Los últimos habitantes de los pueblos más pequeños de la provincia de Cuenca
En localidades como Castillo-Albaráñez y Olmedilla de Eliz apenas si viven una decena de personas
Los últimos habitantes de los pueblos más pequeños de la provincia de Cuenca
Cuenca
Castillo-Albaráñez y Olmedilla de Eliz son dos pueblos de la comarca de la Alcarria de Cuenca. Están muy cerca. Apenas les separan cuatro kilómetros siguiendo la carretera provincial CUV-2122. Para llegar a aquí nos hemos desviado desde la N-320 y hemos pasado por Arrancacepas, otro municipio con menos de diez habitantes. Al final de esta carretera está Olmeda de la Cuesta con una veintena de habitantes.
Esta es una de las zonas más despobladas de la provincia de Cuenca. Desde Hoy por Hoy Cuenca hemos querido charlar con algunos de los pocos habitantes que viven todo el año en estos pueblos para conocer cómo es su realidad día a día, cómo se han quedado solos o qué les ha llevado a volver, como ha ocurrido en algunos casos.
Los pueblos más pequeños
Arandilla del Arroyo sigue siendo el pueblo más pequeño de la provincia de Cuenca con 9 habitantes tras subir dos según los datos del último padrón publicado por el INE, el de 2022. Entre diez y 20 habitantes están Vindel con 12, Yémeda y Olmedilla de Eliz con 17 y Arrancacepas con 18. Entre 20 y 30 habitantes están Olmeda de la Cuesta y Valsalobre con 21, Castillo-Albaráñez y Algarra con 22, Villarejo de la Peñuela 23, Bascuñada de San Pedro alcanza 24 tras sumar cuatro en el último padrón, y Campillos-Sierra con 29. Estos son los los censados. La realidad apunta a cifras mucho más bajas.
Castillo-Albaráñez
En Castillo-Albaráñez, en la plaza, junto al consultorio médico y la iglesia, un pequeño edifico del siglo XVI con sillería en las esquinas procedentes del castillo que daba nombre al pueblo, vive un matrimonio de jubilados que, tras una vida de trabajo en Madrid, decidieron volver al pueblo. Son José Castellano y Carmen Yuste. “Viviendo aquí todo el año solo somos tres”, dice Carmen, “la hermana de Jose y nosotros, porque Nieves, otra vecina, este año está viviendo en Cuenca”.
Jose, que salió del pueblo, “me llevaron, claro, con 14 años”, dice, tenía claro que volvería al pueblo al jubilarse. “Al día siguiente prácticamente. Cargamos algunas cosas en el coche y para acá”. “En realidad veníamos para un fin de semana”, dice Carmen, que es de las Navas del Marqués, en Ávila, y reconoce que echa de menos a sus hijos, “el poder decir, voy a verlos. Aquí en el pueblo estamos muy tranquilos, lo único que se puede hacer es pasear. Pero no estoy a disgusto. Mis hijos se preocupan porque estamos solos, sobre todo en los meses de invierno, pero yo les tranquilizo porque el alcalde viene todos los días”.
No es lugar para jóvenes
El médico y la enfermera atienden el consultorio los miércoles. Y los agricultores vienen casi todos los días, como un chaval joven, de menos de 30 años con quien conversamos en la calle. Nos cuenta que “muchos días de entre semana me quedo a dormir en el pueblo, en la casa familiar, pero los fines de semana me voy a Cuenca buscando el ocio que te ofrece la ciudad”.
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Normal, en este pueblo no hay nada. No hay ni bar. Ni tienda. Ningún servicio. Hay una iglesia y el cura no va ni los domingos. Algún día de fiesta y a los entierros.
A muchos pueblos ya solo se va a trabajar. No hace mucho, en la década de los 80, los maestros vivían en el pueblo. Y el médico y su mujer. Pero maestros y médicos ya no viven en los pueblos. La mejora de las carreteras y la seguridad de los coches permiten que ahora duerman en Cuenca y se vayan cada mañana a trabajar al medio rural.
No viven ni los agricultores
Hasta hace poco los que vivían eran agricultores. Ahora ya ni eso. Cuando los hijos se hicieron mayores para empezar la educación secundaria se compraron un piso en Cuenca y se fueron allí a vivir. Muchos agricultores cogen el coche cada mañana, vuelven al pueblo, lo aparcan, arrancan el tractor, labran el campo y, al atardecer, vuelven a la ciudad.
Es el caso del hijo de Luis Carrasco, otro de los últimos vecinos de Castillo-Albaráñez. Él no vive aquí de forma continuada pero, una vez jubilado, sí acude muchos días a la casa familiar, una casona con cuadras ahora convertidas en garaje y con cueva para conservar el vino y los alimentos. “Mi hijo solo viene a trabajar”, nos cuenta. “Hace ya 25 años que compramos piso en Cuenca, cuando los hijos tenían que ir a la escuela. Pero a mí me gusta más el pueblo, tengo mi huerto, mis gallinas. Yo me distraigo con esto, pero mi mujer no tiene nada que hacer, ella se queda en Cuenca”.
Bascuñana de San Pedro
No muy lejos de este pueblo, a menos de 20 kilómetros en dirección a Cuenca, pegado a la sierra a la que da nombre está Bascuñana de San Pedro. En el padrón parecen una veintena de vecinos, pero solo viven dos. Uno de ellos es domingo con quien nos cruzamos una tarde casi por casualidad al pasear por calles solitarias en las que solo se oye el caño del agua de la fuente. Domingo tiene una perra que no se le separa de las piernas y unas cabras a las que va a llevar un cubo de agua del pilón.
“Esto es una pena”, dice Luis Carrasco mirando al horizonte desde las afueras de Castillo-Albaráñez, “a la vuelta de diez años esto se ve abandonado todo. Esto no tiene solución. De qué va a vivir aquí la gente. Antes vivían del campo cuarenta familias. Ahora mi hijo con el tractor, y dos o tres más, labran todo el término. El Gobierno que no se gaste dinero en estos pueblo porque todo va a ser perdido”.
Olmedilla de Eliz
Algo más de optimismo encontramos en Sagrario Lorca Cañas, “somos muy pocos pero nos llevamos muy bien”, dice esta vecina del pueblo de al lado, Olmedilla de Eliz. La encontramos en la puerta de su casa, en la calle Calvario, la principal. Un poco más adelante está el ayuntamiento con la clave wifi de la red pública anotada en un tablón de anuncios. Más allá asoma sobre las casas la iglesia de San Andrés Apóstol, edificio del siglo XVI que conserva un retablo de columnas salomónicas.
Sagrario y su marido se vinieron a Olmedilla hace tres años, con el primer confinamiento del covid. “Se está bastante bien. Aquí tenemos gallinas, tenemos olivos, los arreglamos, cogemos aceituna, traemos leña… No paramos. Ahora a Cuenca solo vamos a comprar”. Como en todos estos pueblos, la compra se hace en furgoneta con los repartidores de pan, de fruta o de congelados.
De las cosas que sí se pueden hacer en Olmedilla que no en Castillo-Albaráñez es tomarse un café en el centro social. Allí encontramos a José Antonio, uno de los pocos vecinos que viven aquí todo el año. Está jugando al cubilete con dos vecinos de la cercana localidad de Cañaveras que le acompañan junto a un café. “Cuando los que somos mayores ahora digamos adiós, aquí ya no aparece ni el gato”, nos cuenta. “Los agricultores, nada más que se jubilen, tendrán que venir otros de fuera a labrar. El futuro de este pueblo va a pique, igual que muchos de por aquí”.
Frente al mensaje pesimista de José Antonio, vislumbramos un poco de luz en las palabras de su vecina Sagrario: “Mientras vengan los niños, quien sane si cuando sean mayores les gusta el pueblo. Mis hijos se están haciendo casa aquí. Son cosas que no se saben. Yo creo que a lo mejor puede continuar”.
Los pueblos que resisten
Esto pasa en muchos pueblos, pero no en todos. Algunos se han erigido en capital de comarca y resisten. Incluso ganan población. ¿Qué les diferencia? Tienen servicios. Tiendas, carnicerías, el centro de salud con urgencias nocturnas, gasolinera, una oficina bancaria con cajero automático, taller mecánico, restaurante,… Con poco empleo que haya más, ya se asienta población y resiste. Viven de sus habitantes, tampoco tantos, y de los pequeños pueblos que tienen en un radio de 20 o 30 kilómetros.
Paco Auñón
Director y presentador del programa Hoy por Hoy...