Cincuenta años

Talavera de la Reina

“Mil años tardó en morirse, pero por fin la palmó…”. Con estos versos empezaban Sabina y La Mandrágora su canto alegre celebrando la muerte del asesino, ladrón y cobarde llamado Francisco Franco. Ese criminal que ahora idolatran imberbes analfabetos que se dejan llevar por las mentiras de banderas y glorias pasadas que nunca existieron.

El próximo jueves se cumplen 50 años de la muerte más deseada y celebrada de todo el siglo XX en España.

Cincuenta años son muchos; para algunos, casi toda una vida, como es mi caso. Pero son muy pocos en la memoria del dolor, del desgarro, de la tristeza, de la rabia y del silencio que millones de españoles tuvieron que sufrir y que aún hoy sufren sus descendientes. Porque la derecha heredera de aquellos asesinos cobardes, y también la izquierda pusilánime, han sido incapaces, en medio siglo, de dar dignidad, reparación y honor a las víctimas que aún se aferran a la memoria, tirados en miles de cunetas por todo el país.

Cincuenta años en los que, lejos de haber avanzado en democracia, en memoria y en la dignidad de un país y de su gente, ahora vemos cómo se revisa la historia de forma interesada por los mismos que alaban a los verdugos. Vemos cómo importantes instituciones, como la justicia, siguen imbuidas del espíritu del “ordeno y mando” de aquella dictadura que destruyó vidas y futuro.

La patria son los hombres y mujeres que la pueblan, no los trapos que ondean ni los himnos ramplones que suenan. La patria es la dignidad, es la justicia —la de verdad—, y no esa cantinela de glorias y batallas que solo supusieron miseria para la mayoría y enriquecimiento para los de siempre, precisamente quienes más enarbolan banderas con el único fin de que olvidemos a la gente.

Esa patria sigue, cincuenta años después, manteniendo una enorme deuda con los españoles que lo perdieron todo, incluso la identidad.