Papel y pluma, con María Henríquez: propuestas ejercicio 6 y ejercicio 7
Cada jueves en Hoy por hoy Las Palmas con Jonás Oliva te proponemos esta sección sobre escritura creativa para que des rienda suelta a tu creatividad sin vergüenza y crear una comunidad de apasionados por la escritura
Cada jueves en Hoy por hoy Las Palmas con Jonás Oliva, la profesora María Henríquez nos guía en esta sección sobre escritura creativa para que des rienda suelta a tu creatividad sin vergüenza y formar juntos una comunidad de apasionados por la escritura. Puedes escuchar el podcast íntegro en el siguiente enlace y participar en el ejercicio que te proponemos en la parte inferior de esta página, enviándonos tu propuesta semanal al whatsapp del programa 607 575 031.
Nota importante: para garantizar la publicación de los textos, deben enviarse mecanografiados antes del miércoles víspera de cada sección, hasta las 13 horas.
Papel y pluma, con María Henríquez: propuestas ejercicio 6 y ejercicio 7
EJERCICIO 7
Este ejercicio se va a centrar en reflexionar sobre el hecho de escribir… En general, se nota que las personas que han participado en esta sección les gusta mucho escribir. Es interesante tomar conciencia sobre qué siento y qué pienso cuando escribo. Escribir aunque no sea nuestro mejor día o aunque no tengamos ganas es parte del proceso creativo.
A continuación, tienes dos citas para reflexionar sobre la escritura y quien escribe:
El escritor lo ve todo, lo oye, lo huele todo-no digo que lo toca todo porque eso sería pasarme-, pero el escritor, verdaderamente, es un cotilla. […] El escritor actúa también como un rumiante: a todo lo que ha visto, todo lo que ha tocado y oído le da vueltas y más vueltas.
Jose Luis Sampedro, Escribir es vivir, p.26.
Hay una vieja tradición hebraica por la cual, cuando un chico se inicia en el estudio del Tora, precisamente la primera vez, cuando ha leído la primera palabra, le dan un poco de miel o un dulce. De esta forma, el chico asociará siempre el estudio con el dulce. Tendría que ser también igual en la escritura. Desde el principio hemos de estar convencidos de que escribir es bonito y placentero. No luchemos contra ello. Hagámonos amigos.
Natalie Goldberg, El gozo de escribir, p.169
Puedes comenzar este ejercicio a partir de uno de estos comienzos, elige uno y permanece escribiendo al menos 7-8 minutos a ver qué sale:
Cuando escribo siento que…. Me gusta escribir porque… Déjate llevar para contactar con lo que se te mueve al escribir.
Y la segunda parte del ejercicio consiste en ver sobre qué quiero escribir. Todos tenemos cosas pendientes que nos gustaría escribir. Puedes comenzar a partir de:
Me gustaría escribir sobre… Puede que te salga una especie de lista de cosas, situaciones, personas, imágenes, historias sobre las que te gustaría escribir… Si hay algo de ese listado que quieras iniciar, puedes hacerlo para ti, incluso si solo le dedicas un par de párrafos. Al terminar este ejercicio sería interesante que subrayaras con un lápiz de color aquellas frases que te hayan llamado la atención. Es importante hacernos conscientes de los temas sobre los que nos gustaría escribir en algún momento de nuestra vida. Puede que te sorprendas.
PROPUESTAS DE LOS OYENTES PARA EL EJERCICIO 6
El autoregalo
Así era ella. Le gustaba ducharse con agua fría, sintiendo como la cascada que caía de la ducha acariciaba su piel, después se enjabonaba suavemente y volvía a sentir la cascada que mientras arrastraba el jabón también arrastraba de su interior sin violencia lo que ya no era necesario, notando que se iba liberando de todo lo que le pesaba, sintiéndose más y más ligera. Era una sensación tan placentera y liberadora que hasta soñaba con ella a menudo. Ella había descubierto el mejor regalo que podía hacerse cada vez que sentía un peso muy grande sobre sus hombros y una fuerte presión en su pecho. Después de la ducha venía la sesión de crema, recorriendo su cuerpo lentamente con sus manos calientes, embadurnadas para poder deslizarse con facilidad hasta que llegaba a sentir en su interior el calorcito que necesitaba para irse a dormir ligera, sin peso, como un bebé, a soñar con los angelitos. Esta era la forma de tenía de quererse, acariciarse y acurrucarse entre sus propios brazos mientras iba quedándose dormida poco a poco.
Manuela Álvaro Alonso
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Los jueves, milagro
El jueves parece un día normal, como cualquiera de los otros seis. Es el Día de Júpiter, el Padre de la Luz, y en la tradición católica se dice que hay tres que brillan más que el mismísimo sol. Sin embargo, para él todos los jueves empiezan a tener un fulgor especial, tal vez no tanto como el del sol que disfruta cada mañana con sus amigos en la playa de Las Canteras, pero casi. La razón es que entre el miércoles y el viernes se produce un milagro que abre la puerta a otros: el portento tecnológico de las ondas electromagnéticas le trae voces que le invitan a ensayar el prodigio de imaginar, de crear mundos nuevos a través de la palabra escrita. Eso procura con esmero ante un papel u ordenador tanteando con palabras, ideas, conceptos, sensaciones… a ver qué brota. Cierra los ojos, busca información, explora dentro de él buscando el relato adecuado que mejor le exprese. Querría preguntarle algo, pero está concentrado, con la mirada fija en la pared, buscando el estro. No voy a interrumpirlo. Es jueves y algún milagro creativo podría estar tomando cuerpo.
Antonio Castellano
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Bajar las basuras
Es el hombre del saco. Sí, saca las dos bolsas: una negra, otra amarilla. En la negra va lo orgánico. En su fondo aún huele el pescado, las espinas y restos del que comió ayer. Peladuras de patata, cebolla, boniato. Mirando hacia dentro de la bolsa ve su pasado reciente, qué ha comido, cómo se ha sentido preparando la crema de verduras o la merluza en la cazuela. Siente el escozor de la cebolla pelada dentro de sus ojos, recuerda el sabor dulce de la manzana que acompañaba el pescado. Es algo de él, pues, que se va, dentro de esta bolsa oscura. En la otra, amarilla, van los frascos de limpieza ya usados, el bote de crema que ha suavizado su cara, la botella de lejía que aún destila su olor ácido, el dulce tetrabrik de la leche de avena, los engorrosos plásticos del supermercado… Cuando ve reportajes sobre plásticos en el mar, es consciente de que quizá alguno de ellos viene de su casa. Y siente vergüenza por los residuos que genera. Baja las escaleras. Se tropieza con un vecino que también baja sus basuras. Y se da cuenta entonces de que el otro va en pijama, como si la calle, hasta llegar a los contenedores, fuera una continuación de su sala de estar o de su cocina. Entre ellos dos, por tanto, ha surgido una complicidad sobrevenida. Se sonríen mutuamente y juntos cruzan la calle. Dentro de poco un camión se llevará sus despojos, como una pequeña, pequeñísima muerte. Se pone el sol y se hace la noche sobre todos. Un día más, un día menos.
Juanjo Compairé
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Así la vi
Hoy a Lucía le tocaba lavar a mano algunas prendas de ropa. Ella fue y cogió su cubo que solamente lo tenía para esos menesteres y lo ponía en el plato ducha del baño. Mientras esperaba a que se fuera llenando de agua, añadió el detergente y con una mano sumergida empezó a remover enérgicamente hasta conseguir espuma. Luego metió sus dos pullovers hasta cubrirlos por completo, eligió uno y empezó a frotar y frotar el cuello y las axilas. Volvió a introducirlo y sacarlo varias veces hasta ver que el jabón había desaparecido del todo. Satisfecha del resultado, Lucía agarró el pullover y lo retorció varias veces con mucha fuerza hasta ver que no escurriera ni una gota de agua y lo tendió en su tendedero de pvc blanco.
Ticia
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Haciendo la cama
Cada mañana al clarear el día mi vecina Tomasa repetía un rito cotidiano como si de un mantra se tratase. Abría la ventana con parsimonia y ojeaba el paisaje mientras limpiaba el quicio de la ventana. Al rato se metía para dentro y salía cargada con las sábanas y manta de su cama. De una en una las sacudía con esmero, según ella ahuyentaba los malos sueños. Con amor y paciencia hacía la cama estirando cada prenda a conciencia. La última en poner era la colcha de ganchillo hecha y regalada por su madre. Con esmero y mimo la colocaba pues sentía que en cada roce la acariciaba, dándole consuelo a su soledad.
Loly V. T.
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La cena
Las plantas esperan en la azotea, asentadas en sus macetones, todas comparten una curiosa cualidad: saber esperar. En su búsqueda implacable hacia la luz y el calor, se entregan a la llegada del agua y las raíces. Miren llega con miedo a encontrarse con alguna baja, la lavanda es delicada y el romero, impredecible… Desenreda esa manguera endemoniada que se riza como una serpiente y la ajusta al grifo del cuarto de la azotea. Piensa que tiene memoria de pez para lo que no le llama la atención, como enroscar la manguera al grifo, cada semana hace un esfuerzo para recordar el sentido de la rosca. Cuando ya ha conseguido que el agua pueda viajar de la pileta a las macetas, gira la llave y corre antes de que la cabeza de la manguera se rebele alocada por la azotea. Es como dar comienzo a la fiesta: ¡ánimo, chicas, a bañarse, a beber hasta que no puedan más! Es de noche, el día se ha desvanecido dejando paso a la esperanza que alberga el fresco del otoño urbano. El mini baobab que le trajeron de Senegal ha vuelto a vestirse de flores como trompetas rosas y espera a que alguien le entregue un trozo de sabana. El drago de la esquina de la azotea le recuerda que las cosas importantes crecen lentamente. Miren mete los dedos en la lavanda como si fuera una melena rizada e inspira con calma el aroma conocido. A continuación, toca la tierra con las yemas de los dedos para asegurarse que está empapada. “Tranquila, linda”, le susurra. La hierbaluisa está alocada como una adolescente que necesita salirse del tiesto. Las plantas son maestras, piensa Miren que las observa en su engañosa quietud. La cena está servida. Cierra el grifo, una vez más se ha mojado el cuarto de la pileta y habrá que pasarle la fregona. Se sienta en el banquito de madera de la azotea y las mira, satisfecha. El aire se ha impregnado de humedad, el suelo brilla con agua sobrante que viaja hacia el sumidero. Ha terminado el ritual.
Glauka
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A dormir
Bostezó profundamente abriendo muchísimo la boca y espirando ruidosamente mientras engruñaba sus ojos y nariz. En un movimiento reflejo acercó la palma de la mano a su boca. De cada ojo bajaron uno, dos tres lagrimones que se deslizaron mejilla abajo. Parpadeó y sus ojos volvieron a cerrarse mientras se iniciaba otro profundo bostezo, seguido de un chorrear de lágrimas que corrían por su cara. Acercó su mano a la cajita de pañuelos de papel, tiró con delicadeza de uno de ellos que quedó flotando en el aire, justo en el momento que se inició un tercer bostezo; la cara empapada, mojada de lágrimas saladas le picaban, la boca llena de saliva a punto de babear, la nariz bien cargada de mucosidad, cerró la boca, apretando los labios, queriendo parar un nuevo bostezo que no consiguió. Secó sus lágrimas que seguían chorreando una tras otra por su cara, cogió otro pañuelo -esta vez con más rapidez- se sonó, lo tiró a la papelera y emprendió el camino silencioso hacia la cama, con sus ojos entornados para no despertar al sueño.
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Rutina
Ella, al despertarse y abrir los ojos, agradece el nuevo día. Se pone en marcha, organizando las tareas rutinarias y, a continuación, desayuna. Para ella es uno de los mejores momentos del día; un desayuno completo y variado le carga de energía, contacta con sus pensamientos más profundos y disfruta de esa tranquilidad. A continuación, se prepara para ir al trabajo y afrontar la jornada. Muchas veces pide que todo salga bien y generalmente es así. Actualmente el trabajo con niños es complicado porque cuesta cumplir con las normas establecidas, ya que generalmente en sus casas no se establecen. Pero aun así, es reconfortante. El cariño y la confianza que depositan en ella no tiene precio.
María del Pino Bolaños Montelongo