Opinión

Sobre la renuncia de Pedro Martín

EL ENFOQUE 29 JUNIO

Santa Cruz de Tenerife

Pedro Martín sorprendió a todos renunciando el pasado martes a su puesto de Presidente del Cabildo. Su dimisión no es sólo un acto bastante infrecuente en estos tiempos en los que el personal se aferra a los cargos como a la vida. Es sobre todo un acto de habilidad política y de cordura personal. Evita ser censurado, lo que no es plato de gusto para nadie, y menos para quien ha sido el más votado en unas elecciones, y fuerza la elección por el procedimiento de votación mayoritaria –el mismo que se aplica en el resto de las elecciones locales- de quien ha de sustituirle. Al evitar la censura, Martín no solo se protege a sí mismo del mal trago, también deja libres a los consejeros del PP que integran la actual mayoría para negociar en el futuro una hipotética censura contra Rosa Dávila, que en el caso de haber censurado a Martín no podrían apoyar, porque la ley no permite que los consejeros voten dos veces contra un presidente en un mismo periodo de mandato. Martín le ha regalado un buen paquete de munición al PP para presionar y exigir a Dávila y le ha colocado en la oreja un pinganillo perverso que ha de recordarle en cada diferencia, en cada discusión o desacuerdo con el PP, que su continuidad al frente del Cabildo ya no está tan garantizada como ella habrías deseado.

La futura presidente del Cabildo gana unos días, probablemente se hará con el poder cabildicio unos días antes de lo esperado, pero va a estar algo menos tranquila. No por lo que pueda ocurrir ahora, con el pacto ya firmado, y firmado con un personaje serio, ecuánime y cumplidor de sus compromisos como es Lope Afonso, sino por las cosas que podrían ocurrir en el futuro si las condiciones cambian. No es algo que deba desvelar a la señora Dávila, pero ha sido una buena jugarreta, un jarro de agua fría a una Presidencia que –de mediar la censura contra Martín- habría sido mucho más relajada.

La señora Dávila no tiene un pelo de tonta: cuando Martín anunció su decisión de renunciar, alegando el deseo de facilitar una “transición ordenada” (como si el cambio en la presidencia de una corporación insular fuera una operación militar wagneriana), la presidente in pectore le dio las gracias al renunciante por facilitar las cosas y alabó su mesura, sensatez y buen hacer. Fue un ‘toma y daca’ híbrido entre juegos florales y cruz de navajas, en el que los dos quedaron muy bien, perros viejos ambos en el arte de sacarse el cuero con elegancia.