actualidad.

Pascual Ortuño, presentando 'Aquellos días del Sáhara' en el correíllo La Palma

Pascual Ortuño, presentando 'Aquellos días del Sáhara' en el correíllo La Palma / Pascual Ortuño

Pascual Ortuño tiene publicado un ensayo, 'Justicia sin jueces' (Ariel, 2018), y un relato judicial, 'Hijos ingratos' (Azar, 2020). Es tu primera novela, ¿qué te ha llevado a contar aquellos días en el Sáhara?

Es algo que llevaba pensando desde hace mucho tiempo. Creo que empecé a escribir la hace 47 o 48 años. De hecho, incluyó alguna cosa en la novela escrita en aquella época, en el Sáhara, durante el servicio militar. Lo que pretendía era, antes de que se me vayan olvidando estas cosas, poner sobre el papel aquello y dejar, para mis descendientes y para la gente de ahora, un testimonio de aquella época, que parece un tanto olvidada, y de aquella guerra silenciada y silenciosa.

Cuando la leí, no sabía que eran tus vivencias personales. Está muy bien descrito lo que se respiraba en aquel desierto, las ladillas, la gonorrea, esas tormentas de polvo, la sensación de pesimismo. El rumor ronco de los camellos, el balar de los dromedarios, no parece que hayas olvidado nada.

Algunos de los recuerdos no los he olvidado, se quedaron grabados de manera indeleble. Es una experiencia que todos los que estuvimos allí la conservamos muy viva. Cosas posteriores las hemos olvidado. Tenemos una asociación de veteranos que prestamos servicio militar en el Sáhara, nos reunimos cada año y recordamos. Vivimos una experiencia muy intensa y se han escrito libros de teoría y de historia, pero, en ocasiones, por personas que no vivieron aquello. Yo me propuse explicar un poco el día día de la vida del soldado, que habíamos ido trasplantados directa e inmediatamente, desde una España que era muy diferente, convulsa, en la que se esperaba la Transición, se luchaba por un cambio democrático, pero a la vez estábamos llenos de música, de teatro, de actividad. Y, de pronto, el traslado en medio del desierto, con aquellas condiciones que has comentado, desde la higiene y hasta la soledad, así que creamos unos vínculos de amistad que se han mantenido hasta hoy.

Ese es otro estímulo de la novela, que empecé a rememorar estas cosas con uno de los compañeros que estuvieron al lado mío en el barracón. Lorenzo, que aparece en la novela, y que murió. Cuando murió Lorenzo, dije: no puedo esperar más, tengo que hacerlo. Y, de hecho, pedí la jubilación anticipada como magistrado para dedicarle tiempo.

Portada de 'Aquellos días del Sáhara'

Portada de 'Aquellos días del Sáhara' / Daniel de la Fuente

'Aquellos días en el Sáhara' es la historia de Emilio Portón, un estudiante de ingeniería en Valencia, represaliado por su participación en las luchas universitarias de 1972 contra la dictadura. Lo trasladan a Madrid, donde sigue con esta lucha y finalmente lo envían como castigo a prestar servicio militar al Sáhara. Emilio es un personaje inventado, ¿pero qué hay de ti en él?

Como autor, yo me situó en el plano testimonial. Incluso en la portada, es una fotografía real, soy yo con una cámara Súper -8. Es decir, yo observé todo aquello. Al representar los personajes y asignarles un perfil determinado, personajes que están sufriendo y pasando una serie de vicisitudes, es evidente que no puedo desprenderme de mí y de mis vivencias. Sobre todo en algunos párrafos, más emotivos, que expresan una interioridad mayor, y que me han traído recuerdos y sufrimiento. Momentos muy difíciles, sobre todo cuando nos llegaba la noticia de algún compañero que había muerto o algún compañero que había perdido la cabeza y acababan directos en un psiquiátrico.

Es que dices en el libro que era peor hacer la mili en el Sáhara que ir a una prisión franquista.

Sí, es una apreciación que yo tengo. Yo empecé a ejercer como abogado en el mismo año 75 y empecé a ir a las prisiones. La Ley de Amnistía es del 77. Y la realidad era distinta, en las cárceles no te podían obligar a hacer cosas en contra de tu propia dignidad. No te pueden someter a malos tratos, como allí se hacía en esa época en el servicio militar. Las prisiones, en las que había muchos presos políticos, eran verdaderas universidades. Muchos presos, que habían pasado hasta 25 años en la cárcel, no lo habían pasado tan mal, incluso físicamente, como nosotros en el Sáhara.

Me impresionó mucho el tema de los testigos de Jehová, por ejemplo, lo cuento en la novela. Hay testimonios que ponen la carne de gallina, cómo pretendían que renegaran de sus creencias a base de una paliza diaria. Esto en las cárceles era más difícil, había más respeto.

Es muy bonito el intercambio epistolar entre Emilio y su novia Lola. Cómo le va contando lo que está ocurriendo en la península, con un régimen agonizando, un dictador enfermo y desaparecido, las protestas... ¿tú tuviste una Lola?

Yo tuve un amor, no fue como el de Lola, pero tenía una relación que me ayudó mucho a sobrevivir, con una persona que es la madre de mis hijas. Y también fue un estímulo, ya que ella guardó las cartas que yo le escribí y tuvo la amabilidad de entregármelas. Fue un estímulo el poder ojear y volver a leer aquellas cartas que expresan mucho. De hecho, en la novela se incluye algún poema, muy malo, desde el punto de vista literario, pero que está escrito en aquella época, en aquellos barracones.

Cada capítulo viene precedido precisamente de un fragmento de una canción, de un poema, versos. Emilio escribe sus versos, ¿tú también escribías versos, como Emilio?

Sí, es un paralelismo. Escribíamos mucho. Una de las cosas más bonitas es que escribíamos cartas de amor a compañeros que no sabían escribir. Escribía poemas que mandábamos no a mi novia, sino a las novias de otros. Les gustaban y llegué a tener una cola de compañeros, que o no sabían escribir o se expresaban mal, que me pedían que escribiera por ellos. Eso podría ser otra novela.

¿Y tus padres eran como los de Emilio? Dos personas profundamente religiosas, conservadoras, fieles al régimen no sé si por miedo o por afinidad.

Aquí he intentado describir una generación, la de nuestros padres, muy jóvenes en aquella época, y a la que la Guerra Civil marcó muchísimo. También nos marcó a nosotros, a los que tenemos ahora 70, y a las nuevas generaciones. Aquello fue tan fuerte, que no se ha superado. Ahora, viendo lo de Ucrania, yo revivo mucho de lo que se pasó aquí. Pero los padres de Emilio Portón no tienen nada que ver con los míos. Los padres de Emilio son muy prototípícos. Las rupturas entre padres e hijos fueron muy frecuentes, había un choque generacional tremendo. Y la transición no hubiera sido posible sin esa generación de hijos de la posguerra que rompieron con sus padres ideológicamente y que no siguieron la doctrina oficialista del nacionalcatolicismo.

¿Y cuáles fueron tus relaciones con el pueblo saharaui? Porque cuentas en el libro que algún domingo os dejaban ir a El Aaiún y hay quien se mezclaba con ellos, visitando rebaños de dromedarios, tomando té moruno... ¿tú ibas a divertirte, como hacían otros, o a disfrutar de esta inmersión? En el libro recoges alguna historia de soldados saharauis.

Cuando nos reunimos los amigos entonces, nos reímos mucho acordándonos de episodios. El ser humano tiene la capacidad de sacar lo bueno de las cosas malas. Con el pueblo saharaui, la mayoría de nosotros teníamos muchísima curiosidad. No era una colonia propiamente, el ministro Solís se cansó de decir que "aquello es una provincia igual que Cuenca, igual que Ciudad Real". Los hijos de militares, los que tenían allí negocios y demás, iban a las mismas escuelas. Los saharauis eran compañeros de pupitre y nosotros, en los cuarteles, también los teníamos. Teníamos relación con ellos, íbamos los domingos a sus casas. Siempre he sido una persona muy abierta y muy curiosa, recuerdo perfectamente las escenas en el desierto, las jaimas con los saharauis. Por eso también nos sentimos solidarios con ellos. La asociación de veteranos de la mili en el Sáhara ha mantenido los lazos con estos niños y niñas que han venido tantos veranos con nosotros. Se creó un vínculo de franca amistad. Y luego tener que ver cómo España traicionaba a aquellas personas. También porque había mucho de racismo, de menosprecio al tema religioso. Es uno de los temas que abordo en la novela, cómo despreciamos prácticas religiosas dependiendo muchas veces de la raza. Ahora mismo estoy contentísimo con la recepción del pueblo español acogiendo a los ucranianos, pero me preguntó: y los saharauis qué, los saharauis qué.

Es que había un racismo estructural, lo dices en el libro, no dejaban de ser moros para muchos.

Sí, desde la sociedad civil, que la había, hasta la misma oficialidad, trataba a la gente con displicencia. Eran "los moros", algo que todavía perdura. Como juez he visto recientemente facturas de albañilería donde ponía "tres horas de oficial primero", "una hora de no sé qué", "cuatro horas de moro". Eso todavía está ahí metido y nos ha influido. Somos un pueblo muy generoso, pero, en la práctica, no lo somos tanto.

El correíllo La Palma

El correíllo La Palma / Pascual Ortuño

De ahí la importancia de la novela histórica, para recordar y, en este caso, para poner en valor al pueblo saharaui.

Efectivamente, con las presentaciones del libro estoy intentando que siempre haya un representante de la comunidad saharaui. Porque además es gente muy solidaria, que nos enseña mucho. Por ejemplo, en Tenerife, donde he hecho la presentación en el correíllo de la Palma, han venido saharauis que aquí, en las Islas Canarias, están trabajando acogiendo a los inmigrantes que llegan en patera. Estos voluntarios, muchos y muchas son hombres y mujeres saharauis con una entereza, con una entrega, con un corazón, con un espíritu, con una inteligencia y desde luego con una generosidad asombrosa. Creo que hay que rendirles un tributo.

Lo que me exaspera, he dado clases en la universidad, es que, cuando hablo de estas cosas, hay estudiantes de 25 a 30 años que no saben que España tuvo una provincia, digamos, en el Sáhara. Que aquello se ha olvidado. Se habla mucho de la Transición, pero se habla de la Transición después, no de aquellos años y días. No hemos sido capaces de transmitir esta memoria democrática y para superar las heridas hay que suturarlas y ver de dónde provienen.

¿Y qué te ha parecido la decisión del Gobierno de Sánchez?

Bueno, es la realpolitik, que decía Zapatero. "La realpolitik es la política y lo otro no existe", decía. Es como decir que los principios hay que dejarlos de lado. Y la dignidad qué, me pregunto. Y la dignidad qué. Pero pienso que el tema saharaui no es de ahora, la traición viene de entonces. El pecado original está en el 75, allí no se hizo bien por realpolitik, por imposición de los norteamericanos, por Kissinger y todo esto. Y lo que hemos hecho es seguir por el mismo camino.

Ahora que he tenido ocasión de volver con la comunidad saharaui y hablar con ellos, me dicen que, de alguna manera, no hay mal que por bien no venga. "Nos viene bien porque estábamos totalmente olvidados". Hay una buena parte de los españoles que se están movilizando e incluso los partidos de derecha están reclamando justicia por los saharauis. Qué bien. La realpolitik tiene esas cosas y creo que debemos reivindicar la dignidad, la dignidad es uno de los grandes valores de la constitución que tenemos que transmitir a las nuevas generaciones. La dignidad de la persona nos diferencia como especie.