El duro peregrinar del menorquín republicano Rafael Saura: de la batalla del Ebro al exilio con un final en Mauthausen
En el Día de la Conmemoración de las Víctimas del Holocausto, su nieto ha contado la historia de este vecino que sufrió los horrores del franquismo y del nazismo
Reportaje: Rafael Saura, menorquín asesinado en Mauthausen (28 de enero)
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Palma
Cuando buceamos en el pasado más oscuro de nuestra historia, siempre encontramos testimonios y vivencias que no son fáciles de recordar, pero desde luego merece hacer un esfuerzo, aunque solo sea por tenerlas cuanto más presentes mejor y por no repetir errores del pasado. De eso trata esta historia, aprovechando el marco del Día de la Conmemoración de las Víctimas del Holocausto del 27 de enero.
Rafael Saura Moll es el protagonista. Conocemos su figura gracias al testimonio de su nieto, que comparte el mismo nombre. Nació en 1907, en Maó, donde residió hasta que llegó la etapa más turbulenta de su vida. La última. Se trataba de una persona alegre, bromista y amante de la cultura; especialmente de la música. Fue militar republicano en una isla, Menorca, que llegó a ser la única de este bando en la Guerra Civil. Su nieto ha explicado que luchaba por sus ideas y llegó a ser teniente.
"Tocaba la bandurria y estaba en el Orfeón Mahonés, muy bromista, le gustaba salir... Nos parecemos", ríe Saura nieto. "Tenemos muy pocas fotos suyas, pero siempre es con la bandurria o vestido de militar", ha explicado. "No era lo habitual en un militar que fuera leal a la República, pero en Menorca sí había más. Él luchaba por sus ideas", ha matizado.
Con la sublevación de los generales golpistas, la guerra dio comienzo y Saura marchó, en 1938, a combatir en la batalla del Ebro. No lo sabía, pero era la última vez que vería a su familia. "No sabemos si fue destinado allí o si fue por iniciativa propia, el caso es que la batalla se perdió y, antes de terminar la guerra, decidió irse al exilio a Francia. Era eso o volver a Menorca, donde lo habrían fusilado", ha relatado su nieto.
Tras su huida al exilio en Francia, terminó en el campo de refugiados de Argelès, donde se concentraban en unas condiciones deplorables miles de personas que cruzaron la frontera, escapando de las garras del nuevo régimen que se gestaba en España. "Los franceses, todo hay que decirlo, los trataron muy mal porque era muchísima gente y no tenían medios, no estaban preparados. Es una playa enorme, con arena y nada más, allí montaron el campo, y ya está. Ahí mi abuelo empezó a estar ya bastante mal", ha explicado.
Lo supieron porque, estando en Argelès, pudo comunicar su situación a su familia, que tampoco lo sabía, pero sería la última vez que recibieran una carta firmada del puño y letra del propio Saura.
Tras el exilio, colaboró en la defensa de Francia en la Segunda Guerra Mundial
En 1939, con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, se pudo alistar en cierto modo al ejército francés, que destinaba a los refugiados, sobre todo, a construir infraestructuras. En el caso de Saura, se sumó a levantar la cortina de hormigón conocida como Línea Maginot, una muralla que ocupaba toda la frontera del país galo con Alemania. Los franceses pensaban que Hitler realizaría su ataque por esta zona; sin embargo, sus divisiones sorprendieron en un triple ataque simultáneo por Países Bajos, Bélgica y Francia, entrando por el bosque de las Ardenas.
El resto ya es conocido. París cayó y Francia se dividió en dos estados, el controlado por el Reich y el colaboracionista. En cuanto a los soldados, fueron hechos prisioneros y trasladados a un campo de concentración para militares, el Stalag 17, en Austria.
Lamentablemente, a Saura todavía le quedaba un viaje más, un destino del que no saldría, un abandono de los republicanos por parte de Franco, quien, mediante el cuñadísimo Serrano Suñer, los dejó en manos de los alemanes al tacharlos de "apátridas". "Fue muy duro porque los prisioneros pudieron volver a su país al terminar la guerra; los españoles, no", ha señalado. "Si eran civiles, bueno, pero siendo militar republicano no lo salvaba nadie porque ya no había República, ya gobernaba quien todos sabemos", ha lamentado.
Saura murió en los campos de exterminio en 1941, dejando incertidumbres y silencios
Mauthausen, en 1941, y con su posterior traslado al subcampo de Gusen, sería el último destino en este duro peregrinar de cuatro años. Rafael Saura falleció el 27 de octubre de 1942, a los 35 años. Y aquí es donde comienzan los interrogantes, la falta de información y, sobre todo, los silencios.
Saura nieto ha contado que es imposible saber cómo murió. "Si gaseado, arrojado por el precipicio, si de puro agotamiento, si, incluso, ya cansado, pudo suicidarse...", ha enumerado. Y es que no fue hasta 1947 cuando, gracias al trabajo del Gobierno alemán, ya en democracia, supieron de forma oficial del fallecimiento de Rafael Saura. Hasta entonces, y aunque podían imaginar su final, solo sabían que nuestro protagonista estaba preso en Gusen gracias a las cartas que enviaba el propio Reich con mentiras y, prácticamente, monosílabos, para no levantar sospechas. "Eran cartas muy, muy escuetas, en las que había frases del tipo «estoy bien», «nos tratan bien», «recuerdos a todos»... He llegado a ver cartas de otros presos menorquines y eran iguales, solo cambiaba el nombre", ha rememorado.
A la falta de información de los torturadores nazis y al silencio del Gobierno de Franco, había que sumarle la falta de iniciativa de la población en recordar lo que pasó en lugares como Mauthausen, ese deseo de olvidar lo que ocurrió, ya fuera por vergüenza o, en el caso de España, debido a la dictadura, por el miedo a señalarte.
Esa, por ejemplo, fue la postura que adoptó Guillermo, la pieza del eslabón que falta en este reportaje. Tenía dos años cuando su padre se marchó al frente de Aragón y siempre sintió una sensación de abandono. Falleció conociendo lo imprescindible, nunca quiso estudiar en profundidad la historia de su progenitor; incluso, rehuía de los testimonios de víctimas de los campos de exterminio.
"Era un tema del que no se podía hablar con él, siempre decía que lo abandonó, pero no entendía que tuvo que marcharse a luchar por una causa que consideraba justa", ha explicado. "Recuerdo llevarlo al cine a ver 'La lista de Schindler', a escondidas, y al llegar y ver lo que era, se levantó, se fue y luego me cayó una bronca", ha agregado.
Ya de otra generación, Rafael afanó en preguntar, conocer y divulgar. Pese a ello, ese silencio instaurado en su familia le impidió saber la historia de su abuelo hasta los quince años. Llegó a visitar el complejo de campos en dos ocasiones; ambas, con las emociones a flor de piel.
"La gente debería ir al menos una vez en la vida a ver un campo de concentración"
"Hay que que ir, la gente tiene que ir al menos una vez a ver un campo de concentración. Por la tele está muy bien, pero cuando estás ahí... No podía evitar pensar en mi abuelo y emocionarme, y eso que no lo he conocido", ha señalado. "Vas allí, haces un tour con un guía que te va explicando, y de repente llegas a una explanada verde, con flores y césped, y en ese momento te dicen: «Estáis pisando sobre 40.000 mujeres que murieron aquí». Se te caen las lágrimas", ha recordado.
Invita a conocer estas historias in situ para saber qué pasajes de la historia no deben repetirse. Además, antes de que sea tarde, ya que no tiene muchas esperanzas de que se puedan seguir conservando. En el caso de Mauthausen, por ejemplo, ubicado en Austria, ya empieza a molestar a los vecinos de alrededor. "En parte los entiendo, porque está ubicado junto a una urbanización de chalets y casas muy bonitas, los niños juegan cerca, hay un río, mucha arboleda... Y no les interesa tenerlo allí; además, no son alemanes, no hicieron esas atrocidades. Es que no está ni señalizado. La primera vez te pierdes", ha lamentado.
Un posterior reconocimiento necesario, pero muy tardío
Los pasos que se han dado en España para conservar estas historias y dignificar a estos protagonistas Saura los tiene muy bien valorados. Leyes como la estatal de 2022, la del antiguo Govern de Baleares, con sus respectivos reconocimientos, a los que hay que sumar los que han tenido lugar a nivel insular y local, han formado un camino importante para Saura en este sentido. Lamentablemente, y eso le ha pesado, "se ha tardado mucho tiempo en llegar a este punto. No solo ya por quienes fallecieron víctimas del horror nazi, también por quienes lograron escapar de la muerte. Tarde, no; tardísimo, la gente que sufrió aquello no merecía tampoco el silencio que ha habido después".
Considera que la memoria histórica no debe tener color, no tiene que formar parte de un tipo u otro de políticas. Por eso lamenta profundamente que este nuevo Ejecutivo regional derogue la Ley de Memòria Democràtica, a instancias de Vox, un partido que siempre ha estado en contra, considerándola de parte. "Es una Ley justa, no entiendo que otra vez vayamos para atrás. Esto es porque hay gente que no tiene una cultura interna hacia los demás, a lo que pasó, a que no se repita...", ha admitido.
A veces es muy fácil alegar lo necesaria que es la divulgación y también el reconocimiento a las víctimas, pero hay casos en los que no nos toca de cerca y no somos tan comprensivos, como ocurre también con la placa 'stolpersteine' de Rafael Saura, colocada donde vivió siempre; hoy, domicilio con otro propietario al que no le hace mucha gracia. "Cuando colocaron su piedra de la memoria junto a la casa donde vivió, el propietario actual se enfadó. «Pero qué mierda estáis poniendo aquí, esto ensucia la calle...», bueno, eso, la falta de esta cultura interna", ha lamentado. "Yo voy de vez en cuando y la limpio, le saco brillo, estoy ahí parado un rato... Sé que a mi abuelo le habría gustado", ha subrayado.
Esta Conmemoración del 27 de enero tiene lugar porque fue dicho día, hace 79 años, cuando se liberó el campo de exterminio de Auschwitz. Casi ocho décadas después, aún queda trabajo por hacer y se necesita también la voluntad de hacerlo, porque, tras tanto tiempo, hay testimonios que ya no podremos conocer y hay familias que ya no verán un reconocimiento a los suyos. O que, directamente, no los verán enterrados como toca.