Ocio y cultura
Semana Santa

Caramelos, hogueras a la Virgen y jubileo la noche de Jueves Santo

Recorrido por las tradiciones de este día en Villada

Salida de la procesión de la ermita del Cristo de la Magdalena / Cadena ser

Francisco Calvo Manzanares

Es la semana santa un tiempo de hastío y recogimiento. En los días en los que se conmemora la muerte de Jesucristo antaño los pueblos quedaban enmudecidos. Las campanas no volverían a tañer hasta la Vigilia Pascual cuando Cristo resucita. Sin embargo, en estos actos litúrgicos donde el silencio era indispensable, al margen del sonido de esquilas y carracas que, junto a los cantos de las quintillas, los calvarios y los dolores a la Virgen, acompañaban esos días, encontramos en la Tierra de Campos palentina la costumbre de comer caramelos durante una procesión. Es Villada la localidad que atesora dicha tradición, que aparece ya recogida en el siglo XVI como “Procesión de los Caramelos”.

El Jueves Santo, tras los oficios, tiene lugar la plática o platiquilla en la ermita del Cristo de la Magdalena, a su fin comienza la procesión. Los hermanos aviados con túnicas blancas y pañuelo y cíngulo negros desfilan con hachones de cera durante el recorrido.

Una cruz dentada de madera preside la procesión, tras ella un hermano porta una esquila que no deja de tocar durante todo el trayecto. Procesiona la Virgen de la Magdalena, una dolorosa del siglo XVI, desde la ermita a la iglesia de santa María de la Asunción. Allí, la virgen entra y ante el monumento se rezan unas oraciones. Antiguamente se dirigía también a la iglesia de san Fructuoso con el mismo propósito antes de regresar a la ermita. La memoria local recuerda las grandes hogueras a la Virgen que las vecinas hacían en las calles de los diferentes barrios, hogueras para iluminarla en tan triste duelo.

Pero si algo es reseñable es el hecho de degustar caramelos en una procesión y más aún siendo Semana Santa. La documentación registra ya en el siglo XVI dicha procesión como la procesión de los caramelos donde los hermanos de la cofradía de la Cruz los reparten entre los asistentes. Es inevitable no establecer un paralelismo con las procesiones murcianas donde encontramos la misma costumbre. No hay una explicación clara sobre el por qué de dicho consumo, pero lo que está claro es que Villada ha sabido conservar con mimo dicha tradición durante siglos, dado que aún resuenan los papelillos por sus calles la tarde de Jueves Santo.

La procesión culmina en el punto de origen con un breve responso y el canto de la salve popular.

El paso del tiempo ha hecho mella en la Semana Santa villadina. La procesión de Jueves Santo ha perdido las hogueras y reducido su recorrido. Otra costumbre desaparecida es la del jubileo. Tenía lugar la noche de Jueves Santo y consistía en el rezo de siete estaciones. Se rezaba alternando el monumento, es decir, una estación en cada iglesia. Esto hacía que el transito de las calles no cesara en toda la noche.

Cada estación se rezaba de rodillas y comenzaba con una venía al Santísimo del monumento. Seguidamente se comenzaba a rezar el Señor mío Jesucristo y después siete veces una estructura compuesta por la jaculatoria Viva Jesús Sacramentado, el Padrenuestro, el Ave María y el Gloria. Acabada esta estructura concatenada se cerraba con la jaculatoria, el Credo y la Salve. Nuevamente, antes de salir, otra reverencia al Santísimo.

Por su extensión, era difícil cumplir con el jubileo, pero pasar la noche velando al Santísimo era un importante acto de fervor.

Vemos una doble vertiente con la preservación y pérdida de tradiciones. Por suerte, Villada conserva una de las procesiones más singulares de la provincia, muy desconocida fuera de las fronteras del término municipal.

Con oraciones, caramelos y hogueras, Villada recibía al Viernes Santo con olor a molletejos y el sonido de carracas, que rompían el silencio la mañana de la muerte del Señor.

 
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